Explosión de Anaversa: 30 años de la tragedia ambiental que México ignoró

El 3 de mayo de 1991, una explosión en la fábrica de plaguicidas de Anaversa, en Córdoba, Veracruz, generó una catástrofe ecológica y problemas de salud para quienes respiraron los polvos tóxicos.

Las personas huyeron confundidas del sitio de la explosión. (Cortesía Asociación de Afectados por Anaversa A.C.)
Elisa Villa Román
Ciudad de México /

El 3 de mayo de 1991, la historia de una comunidad en Córdoba, Veracruz, cambió para siempre. Eran las 13:20 horas cuando una chispa en la banda de ensamblaje provocó la explosión de la fábrica de plaguicidas Anaversa

Las cosas funcionaban con normalidad en el barrio de La Estación. La fábrica Agricultura Nacional de Veracruz S. A. (Anaversa) se encontraba sobre la avenida 11, entre las calles 21 y 23, a kilómetro y medio del centro de la ciudad.

Anaversa, rodeada de casas populares, escuelas, tiendas y hasta una gasolinera, comenzó a arder a la 1:20 de la tarde. Oficialmente, la fábrica producía cinco plaguicidas,  pero bomberos y voluntarios observaron que en el interior había una lista de más de 20 productos, elaborados o almacenados ahí.

La explosión de Anaversa liberó miles de litros de sustancias tóxicas.

Días antes de la explosión hubo dos connatos de incendio donde se vaciaron los extintores de la fábrica. Por eso fue imposible impedir que el fuego consumiera 38 mil litros de sustancias tóxicas que terminaron en los pulmones de los habitantes.

La gente pidió el cierre de Anaversa antes de la explosión

Rosalinda Huerta ha pasado la mitad de su vida reuniendo evidencia de ese trágico día. Entre cajas apiladas resguarda documentos y fotografías que le ayudan a recordar por qué sigue en pie después de 30 años exigiendo justicia.

"Pienso en cómo se siente la gente que vive enfrente y a los lados. Imagínate que tienes una propiedad que todo el tiempo te están diciendo que está contaminada, pero nadie hace nada para que eso cambie. No es agradable escuchar y escuchar lo mismo", dice.

Rosalinda preside la Asociación de Asistencia a los afectados por Anaversa A.C. Ella y su familia vivieron en carne propia la catástrofe de la fábrica de plaguicidas

En entrevista con MILENIO, Rosalinda relata que antes de la explosión ya existían quejas por el olor que desprendía la fábrica. Era tan característico que la gente decía "huele a Anaversa". 

Una profesora de la escuela local solicitó a las autoridades el cierre de la planta por presencia de mareos, vómitos y adormecimiento de la lengua. Pero nadie los escuchó. 

Afectados de Anaversa desarrollaron cáncer y otras enfermedades

La empresa reconoció que en el momento de la explosión había 38 mil litros de sustancias tóxicas, pero activistas afirman que hubo mucho más. 

A una cuadra de distancia se encontraba el cuartel de bomberos, quienes sólo tenían agua para contener el fuego y no sabían a lo que se estaban enfrentando. 

Los bomberos fueron criticados por usar agua para combatir el incendio de productos químicos, sin embargo, gracias a esto lograron enfriar dos tanques de xilol, líquido altamente inflamable y propenso a la explosión. De no ser por eso, la tragedia pudo ser mucho mayor, afirma Rosalinda. 

Ella recuerda con claridad cómo las personas caminaban por la calle, confundidas, intoxicadas y asustadas. La nube tóxica era tan grande que el pueblo oscureció durante horas

Las personas llegaban al hospital bañadas en líquidos y polvos tóxicos. Eran tantos los intoxicados, recuerda Rosalinda, que tuvieron que utilizar el gimnasio municipal para atenderlas. 

Las personas que vivían cerca de la planta fueron evacuadas. Algunas regresaron a sus casas al día siguiente, otras esperaron tres días para volver. Una vez que bomberos y voluntarios lograron contener el incendio, la gente intentó rehacer sus vidas.

La lámina que hacía de techo en Anaversa fue adquirida a bajo costo por un chatarrero que tenía una hija embarazada. La niña nació sin una de sus extremidades.

Las maestras de escuela limpiaron los polvos finos sobre los pupitres de la escuela con lo que tenían a la mano. "Mi mamá murió de cáncer. Una maestra que limpió la escuela tiene cáncer de tiroides, al igual que otras maestras", dice.

Dos años después de la explosión aparecieron los primeros casos de linfomas y leucemia en las personas expuestas a los químicos tóxicos de Anaversa.

"No hay dinero que pague la vida de tantos"

Los primeros datos arrojaron 1,500 personas fallecidas hasta 1995, pero Rosalinda asegura que esa cifra "se quedó muy atrás". Para hacer un estudio a mayor escala se requieren recursos que la asociación no tiene, además de ayuda para reconstruir toda la historia de la catástrofe y levantar datos de la zona. 

A esta comunidad han llegado investigadores a tomar muestras de tejidos para examinarlas, pero "nunca jamás nos han entregado ningún resultado", afirma. 


Para ella, es prioridad lograr una remediación ambiental, invertir en infraestructura para la zona y construir un hospital de cancerología que atienda a las personas afectadas. Además considera que el gobierno debería pedir perdón a esta comunidad.

"Pero con el puro perdón no basta: debe estar reflejada en acciones. La asociación no hace esto por dinero porque no hay dinero que pague la vida de tantos".

Hoy, el inmueble que albergaba a Anaversa sigue en pie. El problema de demolerlo es que nuevamente se levantaría el polvo tóxico. Los 3 mil metros de construcción quedaron abandonados desde la trágica explosión de 1991, pero los efectos se mantienen hasta la actualidad. 

"Separar medio ambiente de salud, es un error. No puede haber salud sin un medio ambiente sano", concluye Rosalinda.