Al escritor Andrés Ordóñez (Ciudad de México, 1958) le ha tocado vivir las dos Cubas. Por un lado, su esposa es cubana y ha convivido con la gente; por el otro, fue diplomático en el sexenio de Vicente Fox.
Pero su fascinación por la isla comenzó desde los 17 años y ha continuado a lo largo de su vida, por eso y para entender ese país escribió el libro El mito y el desencanto. Literatura y poder en la Cuba revolucionaria (Ariel).
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El libro ahonda en la relación entre el mito de la revolución cubana y la producción literaria que, de acuerdo con la editorial, fue cómplice, crítica de la mitología del poder e, incluso, un actor político más.
—¿Cuál es tu relación con Cuba?
La revolución cubana fue una pieza fundamental en mi educación sentimental política por influencia de mi madre. La primera vez que fui a Cuba yo tenía 17 años, estaban las movilizaciones hacia Angola y el nivel de vida era extraordinario, una constitución física de los niños que contrastaba con lo que yo veía en México y era una cuestión fascinante. Veinticinco años después regreso a Cuba como diplomático y el panorama es otro. Cómo explicarme esa transición tan brutal fuera de la retórica del bloqueo, que es más un discurso político que una realidad concreta.
—¿El lector podrá entender mejor la historia de la isla?
Creo que es un libro bastante equilibrado en el sentido de que el interés fundamental es entender un proceso que se refleja en la literatura sin vituperar a nadie, sin glorificar a nadie, simplemente tratando de entender un fenómeno tan apasionante que nos toca tan de cerca a los mexicanos, especialmente a los de nuestra generación, como es la revolución cubana.
—¿El fenómeno cubano no es uno solo?
Todo fenómeno es múltiple y una comprensión, ya no digamos cabal sino más amplia, implica vincular el fenómeno que se estudia con todas las determinantes posibles. En el caso de la revolución cubana, lógicamente están todas las determinantes externas, es hija directa de la Guerra Fría, en el momento en que el paradigma de guerra fría se disipa también se disipa la revolución cubana. Por otro lado también tiene que ver con esta tradición católica-española que hemos heredado los hispanoamericanos. Es evidente en la retórica, en la fraseología de la revolución: “La historia me absolverá” o “hasta la victoria”, y tal vez también eso determina que el fenómeno cubano haya sido tan amplio y tan profundamente aceptado en América Latina.
—¿Cuál es la relación entre historia y literatura?
Es una relación indisoluble. El escritor, cuando ficcionaliza la realidad, en buena medida lo que está haciendo es aprobando, criticando o negando las claves sociales de la construcción de realidad. En el caso de la literatura en Cuba, durante el periodo revolucionario vemos este tránsito interesantísimo entre un entusiasmo en la construcción del mito revolucionario, entendiendo mitos no como mentiras sino como creencia compartida sobre la cual se edifica en este caso la cultura revolucionaria. Se pasa de ese entusiasmo mitificante a un desencanto profundo, como lo revela la literatura del gran escritor Pedro Juan Gutiérrez.
—¿Y la revolución cubana?
Es parte de un proceso de construcción de identidad nacional y que tiene que ver con el hecho de que Cuba se independiza casi en el siglo XX, en 1898. Vemos que es un proceso entorpecido por la Intervención estadunidense; llega a la revolución, parece que va a consolidar ese proceso, genera un discurso que niega el periodo republicano y articula un discurso ultrasoberanista, pero vemos que, con todo y revolución, Cuba es un país que ha necesitado siempre de un sostén externo, en principio era España después Estados Unidos, Venezuela y ahora, al parecer, vuelven al regazo de Rusia.
—¿Es un problema muy complejo?
Vemos un fracaso económico, aunque esto sí puede ser un resultado de la gran problemática no solucionada hasta la fecha. ¿Cómo es posible que una sociedad tan preparada, ubicada estratégicamente en la entrada del Golfo de México no se haya convertido en un Singapur? Eso tiene que ver con todo un proceso de cultura política que implica muchísimas determinantes.
—¿A dónde se dirige Cuba?
La respuesta es compleja, creo que el reto de Cuba es acabar de generar su identidad, pero sobre la base ya no de figuras mesiánicas como Martí y luego el comandante Castro, sino con base en asumir la incertidumbre característica de la realidad contemporánea y sacarle provecho al cosmopolitismo propio del proceso de construcción de la cultura cubana.
—¿Por qué lo crees?
Porque estamos considerando la realidad como realidades estáticas y nos negamos a perfilar un futuro de esa relación. Frases del presidente como el que Cuba es un país “como para irse a vivir”, caramba, depende cómo. Como diplomático se vive súper bien, pero vivir como cubano es otra cosa. Conozco las dos realidades. Irse a vivir a Cuba, como cubano, no se lo deseo a los amigos de la revolución cubana. Pero insisto, es un país extraordinario apasionante, entrañable, y que vale muchísimo la pena estar siempre cerca de Cuba.
—¿Trabajar en Cuba fue un sueño cumplido para ti?
Es un lugar extraordinario, es un ambiente de una cultura riquísima donde hay también una compenetración extraordinaria con México. A mí me tocó todo el periodo terrible del “comes y te vas”. Yo era encargado de negocios cuando nos ocuparon la embajada, era extremadamente difícil en la relación bilateral, pero jamás recibí de ninguna autoridad y mucho menos de la gente un maltrato o un mal modo.
—Después de esa situación, ¿las relaciones entre Cuba y México volvieron a la normalidad?
Yo creo que alcanzaron un equilibrio pero nunca más fue lo mismo. La evolución política de México marcó un derrotero muy distinto porque la clase política cubana es extraordinariamente conservadora. Esta circunstancia marca un distanciamiento, una mutación en la naturaleza de la relación bilateral con México. Ahora, con el gobierno del presidente López Obrador hay un mayor acercamiento que es patente y estamos en una etapa de reencuentro que, a mis ojos, de lo que carece es de visión de futuro.
PCL