El poeta Christian Peña (Ciudad de México, 1985) ha buscado con su poesía armar el rompecabezas del pasado de su padre, al que en su más reciente libro, Quirón (2023), agrega otra pieza: su propia paternidad, que encaja en una galaxia de versos con una figura mitológica y astronómica: el centauro, un héroe padre de héroes que le valió el Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2023.
“Quirón parte de dos imágenes o aproximaciones: la mitológica, Quirón es el centauro por excelencia, mitad hombre y mitad caballo. Y la astronómica, un centauro es un cuerpo celeste, asteroide y cometa a la vez. Y por esa indefinición comienza la búsqueda del libro. Su veta fundamental es el tema del padre, la voz poética con mi padre, la voz hacia mi hijo y mi figura como padre”, comenta Peña en entrevista.
Desde Rubén Darío con su “Coloquio de los centauros” (Prosas profanas, 1896), nadie se había ocupado como Peña del maestro y padre de muchos héroes huérfanos, hijo a su vez de un filicida y caníbal, Saturno, para moldear en una vasija, fruto de la sombra, la imagen y el mito de la paternidad.
“Sucedió que un día cargaba a mi hijo en hombros (por el Eje Central) y, de pronto, vi la sombra proyectada y pensé que eso se semejaba a una criatura particular, que los dos conformábamos una criatura distinta a cada uno de nosotros, e imaginé esas vasijas griegas en que se tallaban los mitos. Fue así como comencé la escritura del libro, llevó su tiempo hacerlo y al final ya estamos aquí”.
El poeta cabalga sobre Quirón con Homero, Vladimir Holan, Emily Dickinson, el mismo Rubén Darío, en este segundo libro suyo publicado por la editorial Vaso Roto de Jeannette L. Clariond que, como Expediente X. V. (2020), dedicado a Xavier Villaurrutia, ganó un premio en honor a un contemporáneo: con el primero, se adjudicó el Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada 2020 y el más reciente, el jueves 16 de mayo, como profecía cumplida, el Xavier Villaurrutia, que dan escritores.
Mitología y formación
Creador de mitologías propias a partir de mitologías clásicas o mitos literarios mexicanos, Peña ha ganado todo premio importante en México; de hecho, desde 2008, casi todos los años ha ganado uno.
El escritor reconoce que la figura del caballo y el héroe se han venido uniendo en su poesía desde que publicó Janto (Tierra Adentro, 2010), sobre el caballo de Aquiles, que obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven Francisco Cervantes Vidal, o el también premiado Heracles: 12 trabajos.
Si sacó en el FCE Me llamo Hokusai, que ganó el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2014, Peña ha apostado más a las editoriales independientes, como Vaso Roto y Cuadrivio, que editó El síndrome de Tourette (Premio Nacional de Poesía Amado Nervo), Veladora (Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta) y Heracles, 12 trabajos (Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde). Y, en 2024, con Elefanta, debuta en prosa con Padres huérfanos (Premio Edmundo Valadés de Minificción 2022).
Es su segundo libro y su segundo premio importante seguido con Vaso Roto. ¿Hay ahora una internacionalización de su obra poética con esta editorial?
Para mí es fundamental la labor que hacen Jeannette L. Clariond y su equipo de traer a nuestra lengua poetas de otras lenguas, traducirlos, compartirlos, llegar a otros lectores. Vaso Roto es mi editorial y Jeannette es mi editora y hace un trabajo increíble, me gustan estas apuestas editoriales. El lector de poesía no siempre encuentra los libros que busca en las mesas de novedades; tiene que buscarlo en el último librero del último rincón de la librería o pedirlo y esperar que lo traigan o sacar fotocopias de internet. La poesía es resistencia. Para mí este reconocimiento es también para Vaso Roto, porque es importantísima la labor que hace. Y otra de sus virtudes es que, por su tesón, su visión y la particularidad de crear un catálogo exigente, no sólo llegan a España (mis libros), me ha buscado gente de Argentina, de Colombia, que me leyó allá. Por la exigencia de su catálogo, la gente la busca. Y, como autor, te puedo decir que me llena de alegría que mi trabajo y obra lleguen a más lugares.
