"¿Qué diablos está pasando con la temporada de huracanes?": los expertos se preguntan si el pronóstico falló

Las expectativas de una temporada hiperactiva de ciclones durante este año ha sido puesta en tela de juicio ante la calma que gobernó en el Atlántico durante los primeros días de septiembre.

El océano Atlántico se ha mantenido en relativa calma, el último huracán que se formó en sus aguas fue Ernesto | Imagen: NOAA/NHC
Lizeth Hernández
Ciudad de México /

Los ingredientes necesarios están sobre la mesa: un océano con temperaturas récord y la formación de La Niña en el Pacífico podrían integrarse para dar como resultado uno de los períodos más activos de la historia en el Atlántico. Varios pronóstico se sumaron para alertarlo: este 2024 estaría marcado por una temporada ‘extraordinaria’ de huracanes.

No obstante, luego de que la tormenta Ernesto se disipó el 20 de agosto comenzó una escasez de ciclones, lo que llevó a los expertos a cuestionar si los pronósticos fallaron.

“¿Qué diablos está pasando con la temporada de huracanes del Atlántico? ¿Será un enorme fracaso de las previsiones?”, inquirió el meteorólogo de la Universidad de Colorado, Phillip Klotzbach desde su cuenta de X

Su primera respuesta: hay posibilidad de que las predicciones sigan en pie, pues el Atlántico parece haber despertado.  

Un comienzo prometedor

Alberto fue el ciclón encargado de abrir la temporada en el océano Atlántico, pese a que no alcanzó a convertirse en huracán, su presencia en el Golfo de México bastó para desencadenar lluvias torrenciales en territorio mexicano e inundaciones en Estados Unidos.

Poco después de que la tormenta tocó tierra, al este, alejándose de la costa de África, una perturbación atmosférica terminó por convertirse en Beryl, considerado hoy el huracán categoría 5 más temprano registrado en aguas atlánticas.

El huracán 'Beryl' provocó estragos durante su avance por el Caribe y el Golfo de México . (Foto: Omar Brito)

La presencia y características de ambos ciclones comenzaron a dar cuerpo al pronóstico emitido por la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA) y respaldado por la Organización Meteorológica Mundial (OMM): se avecinaba una actividad superior a la normal con la posibilidad de que se formaran hasta 11 huracanes.

Debby y Ernesto se sumaron poco después para dar como resultado una temporada “muy por encima de la media hasta mediados de agosto”, como afirma el último reporte de la Universidad de Colorado.

Sin embargo, y contra todo pronóstico, la dispersión de Ernesto marcó también la disolución de las expectativas: durante el mes en el que climatológicamente el Atlántico se vuelve muy concurrido, las aguas permanecieron en calma.

Hasta el 4 de septiembre el Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos (NHC, por sus siglas en inglés) mantenía vigiladas cuatro zonas con posible formación de ciclones, no obstante las probabilidades de que se convirtieran en tormenta eran muy bajas.

"Un puñado de 'quizás' y unos cuantos 'probablemente no' en el mapa de hoy. No se puede pedir un aspecto más dócil para empezar septiembre", señaló el especialista en huracanes y experto en marejadas ciclónicas, Michael Lowry en sus redes sociales.

Sin nuevos huracanes a la vista, el grupo de investigadores del Departamento de Ciencias Atmosféricas, Universidad Estatal de Colorado comenzó a buscar explicaciones.

¿No hay una razón?

No hay una sino varias respuestas para explicar porque los pronósticos (que parecían más que acertados) comenzaron a claudicar ante el viento y el mar.

Y es que, más de un factor pudo haber ‘conspirado’ en su contra, como explican Philip J. Klotzbach y colegas del Departamento de Ciencias Atmosféricas de la Universidad de Colorado. 

En primer lugar, los investigadores detectaron un cambio de ruta que podría ser clave: usualmente cuando la vaguada monzónica se desplaza al norte trae consigo más ciclones, sin embargo, este 2024 se movió tanto hacia el norte que terminó por ocasionar aire seco en los subtrópicos. Dado que se requiere mucha humedad para la formación de huracanes, este tipo de aire terminó por sofocar las posibilidades.

En el caso del océano Pacífico, se tiene previsto que mantenga su baja actividad debido a que las temperaturas del agua son más bajas de lo usual | Especial

Curiosamente, el hecho de que la vaguada se haya movido más de lo esperado podría estar relacionado directamente con una de las condiciones que en un principio detonó la rápida formación de un poderoso huracán: las altas temperaturas en el agua.

Por otro lado, pese a que el calor récord se ha mantenido en el mar, este año hay un nuevo elemento que no se experimentó en 2023: altas temperaturas de la troposfera, la capa de la atmósfera que se encuentra en contacto directo con la superficie terrestre.

Así, el calor récord del océano, sumado al de la troposfera están provocando un efecto estabilizador que termina por suprimir la creación de ciclones.

El tercer elemento que podría estar entorpeciendo el proceso está en el viento: el aumento de sus cambios bruscos de dirección y velocidad (mejor conocido como cizalladura) en la zona del Atlántico oriental “puede ser una de las razones por las que hemos visto un desempeño muy anémico”, como detalla el reporte de la Universidad de Colorado.

Por último, el movimiento de una ficha clave terminó por desfavorecer la jugada: se trata de la oscilación Madden-Julian, una zona de bajas presiones que recorren todo el mundo en un periodo de 30 a 60 días y que tiene efectos tanto en el océano como en la atmósfera.

De acuerdo con los meteorólogos, usualmente su presencia favorece la formación de grandes huracanes (de categoría 3 o superior), sin embargo, tras dar algunos pasos hacia el este y ubicarse entre los océanos Índico y Pacífico, provocó más cizalladura del viento.

Entonces…. ¿Qué se puede esperar?

La temporada de huracanes ha tenido dos caras en lo que va del año: la primera, enérgica, la segunda extremadamente tranquila. Ahora, si bien la calama gobernó por unas semanas, parece que el Atlántico vuelve a virar a su lado más agitado. 

Pese a los elementos con los que disponía el clima auguraban una actividad “por debajo de lo normal” en las siguientes semanas, el pasado 9 de septiembre se logró la formación de Francine en el Golfo de México. Además, solo dos días después el NHC alertó la vigilancia de una perturbación con altas probabilidades de convertirse en la próxima tormenta tropical: Gordon.

¿Será entonces el resto de la temporada un fracaso o se mantienen las expectativas? Los especialistas aún no se despiden de la posibilidad de un periodo de ciclones agitado.

El continuo calentamiento extremo del Atlántico, la tendencia hacia La Niña y la previsión de baja cizalladura indican que la temporada aún puede recuperarse durante la segunda mitad. El pico climatológico de la temporada es el 10 de septiembre”, adelanta Klotzbach.

Se prevé que las condiciones sigan mejorando a partir de la segunda mitad de septiembre, no solo por el comportamiento del viento, sino que además, la estabilidad atmosférica podría alterarse.

“Climatológicamente, las temperaturas de la superficie del mar y el contenido de calor del océano aumentan hasta fines de septiembre y principios de octubre, mientras que las temperaturas en los niveles superiores comienzan a bajar”.

Por lo tanto una temporada hiperactiva de ciclones aún es posible. Aunque, como advierten los meteorólogos, los pronósticos siempre pueden cambiar.

LHM 

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