Fundador y colaborador de MILENIO, el escritor, periodista, ensayista y crítico literario José de la Colina murió ayer en la tarde a los 85 años, en su casa de la colonia Florida, al sur de la Ciudad de México.
Nacido en Santander, España el 29 de marzo de 1934, De la Colina llegó con su familia a México, procedente de República Dominicana luego de la Guerra Civil Española, donde desarrolló su vocación por la escritura.
A su primer libro, Cuentos para vencer a la muerte, publicado en 1966 por Juan José Arreola, le siguieron otros como La tumba india, Tren de historias, Muertes ejemplares o Libertades imaginarias, obras que, en sus palabras, le brindaron la posibilidad de hacerle el “amor a las palabras, de violarlas, para luego ser violado por ellas”.
Autor inclasificable (“aunque si dices inclasificable, ya lo estás clasificando”, ironizaba con toda razón), su profesión fue el periodismo cultural. Su pasión, el cine. Su vocación, la escritura.
Poseedor de una escritura fina, el autor de la columna Inmortales del Momento, De la Colina fue una rara avis en palabras de Octavio Paz, quien lo definió como “un autor singular: su prosa es una de las mejores de México”.
Integrante del consejo de redacción de revistas como Nuevo Cine, Plural, Revista Mexicana de Literatura y Vuelta, escribió también en Ideas de México, La Cultura en México, La Nouvelle Revue Française, La Palabra y El Hombre, Letras Libres y México en la Cultura, entre otras publicaciones.
Premio Nacional de Periodismo Cultural 1984 por El Semanario Cultural de Novedades y Premio Mazatlán de Literatura 2002 por Libertades imaginarias, en 2005 recibió el Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez. Ganó la Medalla de Bellas Artes en 2009 y el Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2013 por De libertades fantasmas o de la literatura como juego.
Vivir el cine
Larga y apasionada fue su relación con el cine. Junto a Tomás Pérez Turrent, publicó en 1984 el libro Luis Buñuel, prohibido asomarse al exterior, que recopila alrededor de 50 horas de entrevistas con el cineasta español.
El cine italiano (1962), Miradas al cine (1972) y El cine del “Indio” Fernández (1984) fueron otros de los libros en los que De la Colina dejó plasmada su pasión por el cine.
Melancólico lúdico
Dueño de un talante melancólico, al tiempo lúdico, siempre memorioso, en ocasión del homenaje por sus 75 años de vida, el escritor afirmó: “El ego no lo tengo tan alto como quisiera, pero cada vez que lo subo, baja: inmediatamente aparece ese animal que lleva uno sobre el hombro, que es el crítico”.
Jefe de redacción del suplemento Sábado de unomásuno y durante años director de El Semanario Cultural de Novedades, De la Colina encontró en el periodismo cultural su modus vivendi: sin carrera profesional, “más que los seis años de primaria en el Colegio Madrid y unos seis meses de prevocacional en el Politécnico”, halló su propia universidad en los libros, los amigos y el cine.
“Tuve que vivir del periodismo, de lo cual no me arrepiento: he tenido mis malos y mis buenos momentos”, diría en ese homenaje que resultó tan conmovedor como divertido.
En aquella ocasión refirió que “el escritor, aunque no gane mucho dinero —son pocos los que lo ganan— es un privilegiado respecto al obrero, porque la mayor parte de los obreros hacen un trabajo que ellos preferirían no hacer o realizar otro. Se les paga realmente por sacrificarse haciendo lo que no les importa. Para mí escribir es, ante todo, una diversión, un entretenimiento. Se trate de lo que se trate”.
Durante la entrega del Premio Villaurrutia De la Colina aprovechó la ocasión para referirse a sí mismo con un “escritor mexicano. Aquí me formé como escritor, aquí existo como escritor, aquí incluso he sido incluido en varias antologías —menos en la de mi amigo Carlos Monsiváis que se murió antes de que yo pudiera desquitarme—, pero soy un escritor mexicano porque aquí me formé, con la universidad del aire”.
Alguna vez Pepe, nada de maestro, trato que le disgustaba, se refirió a la muerte: “Pienso que voy a quedar como un escritor olvidado y la verdad, uno escribe también para tener una especie de inmortalidad, pensando que un día, aunque esté muerto, alguien va a leer una página y yo voy a estar vivo gracias a esa lectura. Esto suena muy solemne, pero pon que lo dije sonriendo”.
Arte supremo
Consideraba a la música “el arte supremo, porque no necesita de elementos ajenos a ella misma: no requiere tema ni decir algo concreto o tener un mensaje”.
AspiraciónConfesaba que le habría gustado ser baterista, “porque ofrece un gran momento de desenfreno, de deshacerse de angustias a través de un ruido que, al mismo tiempo, es música”.
Ascensor a Miles
Miles Davis, escribió, “hizo que la mediana película Ascensor para el cadalso fuese una obra maestra por gracia de su banda sonora”.