Coahuilenses desarrollan polímero para combatir crisis mundial de cítricos

Uno de los retos a vencer en la actualidad es el poco interés de los productores por erradicar la bacteria que enferma a los árboles.

Expertos aplicaron la solución en árboles enfermos, después tomaron pruebas para analizarlas y se vio que la carga bacterial bajaba. | Especial
Esmeralda Sánchez
Coahuila /

Coahuila podría sentar un precedente a nivel internacional luego de que se ha desarrollado una investigación para la aplicación de un polímero que combate de manera efectiva una de las principales enfermedades de los frutos cítricos a nivel mundial por parte del Centro de Investigación en Química Aplicada (CIQA). 

La idea nació a raíz de otra investigación en curso luego de la cual el equipo de trabajo se planteó la pregunta de qué más aplicaciones se podrían dar, explica Ramiro Guerrero Santos, Investigador Titular del CIQA: 

“Era una tesis de doctorado que hicimos en colaboración con gente de Alemania, estábamos buscando un polímero que cuando lo calientas se hace opaco, lechoso y ya no pasa la luz, y cuando se enfría otra vez se hace transparente”. 

Al terminar la tesis el doctor Guerrero pensó que el polímero podría tener otras aplicaciones y entró en colaboración con el doctor Juan Bernal de Aguascalientes: 

“Aquí ya habíamos hecho pruebas con bacterias cosmopolitas que andan por todos lados, una de ellas la e-coli que viene en materia fecal”. 

Hicieron otras con la estafilosaurus, una de las más peligrosas que suele vivir en los hospitales “si tienes mala suerte la agarras ahí y te mueres a los tres días”, ambas bacterias no soportaron la sustancia, con lo que se abrió la tesis de que ésta tiene aplicaciones antibacteriales. 

Finalmente, aplicaron y tomaron fotos del proceso en una bacteria ciliada, habitual en los charcos de lluvia y que no es patógena “tiene pelos en la superficie y con eso se mueve, era un modelo pues se puede manipular fácilmente”, colocaron una gota en un microscopio, le aplicaron otra gota del polímero y presentó una evaginación (inflamación) de la membrana celular, tratando de defenderse, misma que vació y posteriormente también murió.

Inician la investigación

Era el momento de arrancar en otro rumbo y el objetivo fue la enfermedad conocida entre los campesinos como “el virus de la tristeza”, por el estado en que deja los árboles citrícolas; proviene de China y a principios de los noventas se observaron los primeros problemas en las huertas en México, que se caracterizan por un enroscamiento de la hoja y posteriormente un moteado difuso (les salen manchas) para que finalmente vayan cayendo del árbol; cuando la flor abre en poco tiempo se caerá y con ella la posibilidad de que se obtenga un fruto. 

Aunque algunas flores se salvan y logran cerrar, en ellas empieza lo que los agricultores llaman llenado del fruto, que es el momento a partir del cual entran sustancias como azúcares y minerales, pero, aunque se llegue a este punto, el fruto se cae y la productividad de los huertos de cítricos, entre ellos naranja, limón, toronja y mandarina, se reducirá en alrededor del 30 por ciento. 

“Al final de la temporada los agricultores solo recogen 70 por ciento de lo que normalmente tienen como cosecha, y aún más, las pérdidas seguirán incrementándose en los años subsiguientes “menos ganancia, menos producción y entonces el árbol empieza a tornarse seco; las hojas se secan, las ramas se languidecen”. 

En realidad, no se trata de un virus sino de una bacteria, que trae en su organismo un mosquito parecido al zancudo, el cual llega a los árboles atraído por el olor y en los brotes muy jóvenes de las hojas “cuando apenas está creciendo una ramita” mete su aparato bucal que consta de dos picos “por uno de los picos succiona y por el otro inyecta y con esa acción inocula la bacteria, unos gérmenes muy pequeños, y empieza la enfermedad”. 

A partir de ese momento la vida del árbol está contada y será de no más de entre 4 y 5 años, al grado de que los huertos son abandonados o los campesinos optan por la opción de quemar el árbol ya que la bacteria se puede propagar. 

La reacción es la más común, señala el investigador, “llegan con insecticidas de amplio espectro y no solo matan a los mosquitos problema sino mariposas, abejas, moscas, hormigas; entonces otros organismos emergen y otro problema” pues se afecta el ecosistema existente y las poblaciones de insectos benéficos, que actualmente son vitales.

Hay que curarlos

“Lo que hay que hacer no es matar al mosquito, ni los árboles, hay que curarlos y hay que ir a donde está la bacteria que el mosquito inocula; nosotros somos expertos en nanotecnología y diseñamos unas cápsulas muy pequeñitas que solo se pueden ver con microscopio electrónico; las ampliamos 150 mil veces para poder acceder a una imagen”, esto ya que un nanómetro es la millonésima parte de un milímetro “y nuestras partículas solo hacen 100 nanómetros”. 

