Para Maryam Touzani (Tánger, 1980) lo más bello en el cine es poder contar lo íntimo, lo humano, aquello que ocurre a puerta cerrada, más allá del peso que pueda tener, por ejemplo, la religión sobre sus personajes, que en el caso de los femeninos se trata de mujeres fuertes, combativas, nunca sumisas.
Quizá por ello la periodista, guionista, actriz y cineasta marroquí logró algo inédito con sus dos primeras películas de ficción: Adam. Mujeres de Casablanca (Adam, 2019) y Le Bleu du Caftan (2022) han llegado en sendas ocasiones a la sección Una cierta mirada del Festival de Cine de Cannes.
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De hecho, como guionista de su esposo, productor y colaborador Nabil Ayouch, Touzani también había entrado en 2021 a la competencia por la Palma de Oro con Haut et Fort. Casablanca Beats, sobre un grupo de jóvenes aficionados al hip-hop en Marruecos, que se convirtió así en el primer filme del país árabe en aspirar al mayor reconocimiento en el célebre balneario francés desde que Abdelaziz Ramdani compitió en 1962 con Âmes et Rythmes contra cintas como El ángel exterminador, de Luis Buñuel, El eclipse, de Michelangelo Antonioni, El proceso de Juana de Arco, de Robert Bresson, entre otras joyas.
Después de que se presentó en septiembre pasado en la Cineteca Nacional, Adam. Mujeres de Casablanca se reestrena en las pantallas de Xoco y en cartelera comercial, mientras que Le Bleu du Caftan está por presentarse en la 75 edición del festival de Cannes, que se celebra del 17 al 28 de mayo.
En entrevista desde Dinamarca, Touzani conversa sobre su bellísima opera prima, con un guion inspirado en una historia autobiográfica de cuando ella era estudiante y una mujer soltera embarazada llegó a su casa paterna a pedir trabajo y alojamiento para después entregar al hijo en adopción, un papel que la cineasta delegó con tino a la actriz Nisrin Erradi (Samia) quien confronta a la viuda Abla (Lubna Azabal), madre de una niña adorable que se convierte en la conexión entre ambas mujeres, Warda (Douae Belkhaouda), y amada y cortejada por el proveedor de su panadería, Slimani (Aziz Hattab).
—Su película Adam no es una historia de Las mil y una noches. Aborda un tema muy duro, las madres solteras en Marruecos. ¿Es una situación recurrente en su país?
Sí, las historias de madres solteras en Marruecos son una realidad social muy, muy dura, que me conmueve y enfurece. Pero, no quise hablar de un sujeto en particular, sino de personajes que me conmueven y que encontré en mi propia vida, como el de Samia, una madre soltera que llega a la ciudad desde la provincia. Sí, es una realidad social que viven muchas mujeres y niños en Marruecos, donde una de las peores cosas que le pueden ocurrir a una mujer es tener hijos fuera del matrimonio.
—Los rostros de Samia y Abla aparecen muy maltratados, el maquillaje... ¿Es deliberado?
Mis personajes aparecen muy golpeadas por la vida, porque la vida no ha sido fácil para ellas. Pero Samia y Abla son mujeres muy fuertes, muy combativas, no son para nada sumisas. Todos en algún momento de nuestra vida tenemos debilidades, y Samia atraviesa un momento de debilidad, igual que Abla, aunque de otra manera, pero son combativas. En relación con el realismo, para mí era muy importante tener personajes anclados en la realidad, no hacer con el maquillaje algo ficticio. A mí no me gusta maquillar la realidad, quería mostrar mujeres en su cotidianidad, en su vida, en la dureza y rudeza, y en la belleza también, porque hay algo muy bello justamente en la realidad que se muestra en esos rostros que en realidad no están maquillados y tienen sus arrugas, sus ojeras, sus marcas, porque todas esas marcas cuentan nuestra trayectoria y la vida de cada uno de nosotros.
—La niñita, Warda, que interpreta genial Douae Belkhaouda, es el lazo que une a su madre Abla y a Samia; sorprende que ella está muy entusiasmada con el embarazo de Samia, pero, al mismo tiempo, está consciente de que no podrá conservar al niño. ¿Cómo la encontró y preparó?
Es una buena pregunta. Justamente, yo quería un pequeño rayo de sol en esa casa. Busqué a esa niña durante mucho tiempo, y a tres semanas de filmar no había encontrado a la pequeña Warda, a la actriz que la interpretaría, me habían presentado muchas niñas, pero no tenían la verdad que yo buscaba, estaban más en la actuación. Yo quería una niña que fuera más simple en su acercamiento, más veraz. Un día, en la medina de Casablanca, trabajábamos en la escena del horno de pan, y vi a tres pequeñas niñas que corrían en el callejón donde se encuentra ese horno. Una se volvió, me miró, yo la miré y vi esas pequeñas cosas en sus ojos, que me conmovieron. Me acerqué a ella y comencé a hablarle, busqué a su mamá y, después de ese encuentro vinieron muchos otros. Le hablé del personaje, le expliqué la situación que vivía Samia y cuál era su papel en el filme. Y poco a poco nos convertimos en amigas. Trabajé mucho con ella, porque es extremadamente tímida. Pero, poco a poco, trabajando con ella, se soltó y reveló tener una sensibilidad extraordinaria y un verdadero talento de actriz. Fue muy conmovedor porque al final del filme me dijo: “Sabes, Maryam, siempre quise ser actriz pero mis padres me decían que dejara de soñar. Y ahora soy actriz”. Y fue muy conmovedor porque al principio no me contó eso para influirme, no dijo nada cuando nos encontramos, eso me pareció extraordinario.