En 2012 publicó Heracles, que el año pasado reeditó en Cuadrivio. El héroe y Quirón están ligados en la mitología griega. ¿Cómo los concibió usted para reunirlos en su obra?
Tengo un libro anterior a Heracles, 12 trabajos, que se titula Janto y básicamente toma la figura mitológica del caballo de Aquiles, al que cuando el héroe de la Ilíada llora la muerte de Patroclo, los dioses le permiten hablar. Es el primer libro al que recurrí a la figura mitológica del caballo. Luego vino Heracles, que es la figura del héroe, los 12 trabajos que el héroe tenía que enfrentar en su cotidianidad y también literariamente. De tal suerte que Quirón pudiera ser la reunión: Janto, un caballo; Heracles, un héroe; y, al final, Quirón, el centauro, mitad hombre y mitad caballo, pero también un héroe griego.
“Para mí los mitos, la mitología griega son fundamentales en mi formación como lector y como autor, así que no es azaroso que la figura del centauro esté presente en este libro. Sí, es una muy buena pregunta, porque yo sí he pensado que esos libros, Janto, Heracles, 12 trabajos y Quirón son una especie de trilogía sobre esa parte del mito y se aborda en diferentes temas. Al final es eso: Janto es un caballo, Heracles es un humano y Quirón es una mezcla de ambos”.
¿Quirón es su libro más autobiográfico?¿Por qué el padre se vuelve central en su poesía? Ya estamos hablando de tres biografías: la de su padre, la suya y ahora también la de su hijo.
Voy a acentuar un poquito. Yo sí escribo mucho sobre la figura paterna. Mi primer libro, justo se titula Lengua paterna (Ediciones Sin Nombre, 2009) y a lo largo del libro es uno de los temas más recurrentes. Si bien no del todo velado, pero siempre ha sido una constante. En Me llamo Hokusai (FCE, 2014), la figura paterna también es importante. Aquí en Quirón lo que es distinto es que ahora tengo la perspectiva de escribir desde quién es el padre; en mis libros anteriores es específicamente la perspectiva de mi padre, de mi relación con él como hijo; aquí en Quirón está también la relación con mi hijo Oliver. Eso sí es distinto.
También, en su primer libro de prosa, Padres huérfanos (2024), que ganó el año pasado el premio Edmundo Valadés de cuento.
De hecho, acaba de salir también recientemente, lo publica Elefanta Editorial. Es una visita a la orfandad de mi padre y a la orfandad de Juan Rulfo. Sí, es el primer libro de prosa que escribo y también tuvo la fortuna de merecer un premio de Bellas Artes. El tema del padre sí es un tema al que yo vuelvo en más de un libro. Y me interesa, claro, porque la imagen del padre siempre es complicada de precisar. Un padre, sin importar si estuvo presente o no en la vida de alguien, es un retrato complicado de elaborar, no emerge tan rápidamente como la figura de la madre. Por otro lado, me interesa la lengua que hablo, mi lengua paterna, y siempre estoy revisitando, buscando en qué otra forma reescribir lo que pienso y lo que siento, hacia dónde puedo llevar el discurso, la forma de mis poemas.
Quirón empieza con esta hermosísima imagen y metáfora de la sombra de usted y su hijo en hombros, un centauro. ¿Quirón es entonces una reconciliación con esta figura del padre?
Sí, sí, claro. Hay un grado de renuncia y de contacto con el mundo que tiene uno como hijo cuando el padre te baja de sus hombros y tienes que andar por ti mismo, hay un encuentro con el mundo, que, dependiendo del padre que uno haya tenido, puede ser más ligero o más rudo. Sí, para mí sí es importante la figura del padre puesta aquí en Quirón, y sí también es una forma de hablar con mi padre. Yo tuve un padre espléndido, realmente la única cosa que me ha negado es saber su pasado, de tal suerte que yo he intentado en cada libro armar el rompecabezas del pasado de mi padre. Es lo único realmente que me negó en algún punto, y que tampoco tenía ninguna razón para compartírmelo; pero los hijos, también desde esa perspectiva, desde esa mitad humana o mitad bestia que puede ser uno con sus padres o con sus hijos, queremos saber, conocer de dónde vinimos, cuál es nuestro origen. Entonces sí hay algo de origen y de reconciliación y de búsqueda con la figura paterna.
