El 20 de noviembre de 1998, el lanzamiento del módulo ruso Zaryá marcó el inicio de la Estación Espacial Internacional (EEI), una pequeña ciudad científica que orbita a unos 400 kilómetros de la Tierra y que en este 20 aniversario se congratula de ser un ejemplo de cooperación.
La Agencia Espacial Europea (ESA), la estadunidense NASA, la rusa Roscosmos, la japonesa JAXA y la canadiense CSA forman parte de esta aventura, la mayor infraestructura que los humanos han lanzado al espacio y que desde noviembre del año 2000 ha estado constantemente habitada.
La primera tripulación de la EEI, integrada por el estadunidense William Shepherd y los rusos Yuri Gidzenko y Serguéi Krikaliov, despegó a bordo de una nave Soyuz el 31 de octubre de ese 1998.
Actualmente se encuentra allí la misión número 58, compuesta por el alemán Alexander Gerst, la estadunidense Serena Auñón-Chancellor y el ruso Sergey Prokopyev y el próximo 3 de diciembre despegarán sus sucesores.
"El mayor éxito de esta asociación es haberse mantenido unida y más fuerte que nunca en un mundo en el que cada vez es más complicado trabajar juntos", explica el exastronauta belga Frank De Winne, director del Centro Europeo de Astronautas de la ESA en Colonia (Alemania).
En esa ciudad alemana, en Rusia, Japón, Estados Unidos y Canadá se forman esos futuros "mecánicos", que se encargan del mantenimiento de la estación, además de observar la Tierra y el espacio y de investigar el comportamiento de líquidos, organismos vivos u otros materiales en condiciones de gravedad cero.
"La ingravidez es la razón por la que tenemos que volar al espacio, porque es imposible hacer ese tipo de investigaciones en la Tierra", añade De Winne, para quien la experimentación científica es la principal razón de ser de la EEI.
La estación pesa actualmente unas 400 toneladas y con sus cien metros de largo y 80 de ancho es tan grande como un campo de fútbol. Su espacio habitable equivale a una casa con seis habitaciones, dos baños y un gimnasio, y su tripulación oscila entre tres y seis personas, aunque en ocasiones puntuales ha alcanzado los 13.
Dennis Tito entró en la historia como su primer turista espacial, tras desembolsar más de 20 millones de dólares (unos 17,5 millones de euros) para partir hacia la EEI en abril de 2001, y la estadunidense de origen iraní Anousheh Ansari fue la primera mujer turista en viajar hasta allí, en 2006.
La EEI gira alrededor de la Tierra a unos 28 mil kilómetros por hora, con los que completa 16 órbitas al día, y su historia está plagada de hitos, como el del estadunidense Scott Kelly y el ruso Mikhail Kornienko, que batieron el récord de permanencia al pasar 340 días consecutivos entre 2015 y 2016.
Las condiciones de vida ahí, donde la falta de gravedad hace que el concepto de arriba y abajo sea inexistente, son "bastante similares" a hace 20 años, asegura De Winne.
No obstante, sí ha habido mejoras significativas: máquinas para hacer ejercicio de mayor calidad, una mejor conexión con la Tierra y mejor aislamiento acústico y contra la radiación.
El exastronauta duda de que en un futuro inmediato sea planteable una colonia humana permanente en el espacio, pero asegura que la experiencia acumulada hasta ahora en la EEI es un buen preludio para estancias más prolongadas y con más integrantes.
Lo que no descarta es facilitar una mayor entrada del sector comercial privado a la experimentación, que contribuya a aliviar el peso de los gastos y facilite a las distintas agencias gubernamentales centrarse en objetivos más a largo plazo.
RL