Se necesitaban árboles enfermos para poder aplicar la posible solución, los cuales encontraron en Paredón, Coahuila, “un ejidatario que tiene árboles de naranja, limón y toronja a la orilla de un arroyo; hablamos con él, no sé exactamente qué esperaba, pero no nos hizo mucho caso”. 

Asistieron varias semanas y aplicaron el producto mediante un sistema de inyección con jeringas de plástico, “se procedió a hacer un orificio, luego la jeringa la enroscas y le activas el émbolo y éste empieza a meter el líquido lentamente porque el agujero no tiene salida, con el tiempo el líquido empieza a entrar en el árbol”. 

Una vez en el sistema circulatorio del árbol, debe pasar un tiempo para que la inyección haga efecto; “había un árbol de toronja casi todo caído y a los 15 días que fuimos las ramas estaban vencidas por el peso de la fruta”. 

Pero se requería evidencia científica a través de unas pruebas “que se llaman QPCR” y detectan si hay o no carga bacterial. 

Colegas en Irapuato analizaron las muestras de los árboles de Paredón “y vimos de inmediato que con nuestras inyecciones la carga bacterial bajaba”; el reto ahora era encontrar un productor de mayor escala, y éste lo localizaron en Río Verde, San Luis Potosí, “yo le dije no te preocupes dónde te firmo, por si le pasa algo a tus árboles yo te los pago”. 

Guadalupe, que así se llamaba, pidió a su técnico atenderlos y lograron aplicar 20 mililitros por mes a cada árbol de una hilera que les facilitaron para empezarlos a tratar; era viajar 5 horas por carretera y el plan duró 4 meses “pero la respuesta de los árboles no es inmediata, yo sugerí que los podaran para que hubiera un llamado a la savia que está abajo y que suba para formar nuevas hojas”. 

La poda no se hizo, pero los propios investigadores tomaban hojas de muestra que congelaban a menos 80 grados y llevaban hasta Irapuato, los datos empezaron a fluir “y llegamos a verificar que en los 25 árboles que tratamos la carga bacterial bajó del orden del 40 por ciento y hubo casos en que hasta el 80 por ciento; pero la última vez que fuimos los árboles ya no estaban, el agricultor cortó a nuestros pacientes”. 

Aunque ya se tenían las pruebas “nos quedamos sin el punto final del experimento; por otra parte, esta bacteria tiene variantes, así como el coronavirus”. 

Se decidió continuar las pruebas con una variante que ataca a las plantas de tomate y las de papa en las propias instalaciones del CIQA, se germinaron semillas que al crecer significaron 12 plantas y en colaboración con la Universidad de Aguascalientes se logró bajar la concentración de bacterias en 98 por ciento, “y también ya está publicado”. 

A fin de obtener evidencia de que las partículas entraban al interior de la planta se utilizó una técnica para hacerlas fluorescentes: 

“La planta en la noche brilla, tomamos una fotografía del interior de las hojas porque ponemos el producto varias veces, cortamos la hoja, la lavamos para que no haya ninguna contaminación externa y luego hacemos cortes como si fuera una salchicha y en un microscopio especial vemos dónde están las partículas”. 

Dado que las plantas de tomate no tienen un tronco, se aplicó el polímero a través de un aspersor, por lo que una de las formas en que podría abarcarse un huerto es con un dron para uso agrícola que puede levantar hasta 20 litros del líquido “nos encantaría que viniera un productor que sí sepa, le meta dinero y haga negocio, porque el problema no solo es en México, es todo Florida que tiene no se imaginan la cantidad de árboles y eso se mide en billones de dólares, cuando yo leí el último reporte habían perdido el orden de 9 billones”. 

Otro productor de cítricos es Sao Paulo, Brasil, pero la enfermedad prácticamente ya está en todo el mundo. Uno de los retos a vencer es el poco interés de los productores, “en Nuevo León fuimos a una región que se llama Terán, cerca de Montemorelos; los productores tienen miedo de que vayas a ver sus huertos porque si descubres que tienen esa enfermedad les cae SAGARPA, no sé qué les hace, los multa o los amonesta y luego les manda los aviones con insecticida y los pone en la lista roja”; otro es que las bacterias son muy listas “y crean lo que se llama resistencia”. 

Aunque finalmente se trata de un plástico y surge la pregunta obligada de sus implicaciones a la salud de los consumidores, el doctor Ramiro Guerrero apunta que ésta “nos la hicieron desde que intentamos publicar en un Journal de la Royal Chemistry Society” y la respuesta es que la concentración aplicada es muy baja, “adicionalmente las partículas son biodegradables, por lo tanto, no durarían si por casualidad entran por el sistema digestivo. La naturaleza química es la misma que se usa en algunos jabones y detergentes de amplio uso, que a lo mucho, causa una leve irritación pasajera en la piel”.

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