—El filme se desarrolla completamente dentro de un mundo femenino; sin embargo, me parece que también hay una reivindicación de los hombres. Los filmes de países islámicos que llegan a México suelen cuestionar el machismo en esas sociedades. ¿Dónde está el machismo en Adam?
Justamente. Para mí no hay necesariamente machismo. Es una sociedad muy dura. Como se ve en las escenas del horno, Samia es criticada por otras mujeres, no por los hombres; cuando el propietario del horno le cede un taburete para que se siente porque está embarazada, son mujeres quienes la critican por estar embarazada sin estar casada. Las mujeres pueden ser muy duras entre sí. Para mí es importante no contraponer a hombres contra mujeres, una sociedad debe evolucionar con todos juntos, no quise justamente golpear a los hombres. Cuento historias porque quiero hablar de lo humano y eso humano no tiene nada que ver con ser hombres o mujeres, para mí va más allá. Las historias que cuento no están ligadas a eso. Cuento esta historia entre Samia y Abla por mi embarazo y por el encuentro del personaje de Samia que conocí en la realidad, eran cosas que me conmovían profundamente y de las que tenía ganas de hablar. Además, no todas las películas que haré van forzosamente a tener las historias un nexo con las mujeres, para mí es hablar de lo humano. En Adam hay personajes como Slimani, que es un personaje positivo, que ve a Abla con ojos sinceros, que la ama por lo que es, que es consciente de su lucha y que la respeta. Pienso que hay muchísimos hombres así, incluso en las sociedades más machistas. Y por eso creo que es importante no hacer amalgamas.
—También en los filmes del mundo islámico siempre hay religión. Pero en el suyo no ¿Por qué?
La religión no aparece justamente porque no es importante para los personajes, porque la religión ya tiene su lugar, y sus vidas no están dictadas por la religión. No obstante, la religión tiene peso en sus vidas, no la religión en sí, sino la interpretación de la religión que se impone por una mala comprensión de la religión; por ejemplo, cuando Abla dice que el amor no está hecho para las mujeres, esa parte en la que ella no pudo hacer su duelo por de su marido ni decir cuánto lo había amado, eso no lo dicta la religión sino la creencia, la tradición alrededor de la religión, todas estas creencias que resultan de la religión van a dictar la vida de las personas, y es ese miedo de cuestionar las tradiciones, que a veces para unos son muy bellas, pero para otros no. Abla cuenta que ella quería acompañar al cuerpo del marido hasta el entierro, ella habría querido hablarle, tocarlo, pero no tuvo la oportunidad de hacerlo justamente por la tradición ligada a la religión, porque en la religión no está eso escrito, pero hay una tradición que no podemos cambiar. La religión no está en sus vidas porque no está en la práctica obligatoria, pero está como una presión alrededor de los personajes ligada, pero no es la religión en sí .
—¿Cómo llegó a esta escena hermosa cuando Abla es obligada por Samia a escuchar la canción de Warda que amaba y comienza a bailar, en un gran momento, incluso muy erótico del filme?
Gracias. Esa escena es una de la más importante para mí. Me espanté en esta parte porque yo no quería prepararla mucho, a mí no me gusta ensayar demasiado con los actores. Me gusta hablar mucho de las escenas y de los personajes, así que preparé esta escena y los diálogos a través de la discusión, de empujar y empujar a las actrices para una mejor comprensión de los personajes, pero a la hora de filmar quería guardar la espontaneidad. No me gusta ensayar la emoción. Esta escena la preparamos mucho antes, porque representaba un momento en la vida de Abla muy especial en el que ella va a retomar el gusto por vivir. Todo lo que está pasando es muy doloroso porque ella se enfrenta a esta música que le recuerda cosas felices, y no hay cosa más dura que recuerdos felices cuando estamos en un momento en el cual la persona que estaba ahí ya no existe más. Es un instante crucial en la vida de Abla porque es una mujer que va a comenzar a renacer. Justo eso pasa por la comprensión de ese momento por parte de las actrices. Cómo Samia, por amor, va a obligar a Abla a escuchar la música, cómo la enfrenta a eso. Y cómo Abla, después de la resistencia del principio, se va a dejar invadir por la vida otra vez. Es algo muy doloroso pero después viene el renacimiento, poco a poco, que pasa a través de su carne, de sus venas. Y esta mujer se va a abrir a otras posibilidades. Sí, es una escena extremadamente importante.
—¿Cómo conecta Adam con su nuevo filme Le Bleu du Caftan, seleccionado este año en Cannes?
Se conectan, primero, porque Lubna Azabal también protagoniza Le Bleu du Caftan. Y la consanguinidad entre las dos películas parte de un deseo de contar lo íntimo, la vida detrás de los muros, de las puertas, de las fachada, de lo no dicho. Mi nuevo filme es la historia de una pareja, de una mujer, Mina, que sabe que su marido, Halim (Saleh Bakri), es homosexual, pero no hablan sobre el tema, porque es lo indecible. Y viven así durante 25 años hasta que llega un momento en que deberán enfrentarse a ello. Creo que lo más bello en el cine es poder contar esto íntimo, entrar a la piel de los personajes y vivir una experiencia con ellos. Como en Adam, está enfocado en los personajes, en las relaciones, cómo evolucionan las relaciones entre la gente, eso es lo que más me apasiona. La sociedad siempre está anclada y los personajes parecen anclados en esa sociedad. Halim está anclado a esa sociedad que no va a aceptar su homosexualidad y en esa sociedad Mina está obligada a ayudar a su marido, a protegerlo, incluso a protegerlo de sí mismo, pero lo hace por amor. Son seres que evolucionan a puertas cerradas en una sociedad, y vivimos esa intimidad a través de la cámara que cuenta esta historia para acercarnos a ellos. Esa es la proximidad y consanguinidad entre ambos filmes.
PCL