El otro ámbito de Quirón es el Centauro en el cosmos, los asteroides, los planetas como Saturno, su padre. En otro poema bellísimo compara el acto de nombrar cuerpos celestes con el bautizar hijos.
Es un poema que se titula “Asteroide o cometa”. Caí en cuenta que cuando uno descubre un cuerpo astronómico, un asteroide, un cometa, se le suele poner nombre, el nombre de la persona que lo descubrió. Para mí, nombrar y por qué tenemos un nombre y cómo se nombran las cosas han sido temas que también me han preocupado (Me llamo Hokusai responde a eso, el nombre que uno puede tener o los múltiples nombres con los que uno puede reconocerse). En Quirón, volviendo al punto de cuando se descubre un cuerpo celeste, se le nombra, yo pensaba que puede suceder lo mismo con un hijo, cuando tenemos un hijo lo nombramos y puede ser que lo nombramos porque lo hemos descubierto, porque lo hemos traído al mundo. Pero, con un hijo en realidad sucede distinto, creo que lo nombramos para no extraviarnos a nosotros mismos, porque uno puede borrarse, perderse, puede no saber qué lugar está parado, frente a la experiencia del hijo.
¿Y por eso cabalga en los hombros de otros grandes poetas?
La médula del mito de Quirón es que es un padre de héroes, formador, mentor de héroes, de héroes huérfanos. Él es herido de muerte por una flecha, pero como es inmortal, realmente él no puede morir por esta herida, él se dedica entonces a curar el dolor de las demás personas, él está destinado a curar el dolor de los demás, no el suyo propio. En ese sentido, las lecturas de Vladimir Holan de su libro Dolor, de Emily Dickinson, de ese verso suyo que fue fundamental en el que menciona que “...las estrellas no son hereditarias”, yo quería conversar con ese verso de Dickinson, pensar que las estrellas podrían no ser hereditarias o podrían sí ser hereditarias, que la paternidad puede ser una estrella que se hereda.
A diferencia de sus libros anteriores, Quirón parece no buscar romper con los géneros, es más “tradicional” en sus versos, estilo y estructura. ¿Por qué?
Me ocurre que, mientras avanzo en la escritura, lo que menos me interesa es justo reconocer un estilo propio, encontrar esa voz poética que en tiempos anteriores era la búsqueda esencial del poeta. Siempre he dicho que intento reconocer los ecos que han reconstituido mi formación poética, por un lado. Por otro lado, nunca me propongo, cuando comienzo a escribir, a hacer un libro de poemas porque si yo pienso en escribir un libro de poemas, voy a terminar haciendo un libro como cualquier otro.
“En Expediente X. V. pretendía escribir un expediente policiaco sobre la obra y muerte de Xavier Villaurrutia, de tal manera que las imágenes, los testimonios, todo funcionaba como expediente. Pensé Me llamo Hokusai como un catálogo razonado sobre una posible exposición del artista japonés Katsushika Hokusai, si yo fuera el curador, qué habría escrito sobre la exposición”.
¿Qué es entonces Quirón?
Con Quirón sucede lo mismo. Yo, que soy algo torpe con las manos, soy torpe con cosas que se pueden solucionar o crear con las manos, en esta imagen del padre con el hijo en los hombros proyectando la sombra, me pregunté: ¿qué ocurre si yo hago una vasija, una vasija griega, si yo tuviera que colocar en una vasija griega las escenas que constituyen mi padre y mi hijo? ¿Cuáles serían? La línea que he explorado es la poesía, pero el lugar en que surgen esas obsesiones o ese motor no siempre es el libro de poemas. Esto es lo que a mí me exige que un libro no sea tan parecido al libro que escribí anteriormente o que viene.