EL ÁNGEL EXTERMINADOR
Alejandro Escalante
Existe un fenómeno que ha crecido en forma desorbitada y de ser un asunto de periodistas especializados, cocineros, sibaritas y gastrónomos, ha pasado a dominar las redes sociales generando confusión y escándalo: se trata del food porn o pornografía culinaria, un término que, para ser sinceros, suena peor en español.
Gran incertidumbre corroe el alma de padres y madres al encontrar esta palabra constantemente repetida en el Facebook, Google+, Twitter, Instagram, LinkedIn, Pinterest, Vine, Snapchat, incluso en el YouTube; todos ellos instrumentos de comunicación escrita y visual que se propagan por internet con un número superior a los mil millones de usuarios en todo el mundo.
Así es como los progenitores ven disminuir toda capacidad de control sobre sus vástagos, pues ya no saben lo que ven, leen, cantan o bailan, y ahora, ¿food porn?
Sin embargo, hay que aclarar que en realidad el food porn consiste tan solo en un permanente carrusel de fotos de comida que para quienes las observan podrían constituir alguna forma de excitación, sea por sus virtudes o por sus vicios, pues todo se resume en una palabra: gula.
Platillos deliciosos para cierto público, como suculentos cortes de vaca al asador, pudieran resultar francamente ofensivos para un vegetariano; el postre delirante de todo adolecente resultaría tóxico para una persona de la tercera edad, porque así es cómo debe entenderse la pornografía de estas imágenes, desde lo prohibido y lo desaforado, pero también la ostentación y la provocación: “Mira lo que estoy comiendo y ve lo que puedo pagar”.
En principio un hashtag debe definirse como una secuencia de palabras unidas entre sí, precedidas por el carácter #, conocido como “signo de número” o “gato”. Estas composiciones se usan para identificar temas o conversaciones en las que los usuarios de las redes sociales pueden participar libremente; es algo actual y conocido.
Al buscar el hashtag #foodporn de inmediato surgen en la pantalla de la computadora, el teléfono o la tableta, innumerables imágenes de comida y, aunque es justo admitir que algunas son de mérito indudable, hay otras que son francamente malas. Ahora bien, por el mismo juego de palabras es probable que, de vez en cuando, se cuele por allí una pompa o alguna chichi. Las cosas por su nombre.
Entre tanta comida el premio mayor se lo llevan hamburgesas y pizzas, por su gran cantidad, pero no se puede negar que hay platillos interesantes. Algo divertido de hacer consiste en incluir el nombre de un país en la búsqueda, como #foodporn México, #foodpornItalia o #foodpornChina, pues de esta manera surgen guisos locales e inesperados.
Se atribuye la invención del término a la escritora británica Rosalind Coward, quien en su libro Female Desire sostiene que con el arreglo y retoque en las imágenes de comida se genera una “pornografía culinaria” equiparable a diversas conductas sociales; es un clásico de la literatura feminista publicado en 1984.
Sin embargo, es a partir de la década de los 90, cuando el término logró fijarse en el imaginario colectivo con la proliferación de secciones gastronómicas en periódicos y revistas, y creció como una verdadera avalancha con los programas televisivos de cocina, la multiplicación infinita de recetarios y el nacimiento de las redes sociales.
La historia de las imágenes de comida podría remontarse hasta las cavernas, con las cacerías del arte rupestre, pero es en las pinturas conocidas como “naturaleza muerta” donde podemos dar seguimiento a los ingredientes, las técnicas y gustos de cada época. Con el nacimiento de la fotografía era imposible dejar de lado este tema, fuente de placer y regocijo.
Actualmente el arreglo y disposición escenográfica que existe en las fotos de comida es una especialidad profesional conocida como estilismo culinario, donde es frecuente que un platillo se maquille con aerosoles o que los brillos se acentúan con barniz y mil trucos más. ¡Comida que no se come! Es algo que dio inicio en los noventa, en el primer auge del periodismo gastronómico.
De manera que las imágenes más apetecibles son tan solo el “Modelo” para generar una ilusión y despertar el apetito por medio de espejismos que, a manera de carnada, enganchan a los consumidores. Así es como trabaja la gran industria de la alimentación.
Pero muchos negocios se benefician con esta ola, por la gran cantidad de imágenes realizadas por los fanáticos de los restaurantes conocidos como “foodies” que van del tingo al tango tomando fotos; y también resulta una fuente de placer íntimo para aquellos que preparan su mejor guiso, toman una foto y lo comparten en la red.
La comida de verdad es otra cosa y si se mira muy de cerca es cierto que podría revelarse un sentido oculto, quizá erótico o incluso pornográfico: papaya, concha, almeja… o pepino, plátano y camote, son alimentos legítimos, qué duda cabe, pero también son metáforas comunes de la picaresca y el albur; tan solo hace falta mirar estos frutos de la naturaleza un poquito como al tanteo, como de ladito o por casualidad…