Ser es resistir: octubre, mes por la despatologización de las identidades trans

Ser es resistir

Láurel Miranda

Octubre, mes por la despatologización de las identidades trans (Shutterstock/Milenio).
Láurel Miranda
Ciudad de México /

¿Te imaginas tener que esconder tu rostro ante el miedo de que la gente pueda escandalizarse con tu imagen?, ¿o a que te insulten o mofen por tu apariencia?, ¿imaginas que te fuera negado algún servicio simplemente por ser quien eres?, ¿o aguantarte las ganas de ir al baño porque temes la reacción que se pudiera generar con tu presencia? Éstas son sólo algunas de las situaciones a las que se enfrentan a diario las personas trans, cuya mera existencia es constantemente percibida como algo incómodo, amenazante o risible.

Hoy inicio este blog en MILENIO, al que decidí titular Ser es resistir. Si bien se trata de una consigna compartida por la comunidad LGBTQ+, lo cierto es que mientras cada vez hay más sociedades que muestran una mayor apertura hacia las distintas orientaciones sexuales, esto no ha ocurrido de la misma manera con las identidades trans (transgénero, travestis y transexuales): en México, por ejemplo, la esperanza de vida para las personas trans no supera los 35 años; entre 2013 y 2018, de acuerdo con la Organización Letra S, se tiene registro de al menos 261 asesinatos por motivos de identidad de género; en 2019 ocurrieron 64 transfeminicidios, mientras que hasta el 30 de abril de este año se contabilizaban 20 asesinatos de mujeres trans. Ser, pues, para las personas trans es resistir ante un sistema que no garantiza de forma contundente sus derechos, que no les respeta, que les margina y estigmatiza.

El inicio de este blog coincide, además, con octubre, mes por la despatologización trans, de lo que me gustaría hablar un poco. La patologización de las identidades trans se ha justificado históricamente a partir de ideas desarrolladas por la ciencia médica, cuyo auge en el S. XIX permitió la construcción en Occidente de un discurso científico según el cual son patologías aquellas experiencias que no encajan con el deseo heterosexual y el género binario.

Fue en 1979, que el endocrinólogo Harry Benjamin planteó que la transexualidad debía ser diagnosticada por un psiquiatra, al considerarla un trastorno mental. Para 1980, la Asociación Americana de Psicología (APA) lo denominó “trastorno de transexualidad”, mientras que en 1990 la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo nombró “trastorno de la identidad de género”. La medicina construyó así un sujeto transexual que, además, debía cumplir con ciertas características para ser una persona trans legítima, lo que en consecuencia excluyó y desconoció otras experiencias trans.*

Luego del movimiento impulsado a partir de la segunda mitad de la década de los 2000 por grupos y organizaciones integradas por personas trans como la Red Internacional por la Despatologización de las Identidades Trans, finalmente en junio de 2018 la OMS dejó de considerar a la transexualidad como un trastorno (fecha muy avanzada, cabe subrayar), pero pasó a llamarla “incongruencia de género”. A pesar de ello, en muchos países las personas trans aún deben ser “diagnosticadas” con disforia de género, para así tener acceso a un derecho básico y fundamental: el de la identidad, previo tratamiento psicológico y hormonal, que no siempre resulta necesario o deseado.

En México, el acceso a este derecho para las personas trans no está garantizado en todo el país. En la capital, la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México reconoce que “el hecho de que las personas transgénero y transexuales no tengan una identidad jurídica coherente con su identidad de género es el inicio de una cadena de sucesos que vulneran sus derechos humanos”; sin embargo, sólo 10 estados del país permiten el cambio de identidad sexogenérica en el acta de nacimiento

  • Ciudad de México (2008, 2015)**
  • Nayarit, Michoacán (2017)
  • Coahuila (2018)
  • Colima, San Luis Potosí, Hidalgo, Tlaxcala, Oaxaca (2019)
  • Sonora (2020)*** 

Sin embargo, para hacer valer este derecho en dichas entidades, es requisito que la persona haya cumplido los 18 años, lo que niega a las infancias trans el reconocimiento de su identidad de género (aprobado en noviembre de 2019 por el Congreso de la Ciudad de México, el dictamen que reconoce este derecho a menores de 18 años sigue sin ser votado por los grupos parlamentarios, aunque de eso hablaré en otra oportunidad).

De ahí la importancia del movimiento por la despatologización de las identidades trans, que no sólo aboga por la eliminación de las categorías “disforia de género” o “trastorno de identidad de género”, sino también por la cobertura pública de la salud para personas trans, el libre acceso a tratamientos hormonales y cirugías sin supervisión psicológica o psiquiátrica y, por supuesto, una lucha contundente contra la transfobia, que permita la visibilizacion de estas identidades, su acceso a la educación y su incorporación social y laboral.

Y es que para las personas trans, la decisión de salir del clóset es algo que requiere de coraje y valentía, no sólo por el rechazo o discriminación a la que pudieras quedar expuestx entre tus conocidxs, amigxs o familiares, sino también en el campo profesional y laboral. En mi experiencia personal, aunque trabajo en Grupo MILENIO desde hace siete años y medio, no pude evitar la incertidumbre cuando comencé a hacer pública mi identidad de género como mujer trans en la oficina. A pesar de ello, no puedo estar más agradecida ante la respuesta, apoyo y cobijo que he recibido por parte de mis jefxs, compañerxs y equipo de trabajo.

Sé, sin embargo, que mi situación personal no es compartida por el grueso de la población trans. Sé también que la situación que ahora vivo se debe, en gran parte, a que accedí a una educación universitaria, a que mi transición la he realizado en una etapa adulta de mi vida y a que las personas que integran mis círculos familiar, social y laboral no han leído mi experiencia como una patología. En contraste, muchas de las infancias y adolescencias trans quedan expuestas a la expulsión familiar, a la imposibilidad de acceder a educación o de construir redes de apoyo. En fin, si bien los derechos a la identidad, a la no discriminación, al respeto, a la educación y a contar con un trabajo digno son justamente eso, derechos, aún nos resta un largo camino en la lucha por que estos sean ejercidos por las personas trans, sin importar su contexto particular o en qué momento decidan realizar su transición.

Todas las identidades trans son válidas, todas las vidas trans importan, todas merecen disfrutarse y vivirse en libertad y plenitud.

Tw e Ig: @laurelyeye


yosoylaurel.wordpress.com

*María Fernández López López, “Patologización y despatologización de las identidades trans y su expresión en la Ciudad de México. Un estudio monográfico”, en Lucía Raphael de la Madrid y Antonio Gómez Cíntora (coords.), Diálogos diversos para más mundos posibles, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2018.

**La reforma al Código Civil de 2008 permitía el cambio de identidad sexogenérica únicamente bajo la presentación de un dictamen elaborado por dos profesionales médicos, que garantizaran que la o el solicitante estuviera sujetx a un proceso de reasignación de género de al menos cinco meses. Esta reforma, como se ve, reafirmaba la patologización de las identidades trans. Fue hasta 2015 que la reforma permitió que el proceso se diera como un trámite administrativo más.

***Nuevo León, Chihuahua San Luis Potosí, Zapopan y Puerto Vallarta, en Jalisco no cuentan con una legislación al respecto, pero permiten el cambio sexogenérico mediante trámites administrativos.


Láurel Miranda es una mujer trans, periodista, licenciada en Ciencias de la comunicación y maestrante en Historia del arte por la UNAM. Se desempeña actualmente en el área digital de Grupo MILENIO como coordinadora editorial de soft news y SEO manager; además, es profesora de periodismo multimedia en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Ama a su madre, sus gatos y el chocolate caliente.