Yadira López Rodríguez, una nutrióloga clínica hidalguense, de 31 años de edad, trabaja desde hace 6 años y medio en el Hospital Regional de Alta Especialidad de Zumpango (HRAEZ). Aunque trabajar en época decembrina es difícil por la melancolía de estas fechas, en este 2020 y en plenapandemia, la situación es más complicada aún.
El 24 de diciembre llegó al hospital para cubrir su turno; como es habitual, recibió su servicio con las novedades de los pacientes de los dos pisos que atendería ese turno; uno de los pisos está lleno de pacientes covid, casi todos intubados, y el otro piso que atendería corresponde a pacientes con otras enfermedades.
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Entre las novedades que recibió aquel día se encuentran tres defunciones desde la noche anterior y hasta ese momento; dos pacientes más fueron ingresados y uno de los que ya se encontraba en el piso requirió intubación. El entorno en el que se desenvuelve la joven con licenciatura en Nutrición por la UAEH; maestría en Nutrición clínica por la UVM; y taller de Soporte nutricional en el ISSSTE, es difícil.
Continúa su jornada, y revisa las nuevas indicaciones para el turno, y como parte de ellas aplicó el ayuno para dos personas cuyo estado de salud es grave, y ello les impide ser alimentadas; horas después se reporta otra defunción más.
Contacto con familiares
Y sí es difícil anímicamente enfrentar la situación al interior de los hospitales covid, como personal del área de salud también viven el dolor de los familiares, quienes permanecen afuera de los hospitales y a toda costa buscan un contacto con los pacientes.
López Rodríguez tiene que hacer una entrevista telefónica con los familiares de un paciente intubado, para determinar el riesgo de desnutrición. La llamada transcurre de manera normal, hasta que la hija del paciente le suelta un mensaje que la estremece y le genera tristeza e impotencia: “Yo sé que está dormido, pero dígale que lo queremos; yo creo que si le habla si la escucha, dígale que aquí lo esperamos”.
Siente tristeza, dice, porque no es seguro que el mensaje lo escuche a pesar de que lo transmitan, por su estado de salud; aun así, ella pasó el recado al área de enfermería, quienes están en contacto directo con los pacientes; pero también sintió impotencia, porque a veces los pronósticos son adversos para pacientes intubados a pesar de los esfuerzos médicos que se realizan.
Hace una segunda llamada, y en ella la esposa del paciente intubado le dice: “que Dios me lo cuide y a ustedes también; se los encargo mucho, feliz navidad”. Un sentimiento de nostalgia la invade “¿Se puede desear feliz navidad a una mujer cuyo esposo se encuentra conectado a un ventilador?”, se pregunta.
Las horas pasan y al visitar los pisos nota a sus compañeros cansados, agobiados por ver la muerte de cerca; el área de epidemiología del hospital solicita que la menor cantidad posible de profesionales ingrese a las áreas covid para evitar contagios entre el personal.
Con esa imagen de cansancio entre el personal médico se va a revisar el ensamble de las charolas para la cena de los pacientes junto con su compañera nutrióloga, una cena en hospital, en pleno 24 de diciembre. Coloca pequeños mensajes de aliento a los pacientes que todavía están conscientes; admite que en ese punto es difícil saber quiénes volverán a su hogar; luego de ello regresa a su cubículo y revisa las notas, los laboratorios del día… y no hay buenos pronósticos.
Urgencias, saturadas
El área de Urgencias del hospital se encuentra llena de pacientes, todos ellos con covid; entre los pacientes se encuentra un compañero suyo, quien apenas y puede hablar por las complicaciones respiratorias que le ha causado el coronavirus; en ese momento le vienen a la mente los recuerdos de los momentos compartidos con él. Ruega porque sea uno de los pacientes que puedan vencer a la enfermedad y regresar a su hogar.
Antes de terminar su turno realiza un último recorrido por el piso de pacientes no covid, quienes luchan contra sus enfermedades, las cuales, aunque son complejas, tienen mejor pronóstico frente a los pacientes covid. Y después de ello calcula cuatro dietas enterales, para administrar a pacientes intubados.
Su turno lo termina una hora después por la carga de trabajo; sale del hospital y se retira a su casa; aunque no tenía ánimos para hacer una cena ese 24 de diciembre, piensa en que está sana y decide preparar la cena para ella y su novio, Alejandro Rivera, quien es médico especialista en medicina interna y también labora en el HRAEZ. Ambos viven desde sus trincheras esta lucha contra el covid-19.
Este año no cenó con su papá y los demás miembros de su familia, en la comunidad Progreso, en Atotonilco de Tula, de donde es originaria, pero sabe que están bien y más seguros, porque no corrió riesgos y no llevó el bicho.
A la llegada de Alejandro, tras su turno en el hospital, decide hacer a un lado las cosas malas del día y pensar en el hecho de que es afortunada porque ambos están juntos y pueden compartir la mesa. Ya habrá otras navidades para estar con sus familias, de forma segura, ya vendrán tiempos mejores, confía.