En agosto de 2021, mientras promocionaba su nuevo libro Dopamine Nation, la psiquiatra de la Universidad de Stanford Anna Lembke ahondó en el tema de la adicción durante una conversación con Terry Gross.
Lembke explicó que la dopamina es el neurotransmisor “que por lo regular comunica las experiencias placenteras, embriagadoras y gratificantes”; cuanta más dopamina libera una experiencia o sustancia, y cuanto más rápido lo hace, se vuelve más adictiva. En su libro, Lembke afirma que la recuperación ante la adicción requiere un reajuste radical que a menudo debe incluir un “ayuno de dopamina”: básicamente, evitar los placeres para ayudar a reequilibrar el cerebro.
Lembke no es la única que promueve el puritanismo como cura para la adicción. En los últimos años, la idea de que resulta beneficioso hacer un ayuno de dopamina —que suele consistir en abstenerse de drogas, azúcar, porno, redes sociales e incluso subidones saludables como socializar— se ha extendido rápidamente por Silicon Valley y sitios como TikTok.
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Quienes lo recomiendan sostienen que, al igual que el alcohol y otras drogas, los teléfonos, los videojuegos, las compras, los alimentos muy procesados y las apuestas insensibilizan a las personas a la dopamina, lo que hace más difícil resistirse a nuevos caprichos. Afirman que los gigantes de las industrias farmacéuticas, tecnológicas y alimentarias aprovechan sus conocimientos sobre la dopamina para enganchar a la gente a sus productos. Una táctica de contraataque es abstenernos de divertirnos tanto como sea posible. Hemos sobrepasado nuestro límite de crédito de placer, así que tenemos que volver a ajustarnos al presupuesto.
El problema de esta reducción neurocientífica es que el exceso hedonista no es la causa de la adicción, además de que el papel de la dopamina en el cerebro no tiene que ver únicamente con el placer. Aunque la dopamina desempeña un papel importante en la adicción, no es el factor que atrapa a la gente en la autodestrucción. Los estadunidenses no enfrentan en este momento una crisis de adicción porque obtengamos demasiada dopamina de la sobreabundancia de emociones baratas. Nuestro problema, más bien, es la falta de conexión, comunidad y propósito.
Complejidad cerebral
Es fácil entender por qué la gente cree erróneamente que la búsqueda del placer impulsa la adicción; en las películas y las autobiografías sobre adicciones, la experiencia con drogas como la heroína se describe como más placentera que un orgasmo multiplicado por mil, o como “besar a Dios”, como dijo una vez Lenny Bruce.
No obstante, aunque la gente compara la adicción a las redes sociales con el crack o los opiáceos, nadie califica de sublime la ansiedad compulsiva por ver videos en TikTok.
En el cerebro, el placer y la adicción son increíblemente complejos. Cuando la dopamina se libera en determinados circuitos neuronales la respuesta es que queramos repetir comportamientos que nos hacen sentir bien, que suelen estar vinculados a experiencias que propiciaron la supervivencia y el éxito reproductivo de nuestros antepasados.
Pero la dopamina también afecta a los circuitos neuronales que controlan el movimiento. Por eso un auténtico ayuno de dopamina sería una idea terrible. Quienes sufren la enfermedad de Parkinson lo saben de primera mano: su enfermedad se debe a la destrucción progresiva de las neuronas que contienen dopamina, especialmente las que controlan el movimiento. Esto provoca temblores y dificultad para moverse. Sin embargo, aunque esta enfermedad puede causar depresión y apatía, no siempre es así.
La dopamina está relacionada con la creación de un deseo de repetir acciones que provocaron placer en el pasado, no con crear la sensación de placer en sí. Para complicar aún más las cosas, también existen al menos dos tipos diferentes de placer: la experiencia de deseo y expectativa (denominada “querer” por los investigadores) y la experiencia de saciedad, comodidad y satisfacción (conocida como “gustar”).
Esta diferencia es más evidente en el comportamiento sexual. La emoción de la excitación y la atracción es muy distinta al placer del orgasmo y la euforia posterior. La dopamina impulsa el deseo; el placer y la satisfacción están más asociados con la liberación de los opioides naturales del cerebro.
La dopamina nos motiva a aprender sobre el mundo porque nos ayuda a predecir qué produce experiencias positivas y nos anima a repetirlas. En cambio, la adicción está impulsada más por la compulsión a repetir una experiencia que por la intensidad del placer que se siente.
Las endorfinas también juegan
Cuando el consumo ocasional de drogas se convierte en adicción, se activan diferentes circuitos de dopamina en el cerebro. Al principio, las partes del cerebro asociadas con la emoción del deseo (dopamina) y el gozo de la satisfacción (endorfinas) son las más activas. Una vez que alguien se hace adicto, la actividad se desplaza a una parte del cerebro en la que la dopamina está relacionada con comportamientos repetidos, hábitos casi incontrolables que a esas alturas se vuelven difíciles de cambiar. En otras palabras, la adicción tiene que ver con la compulsión irreflexiva, no con el hedonismo.
Mi experiencia con la adicción a la cocaína lo ilustra perfectamente. Al principio, consumirla me producía sentimientos de capacidad, confianza y euforia. Pero el consumo crónico, durante el último año, me produjo todo lo contrario al placer: todo el tiempo quería más, aunque cada consumo solo aumentaba mi ansiedad y mi miedo; lo que quería era completamente distinto a lo que me gustaba. Lo más terrible es que, a pesar de que sabía que odiaba los efectos de la cocaína, no pude hacer que mi cerebro dejara de programarme para consumir más, hasta que fui a rehabilitación.
Ahora que estamos rodeados de tecnología y otras experiencias potencialmente adictivas, debemos centrarnos en lo que causa las compulsiones, no preocuparnos por lo que le da placer a la gente. La ansiedad compulsiva es lo que hace que las redes sociales, los teléfonos móviles y todo lo demás parezca crack. Las recompensas no se comparan en absoluto con la intensidad de la experiencia con drogas, pero como las plataformas ofrecen recompensas casi de la nada, capturan el circuito de dopamina del “querer” en el cerebro que busca predecir dónde hay recompensas.
Estos patrones impredecibles de recompensa son fundamentales en todo tipo de adicción. Por fortuna, incluso entre quienes prueban las sustancias o actividades más arriesgadas, solo se engancha una minoría. Las personas vulnerables a la adicción suelen correr más riesgo porque no logran lidiar con sus problemas; quizá debido a una enfermedad mental que no pueden controlar, a la experiencia de un trauma, a la desesperación por un desplazamiento económico y social o a una combinación de todo lo anterior (en mi caso, fue un intento de mitigar la depresión y el trastorno del espectro autista). La adicción no consiste en buscar más placer, sino en quitar el exceso de dolor emocional.
En conclusión, el problema no es que seamos un montón de hedonistas enganchados a los “subidones de dopamina” del capitalismo, sino que muchos no somos capaces de satisfacer las necesidades sociales, físicas y emocionales de forma saludable. La solución, por lo tanto, no es prohibir o renunciar a los escapes potencialmente adictivos, aunque deberían regularse para minimizar los daños.
En lugar de un ayuno de dopamina, lo que necesitamos en realidad es un festín de dopamina que nos haga desear experiencias que de verdad nos gusten más que responder compulsivamente a los antojos.
c.2024 The New York Times Company
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