Con la develación de una placa escultórica que conmemora el 475 aniversario de la fundación de la ciudad de Zacatecas, el ayuntamiento recordó el lunes al artista plástico Juan Manuel de la Rosa, fallecido el pasado 15 de julio.
La placa donada por De la Rosa fue colocada al pie de la fuente de los Faroles, en el corazón del Centro Histórico de Zacatecas. A la ceremonia asistieron sus hijos Valentina, Natalia y Pablo Emiliano, así como su compañera de vida, la actriz Diana Bracho, y el alcalde Salvador Estrada González.
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El homenaje continuará el próximo martes con la develación de un mural de cerámica en el Salón de Embajadores del Palacio de Gobierno de Zacatecas, en un sitio que el artista proyectaba como un lugar de contemplación, para el que incluso diseñó unas bancas especiales.
En entrevista, Diana Bracho recuerda que ella siempre se mostró fascinada y enamorada del arte de Juan Manuel de la Rosa, “no sólo de su pintura, grabado, escultura y cerámica, sino incluso del hecho de que preparaba sus pinturas. Nunca usó acrílico, pinturas químicas, siempre utilizó pinturas orgánicas. Tenía su bote de grana cochinilla que él mismo molía. Con el añil pintaba esos azules maravillosos. Mis recuerdos en cuanto a su arte son muchísimos, además de que tengo muchas obras suyas en mi casa, desde tapetes que diseñó, cuadros, esculturas. Pero también tengo los recuerdos íntimos, que son tal vez los más importantes y los más dolorosos…”
—¿Cómo era como persona?
Era un hombre muy complejo, como buen artista. ¿Qué artista no es complejo? Si fueran los artistas planos no se meterían en ese mundo a veces oscuro, lleno de nubes, pero también de sol. No era protagónico, era un hombre muy discreto en cuanto a su vida personal, un poco como yo. En eso nos parecíamos, yo nunca hablo de mi vida personal. Era muy complicado —ríe—, pero por ejemplo, en alguna presentación de una exposición en un museo le pasaban en el micrófono y decía: “Yo no puedo hablar porque soy muy tímido”, pero bla, bla, bla… Tenía esta complejidad, lo que a mí me gustaba porque hace a una persona mucho más rica.
Era un hombre con cierto desorden, con cierto caos en su vida, pero con un orden interno muy fuerte, sobre todo en relación con su trabajo. Era un hombre de una disciplina impresionante. Siempre lo admiré porque en eso también nos parecíamos mucho. Incluso enfermo pintó todos los días. Al final de su vida estaba pintando obra fantástica. Era muy tímido, pero cuando se soltaba el pelo y hablaba del papel, de las pinturas, de Colombia o de otras cosas, era increíble.
—Háblenos sobre el Club de Lectura y el Museo Comunitario que estableció en Sierra Hermosa, su tierra natal.
Tenía un profundo sentimiento de orgullo por ese proyecto. Después de haber viajado toda su vida por todo el mundo —yo le decía tienes el símbolo del abandono—, siempre regresaba a Zacatecas. Siempre regresó a su origen, a ese pueblo del que salió cuando era muy niño, forzado por las circunstancias, por la pobreza, buscando sus padres una vida mejor.
Inició este proyecto hace 20 años en Sierra Hermosa con un amor impresionante y también con gran discreción. Sí hablaba de eso, pero realmente se conoce poco la amplitud de todo lo que hizo. Primero abrió el Club de Lectura para los niños con 200 libros que le regaló Alejandro Aura y que ahora tiene 6 mil ejemplares. Él diseñó las mesitas, las sillitas y los libreros para que los niños, en vez de irse a ver televisión, se fueran a leer. Y, en efecto, muchos niños de ese club ahora son profesionistas porque la lectura les abrió el mundo. Estaban destinados a la pobreza, a trabajar como campesinos cuando lloviera o a morirse de hambre, pero algunos de ellos son médicos, pedagogos… Era su orgullo ese club porque siempre amó la lectura, le pareció que era la puerta del conocimiento, la puerta de ser mejores seres humanos.
—¿Y el museo?
Es un museo muy chiquito, donde antes guardaban a los burros. Lo limpiaron y armaron ese museo con obras de artistas muy renombrados, amigos suyos, Toledo entre ellos. Tenían un sistema de préstamo. Por ejemplo, la señora de la tiendita iba y decía: “¿Me presta ese cuadro, por favor?” Firmaba y se lo llevaba a su tienda y en lugar de poner un calendario de encueradas, colgaba un cuadro de Felguérez, por ejemplo.
También abrió un taller de tejido de tapetes para mujeres. Esas mujeres que estaban abandonadas —ya sabes, el síndrome del ranchero borracho que les hacía un hijo cada nueve meses—, de pronto están trabajando en un taller, creando cosas maravillosas. Organizó un taller de costura donde las mujeres hacen los uniformes de las escuelas de Zacatecas. Le cambió la vida a tantas personas. Eso para él era su gran obra y por fortuna todo se mantiene, porque su hija Natalia, historiadora del arte, aplicó para una beca para continuar con el proyecto de su padre.
—¿Qué es el arte para Diana Bracho?
El arte es la esencia de la vida. Sin arte, los seres humanos no seríamos humanos. El hombre tiene la capacidad de hablar, crear, escribir, pintar y hacer música. Sin eso, los seres humanos seríamos nada. Es muy triste que el arte en nuestro país no cumpla un lugar central en las prioridades nacionales.
PCL