'Adiós, señor Haffmann' y la crueldad de la guerra

Adiós, Señor Haffmann del cineasta Fred Cavayé, nos cuenta sobre esos años de incertidumbre durante la Segunda Guerra Mundial en los que muchos hombres y mujeres lucharon hasta sus últimos días.

'Adiós, señor Haffmann', la película. (Especial)
Daniel Francisco
Ciudad de México /

En un sótano de las calles de París, en plena Segunda Guerra Mundial, languidece la libertad, se desvanecen las esperanzas. En esa oscuridad y aislamiento se escuchan las botas militares nazis.

Los parisienses conviven con el enemigo mientras el señor Haffmann se oculta en un rincón de su propio negocio, el cual ha tenido que ceder a su antiguo empleado. De lo que se trata es de sobrevivir. No hay forma de salir de la ciudad, la persecución contra los judíos es la constante. A lo único que se aferra es al recuerdo de su familia que alcanzó a huir.

Adiós, Señor Haffmann del cineasta Fred Cavayé y protagonizada por el actor Daniel Auteuil nos hace preguntarnos: ¿en qué momento termina la lealtad y prevalece la ambición?, ¿es válido avanzar, aunque se quebrante a otro ser humano?

El nuevo dueño de la joyería, un “francés puro” se enfrenta a la disyuntiva de hacer negocios con los nazis. A pesar del descontento del Señor Haffmann no hay marcha atrás. La guerra rompe lealtades, apresura traiciones, provoca que muchas personas se quiten sus máscaras y muestren facetas desconocidas, ese monstruo apaciguado, latente.

Fred Cavayé, cineasta. (Twitter)

Herbert Lottman en su libro La caída de París escribió que la corresponsal de la revista Life, Clare Boothe, visitó la Gare du Nord, la estación de ferrocarril que conectaba París con el nordeste. Era mayo de 1940 y los alemanes estaban a cien kilómetros de París. Una enfermera le preguntó:

"—Señora. ¿Es usted americana?—. Cuando la periodista le dijo que sí, la mujer añadió: Entonces debe decirme la verdad: ¿quién nos ha traicionado?".

Semanas previas a la llegada de los alemanes a París, los franceses vieron las señales de la guerra inminente. Lottman dice que “las cajas que esperaban ser cargadas en el patio del Museo del Louvre llevaban unos números sin ningún significado, a fin de que los transeúntes no pudieran conjeturar qué tesoro artístico se estaba cargando. Pero algunos parisienses no pudieron dejar de pensar que el arte partía hacia la seguridad, mientras ellos se quedaban atrás”.

Adiós, Señor Haffmann nos cuenta sobre esos años de incertidumbre en los que muchos hombres y mujeres lucharon hasta sus últimos días, hasta quedarse sin fuerzas.


EHR

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