Benedicta Pérez Carachure vivió una de sus peores experiencias con el nacimiento de su primer hijo: 24 horas en labor de parto, gritos de dolor, una episiotomía (corte en el tejido que separa la apertura de la vagina con el ano) y una aguja entre sus vértebras son lo que queda en su memoria de ese día.
A varios años de distancia, la hoy partera y Jefa de la Unidad de Entorno Habilitante de Labor, Parto y Recuperación (LPR) del Hospital General de Iztapalapa “Dr. Juan Ramón de la Fuente”, narra su historia deseando que ninguna otra mujer tenga que pasar por algo similar.
“Me emociona el poder contribuir a elevar la calidad de la atención a mujeres embarazadas, porque yo sufrí mucha violencia obstétrica”, cuenta a MILENIO desde la sala especial de acompañamiento que ha registrado 104 nacimientos desde que fue inaugurada en febrero de este año.
Si bien la violencia que vivió en su primer parto no fue lo que la llevó a estudiar enfermería y obstetricia, sí marcó la forma en que ejerce su labor: la unidad que ahora dirige tiene el objetivo de brindar un parto humanizado, con técnicas alternativas que mezclan el conocimiento tradicional con técnicas profesionalizadas (como ejemplo está el manejo del dolor de forma no farmacológica, en el que se incluye la aromaterapia, esferodinamia, masajes, digitopresión y manejo de la respiración).
El nacimiento 104
Andrea tiene 19 años, según marca la ficha colocada en la entrada de la sala LPR en la que fue atendida, una habitación amplia y limpia donde no hay rastro alguno de instrumental quirúrgico: desde el techo caen dos telas largas, hay un tapete de fomi de colores y frente a la cama, unas pelotas enormes que dan la impresión de estar en una sala de juegos y no en un hospital.
En este lugar nació Samantha, quien a sus dos días de vida duerme tranquila cubierta con la sábana amarilla que evita que la luz le espante el sueño. La mamá de la pequeña la sostiene en brazos mientras cuenta cómo fue su primer parto.
La primera vez que dio a luz tenía 17 años, ingresó a un hospital particular a las 5 de la mañana, pero no fue hasta 22 horas después que por fin escuchó el llanto de Yaretzi, su hija.
El dolor que sintió durante todo ese tiempo se puede describir como un cólico cuatro veces más intenso que el promedio, uno que deja la sensación de estar calentando los ovarios y recorriendo la parte baja de la espalda.
“Los doctores se me colgaron de la panza, me decían ‘No grites’. Aunque no sentía que era el momento, querían que pujara, y fue lo que me provocó un desgarre. Tenía miedo de volver a vivir algo así”, comenta al explicar porqué decidió tener a su segundo bebé en la sala LPR del Hospital de Iztapalapa.
Y es que cuando llega la hora del alumbramiento, la madre experimenta la apertura de su cuello uterino, el cual se puede dilatar hasta 10 centímetros para permitir el paso a la cabeza del bebé. Sin embargo, en algunas ocasiones pueden pasar horas antes de que se alcance la dilatación necesaria.
Si bien volvió a sentir dolor, con el nacimiento de Samantha (es decir su segundo parto) las enfermeras obstetras la ayudaron a lidiar con el malestar sin necesidad de fármaco alguno. El remedio fueron sus brazos, sus manos, trapos tibios y el control de la respiración.
“La partera que me acompaño me dijo: ‘Tú relájate, yo estoy contigo’. Me abrazo, estuvo conmigo. Me dieron confianza cuando me dijeron ‘Abrázame para que no sientas tanto dolor”, recuerda con una sonrisa.
Andrea estuvo a punto de tener a Samantha de pie. Luego de los ejercicios (entre ellos el de aferrarse a las telas colocadas a la mitad de la habitación) sintió entre sus piernas la cabeza de la niña, sin embargo, decidió esperar un poco más para que el padre pudiera ver el alumbramiento.
Una vez que el hombre estuvo a su lado en la sala, bastaron tres empujoncitos y una maniobra de la partera para que la niña saliera. La llegada de su segunda hija tardó menos de la mitad del tiempo que la primera, según la enfermera obstetra egresada de la UNAM, Alma Nayeli Hernández Martínez, hay varias explicaciones médicas para ello.
Para que una mujer dé a luz entra en juego la oxitocina, también conocida como la hormona del amor, ayuda principalmente a hacer mucho más rápido un parto. Sin embargo, si una madre está estresada, ansiosa o angustiada, libera adrenalina misma que actúa como inhibidor.
Es probable que durante su primer parto Andrea, como muchas otras madres, experimentara estrés por varias razones. Eso sumado a enfrentarse al miedo de ser madre primeriza y hallarse en medio de médicos que le gritaban para que pujara.
“Estar en un lugar relajado produce menos adrenalina y deja que la oxitocina trabaje. Por eso es que luego es más rápido”, asegura.
Además, otra ventaja del parto en las salas LRP es el vínculo que se forma con la pareja o quien acompaña el proceso. El padre de Samatha no sólo acompañó a su esposa en las sesiones de preparación previas al día decisivo, sino que también pudo presenciar el parto.
Al respecto, la especialista destacó que hay estudios en los que se ha comprobado que la mujer y el hombre producen el mismo nivel de oxitocina en el nacimiento de sus hijos.
Dar a luz ¿de pie?
En el proceso también intervinó el papel de las telas que usó Andrea, pues, como explica la enfermera obstetra, cuando una mujer inicia la labor de parto, el vientre empuja al bebé, si a ello se le suma la gravedad y el esfuerzo que implica colgarse con ambos brazos de las telas el resultado son tres fuerzas aplicadas que ayudan a expulsar al bebé hacia afuera del útero.
Es por esta razón que a muchas madres les resulta más fácil dar a luz de pie. Bajo este sentido, en la sala LRP se invita a las mujeres a elegir la posición que prefieran para dar a luz (incluso si quieren estar sentadas), las parteras se las ingeniarán para poder recibir al nuevo integrante de la familia.
"La peor posición para tener un bebé es acostada", señala la enfermera Nayeli.
Cómo se accede a este tipo de servicio
Cabe precisar que no todas las mujeres que dan a luz son candidatas para usar la sala, para ello requiere cumplir con ciertas características, por ejemplo, que la primera etapa de labor no haya durado más de 24 horas, asimismo debe tener 10 centímetros de dilatación y presentar contracciones frecuentes e intensas, por otro lado, el bebé debe encontrarse estable y en posición de expulsión.
Previo a que la madre dé a luz, debe haber recibido el servicio de atención y control de su embarazo en el Hospital General de Iztapalapa, con lo cual los especialistas podrán identificar de manera oportuna los factores de riesgo.
Actualmente la Clínica Comunitaria de Santa Catarina y el Hospital General de Iztapalapa “Dr. Juan Ramón de la Fuente” cuentan con el servicio de Entorno Habilitante de Labor, Parto y Recuperación (LPR), mismo que se ofrece de manera gratuita.
Estudios han señalado que la implementación de estos entornos fungen como una estrategia para reducir la morbilidad y mortalidad materna y perinatal, así como la depresión post-parto.