2020, el año en que me acepté como mujer trans: lo que aprendí y lo que me pregunté

Ser es resistir

Láurel Miranda

Lo que aprendí en 2020 tras aceptarme como mujer trans (Paulina Román).
Láurel Miranda
Ciudad de México /

Llevaba al menos tres años pensando en la posibilidad de realizar una transición de género, pero el miedo me podía más. ¿Qué iba a pasar con mi familia? No quería sentirme responsable de una ruptura y la consecuente disgregación familiar. ¿Mis amigxs me apoyarían? No poderme mostrar ante ellxs de la forma en que realmente soy me había llevado a alejarme y encerrarme en mi caparazón, así que no tenía idea de si contaría con su respaldo. ¿Y si me despiden? No tendrían por qué, claro, pero basta ver la cantidad de personas trans fuera del sector formal para ponerse a pensar.

Luego llegaron la pandemia, el encierro y el arrepentimiento. Sentía que había perdido valiosos meses, años, y que ahora no había una fecha exacta en la cual pudiera comenzar con mi transición de género, o como a mí me gusta llamarla, mi viaje a la libertad. Clínica Condesa, en donde yo pretendía acceder a una consulta de valoración para después iniciar con Tratamiento de Reemplazamiento Hormonal (TRH) había suspendido labores a causa del virus. Con el encierro, la soledad y la sensación de un estancamiento del que no veía la forma de salir fue inevitable que entrara en un período de depresión. Fue en uno de esos días en que no había logrado salir de la cama ni comer que decidí finalmente buscar un terapeuta. Tenía que respirar.

Tras dos meses de sesiones semanales y de un tratamiento contra la depresión, volví en mí y ahí donde no veía salida encontré nuevamente la posibilidad de abrir una por mi propia cuenta. Mi psiquiatra me recomendó una endocrinóloga, de cuya mano finalmente pude arrancar con mi Tratamiento de Reemplazamiento Hormonal (TRH). Han pasado casi cinco meses desde entonces y me gustaría compartir con ustedes (especialmente si hay personas trans que me leen) lo aprendido en este tiempo:

Comprendí que no debí de ser tan dura conmigo misma. Que mi transición social hacía meses que la había iniciado… y que si aún no había dado el paso para acceder al TRH, era precisamente porque aún no estaba lista para ello.

Aprendí que los lazos familiares, por más que lo sean, no deben ser cadenas. Que no podemos sacrificar nuestra vida ni nuestra felicidad por lo que nuestros padres o hermanxs esperen de nosotros. Que en el mejor de los casos (como ocurrió conmigo), te cobijarán y apoyarán en lo que decidas. Y que si no es así, toca emprender el viaje con la familia elegida… o construir de cero alguna.

Descubrí también que una debe ser experta en un gran abanico de temas:

  • Biología, para defender la legitimidad de tu cuerpo y de tu vida; para explicarle a las personas transfóbicas que sexo no es lo mismo que género, para decirles que ni siquiera el sexo es binario, sino todo un espectro.
  • Derecho laboral, por si llegaras a enfrentar una situación de discriminación en tu empleo, por si injustamente intentaran suspender relación contigo simplemente por expresar tu identidad de género.
  • Derecho civil, para recorrer poco a poco el engorroso camino que supone realizar un cambio de identidad sexogenérica primero en tu acta de nacimiento, después en tu INE, luego con los servicios bancarios y de telecomunicaciones, las aplicaciones, los contratos laborales y de arrendamiento.
  • Lenguaje y periodismo, para defender que los medios de comunicación deben encontrar una forma de nombrar a las poblaciones trans sin que ello implique el ahora tan aludido “borrado de mujeres”. Que nombrarnos no implica negar la historia y las contribuciones de las mujeres cisgénero, así como tampoco deslegitimar sus luchas vigentes y sus derechos aún por conquistar.
  • Feminismos, para argumentar ante las denominadas feministas radicales que las personas trans no negamos la materialidad del sexo ni que de ahí devenga una serie de violencias, pero que ello no nos excluye de haber enfrentado y enfrentar todavía otras violencias propias del cisheteropatriarcado. Que la “socialización masculina”, figura a la que ellas recurren como método para hacer pasar a las mujeres trans como seres violentos, no fue en realidad un privilegio sino otra forma de opresión. Que los hombres trans y personas no binarias con útero también tienen derecho a luchar por temas como la despenalización del aborto.

Después de años de defenderlo, me desligué también del separatismo y me casé mucho más con la idea de la antropóloga argentina Rita Segato, quien asegura que el feminismo no debería construir a los hombres como sus enemigos, sino al heteropatriarcado. Alguna vez defendí los derechos de las personas trans y llegaron las descalificaciones a mis argumentos simplemente porque mis interlocutorxs me leían como un hombre cisgénero homosexual… Pensé, ¿por qué tendría que decirles que soy una mujer trans para que mis palabras fueran válidas o escuchadas?, pensé en lo problemático que es descalificar al otrx en función de su género (que, no olvidemos, en muchos casos le fue asignado al nacer).

Aprendí también lo importante que es la autoconfianza, para lidiar con las miradas que una sociedad cisheteropatriarcal lanza a los cuerpos que expresan identidades de género distintas al binario hombre y mujer cisgénero. Para hacer frente a la ansiedad que puedes sentir al tener que salir a la calle o al tener ganas de ir al baño y dudar ante la idea de si al acceder al espacio acorde con tu género, tal vez te enfrentes con alguna persona que te grite o insulte. En fin, entendí lo importante de la autoconfianza para amar tu propio cuerpo y vivirlo de la forma en que tú lo deseas, aun sabiendo que si te arreglas, habrá quien diga que contribuyes a fomentar la cosificación de la feminidad, o que si no te arreglas, habrá quien asegure que es normal que tu apariencia despierte miedo en las mujeres, habituadas, dicen estas voces, a temer al cuerpo masculino.

Pero sin duda lo más valioso que me entregó 2020 fue el amor y apoyo de mi familia, amigxs y de las varias personas trans que conocí tras salir del clóset. Gracias a ellxs he entendido que no somos víctimas, sino sobrevivientes; que debemos señalar los discursos transfóbicos y luchar contra ellos, pero no se nos puede ir la vida en discusiones absurdas en redes sociales, sino en la construcción de redes de apoyo para nuestras poblaciones y para la conquista y defensa de nuestros derechos.

Entre lo que me queda pendiente para este año es tomar clases de autodefensa. “Me preocupa tu visibilidad como mujer trans”, me dijo mi hermano en diciembre, en uno de esos pocos encuentros que tuvimos a causa del covid-19. No fue sino hasta que él pronunció esas palabras que por primera vez caí en cuenta que, efectivamente, este blog, mi canal de YouTube, y la forma en que he venido compartiendo mi día a día en las redes sociales me coloca en un punto distinto a aquellas personas trans que deciden realizar su transición en privado. Y a las cuales, vale decir, respeto, comprendo y apoyo totalmente, no sólo por las múltiples violencias que debemos sortear, sino simplemente porque cada unx hace el viaje a su manera.

Si yo he decidido vivirlo así es porque quiero usar mi voz y mi cuerpo para que ésta sea cada vez una sociedad más justa con las poblaciones trans.



Láurel Miranda es una mujer trans, periodista, licenciada en Ciencias de la comunicación y egresada en Historia del arte por la UNAM. Trabaja actualmente en el área digital de Grupo MILENIO como SEO manager; además, es profesora de periodismo multimedia en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Ama a su madre, sus gatos y el chocolate caliente.