Lo primero que llama la atención de Libros alegres (El tapiz del unicornio) es la capacidad lectora del escritor Armando González Torres. Su voracidad para buscar libros, datos y escritores ayuda a otros lectores a descubrir todo un mundo que puede sacar varias sonrisas y dar un respiro en tiempos aciagos.
En entrevista con MILENIO, el autor de la columna Escolios, del suplemento cultural Laberinto, habla de sus ensayos, a los que califica como “autoayuda de altura”.
Para escribir hay que ser un gran lector.
La lectura siempre ha sido para mí un refugio y trato de ser un lector omnívoro. Desde luego, mis campos principales son los de la literatura, pero creo que la excelencia en la escritura se encuentra en todos los terrenos. Soy lector de las más diversas materias. A mí me interesa mucho salir de la zona de confort de los escritores, que es la simple literatura, y leer de todo, creo que es una manera muy fecunda de contaminarse.
¿En qué te ayudó el periodismo para escribir?
Yo estoy muy agradecido con el oficio periodístico porque te obliga a la concisión, es un gran gimnasio del estilo, del periodismo cultural, y esta construcción de espacio te obliga a ejercer poder de síntesis, poder de selección y a practicar la escritura más directa y más expresiva.
Libros alegres es una selección de 60 ensayos que llevan al lector a distintos universos a partir de libros y escritores que originalmente fueron publicados en Laberinto, sin embargo, el escritor reveló que los textos fueron obsesivamente corregidos aunque no tienen adiciones importantes.
¿Cómo hiciste la selección?
Quiero hacer un matiz a una dicotomía que creo que hay mucho en la producción contemporánea, tanto de literatura como de pensamiento. Por un lado, este pesimismo apocalíptico, donde se ve, digamos, la modernidad sin ninguna salida. Y en el lado contrario está la idea de la autoayuda norteamericana de que con la mera voluntad uno puede ser feliz. A mí me interesaba establecer algunos matices y por eso elegí libros y autores que, si bien ni buscan ser edificantes ni buscan ser complacientes, sí establecen un matiz.
En este sentido, creo que podríamos hablar de una tradición de autoayuda de altura que viene desde los helenistas griegos y que llega al siglo XX.
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¿Entonces, sí existen los libros felices?
Desde luego que sí, en la literatura también hay una tradición de la sonrisa, de la celebración de la vida que viene desde Safo, desde los líricos griegos, llega hasta la poesía de Szymborska y pasa por los grandes ensayistas ingleses.
Me interesa mucho reivindicar esta gran tradición. Creo que todos estos autores, aparte de su inmensa calidad literaria, ejercen un efecto lenitivo en el lector. Uno sale de ellos más fresco, más optimista y más contento.
¿Por qué crees que a los lectores les atrae más el lado oscuro de la literatura?
Pienso que tiene mucho que ver con un fenómeno comercial. Creo que es muy rentable el pesimismo y la visión apocalíptica. Muchos de estos filósofos que están en el candelero, sus ventas parten de ofrecer visiones absolutamente sin salida y se traduce también en una enorme irresponsabilidad a la hora de ejercer diagnósticos, como pasó en la pandemia. En los ámbitos de la literatura hay ciertas tendencias en la literatura, como la llamada autoficción y sobre todo la autoficción que tiende a lo más tremendista, a lo más exhibicionista, y también está muy bendecida por el mercado.
¿Escribes acerca de las inquietudes de la humanidad?
Sobre todo son inquietudes personales. Este es un libro muy íntimo en el sentido de que es un registro de afinidades con autores y con pensadores. Me interesan autores que tienen un gran realismo y sentido de las proporciones, tienen una idea muy clara de los alcances y límites de lo humano, de las virtudes y defectos de la naturaleza humana. En ese sentido, no se hacen ilusiones excesivas, no son creadores de utopías, pero tampoco son creadores de pesimismo artificial. Es ese equilibrio analítico y emocional el que me hace sentir tanta empatía; creo que a través de la lectura uno indaga en sí mismo y, a través de las simpatías que estableces con un autor, uno se va conociendo.
¿Eres un cazador de autores y de libros?
Trato de huir también en este sentido de las inercias críticas, de las modas, porque en esto que mencionas tienes razón. Si uno va a las librerías y ve la mesa de novedades, te vas a encontrar unos 50 indispensables que de repente, al paso de un año, ya no vas a reconocer ni a identificar. Y en este sentido, sí creo que uno debe procurar las mejores compañías y no las que están de moda. Y eso sí implica una búsqueda, un registro, quizá ese es el mérito del libro, he tratado de escapar a las vitrinas en una búsqueda que no siempre es fácil en muchos sentidos, pero he tratado de encontrar otro grupo de afinidades, de convocar un grupo distinto a la conversación.
¿El libro funciona porque al ser humano nos gustan los relatos?
Somos consumidores de relatos y muy a menudo construimos nuestra vida a partir de narrativas ideales. Digamos que somos capaces, muy a menudo, de actuar contra el instinto o incluso contra la razón con tal de seguir un relato ideal, un personaje ideal, y la brevedad de mis ensayos es gracias al oficio periodístico.
¿Qué planes tienes?
Tengo un libro sobre el papel que puede tener la utopía en la vida moderna y otro de ensayos que se llama Cura la poesía, son los temas alrededor de los que estoy trabajando.
APA.