Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942) eligió traje oscuro para recoger el Premio Cervantes que le entregó el rey de España, Felipe de Borbón. Llevaba también un crespón negro en la solapa en homenaje a sus paisanos asesinados en los últimos días.
“Permítanme dedicar este premio a la memoria de los nicaragüenses que han sido asesinados por salir a la calle a reclamar justicia y democracia, y a los miles de jóvenes que siguen luchando sin más armas que sus ideales porque Nicaragua vuelva a ser república”, declaró el autor justo antes de comenzar su discurso.
Enseguida vinieron los aplausos en el paraninfo de la madrileña Universidad de Alcalá de Henares. El discurso de Ramírez rindió tributo a sus dos progenitores literarios: Cervantes, por supuesto, pero también al nicaragüense Rubén Darío, poeta y maestro, quien “devolvió a la península una lengua que entonces resultó extraña porque venía nutrida de desafíos y atrevimientos, una lengua que era una mezcla de voces revueltas a la lumbre del Caribe”.
Darío, infaltable
El ministro de Educación y Cultura español, Íñigo Méndez de Vigo, fue el anfitrión y recitó versos de Darío. Recordó “las horas difíciles que vive Nicaragua” y aseguró que Sergio Ramírez “ha dotado a la cultura en lengua española de porvenir, al cargarse a la espalda a la generación posterior al boom, para desmentir que la grandeza de las letras latinoamericanas fuera flor de un día”.
Con el título Viaje de ida y vuelta, el discurso de Ramírez tejió el traje habitual de lo que se hace cada año en la entrega del Cervantes: homenajear a sus precursores, reivindicando la lengua española y, por supuesto, brindar los agradecimientos correspondientes. “Vengo de un pequeño país que erige su cordillera de volcanes a mitad del ardiente paisaje latinoamericano, al que Neruda llamó en una de las estancias del ‘Canto General’ ‘la dulce cintura de América’”.
El premiado se declaró sin embargo poeta, en el sentido de buscar palabras “que van más allá de sus propios límites expresivos”. Y es que la poesía es, para el autor de Margarita está linda la mar, “la sustancia inevitable de la prosa”. También se refirió al exilio permanente de miles de centroamericanos hacia la frontera de Estados Unidos “impuesto por la marginación y la miseria”, y el “tren de la muerte” que atraviesa México “con su eterno silbido de bestia herida”, y “la violencia como la más funesta de nuestra deidades, adorada en los altares de la Santa Muerte” o las fosas clandestinas que se siguen abriendo y los basureros “convertidos en cementerios”.
La mayor libertad
Para Ramírez, “no hay nada que pueda y deba ser más libre que la escritura, en mengua de sí misma cuando paga tributos al poder el que, cuando no es democrático, solo quiere fidelidades incondicionales”. El autor defendió que los novelistas son más bien “testigos de cargo” y su oficio es “levantar piedras”. “Si debajo lo que hallamos son monstruos, no es nuestra culpa”, añadió.
Fue su madre, Luisa Mercado, la que le enseñó a leer el Quijote y también obras de clásicos como El Arcipreste de Hita, el Marqués de Santillana, Jorge Manrique, Lope y Quevedo. Y fue su abuelo, Teófilo Mercado, quien construyó la mesa en la que escribió: “Cervantino y dariano, ato mi escritura con un nudo que nadie puede cortar ni desatar. Un nudo de palabras en mi oído desde la infancia, amamantando en una lengua híbrida que traía los viejos sones del siglo de oro represados en la arcaica arcadia verbal campesina, y entreveradas a estas palabras, que brillaban como gemas antiguas entre el polvo de los siglos, las de la lejana lengua náhuatl y desde muchos antes las de la lengua madre”.
Como no podía ser de otra manera, recordó su experiencia guerrillera en el Frente Sandinista: “Y si un día me aparté de la literatura para entrar en la vorágine de una revolución que derrocó a una dictadura, es porque seguía siendo el niño que se imagina de rodillas en el suelo de la venta presenciando la función de títeres del retablo de Maese Pedro, ansioso de coger un mandoble para ayudar a don Quijote a descabezar malvados”.
Caudillos de feria
Además, denunció, en clara alusión a su antiguo amigo Daniel Ortega, a los “caudillos enlutados antes, caudillos de feria hoy, disfrazados de libertadores, que ofrecen remedio para todos los males”.
En la parte final de su discurso, Ramírez agradeció a varias personas su apoyo y cariño. Por un lado, recordó la “deuda imperecedera” con los escritores del boom latinoamericano como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar o Mario Vargas Llosa, “tan próximos” al escritor y que “tanto” le enseñaron.
En su discurso, el rey Felipe destacó de Ramírez que “hoy reconocemos a un embajador de Cervantes y de la patria de Darío que, con usted, ha vuelto a casa, a esta casa que es la lengua de todos”.
Dotado con 125 mil euros, el Premio Cervantes está considerado el Premio Nobel de las letras en español, y reconoce la trayectoria de un escritor que haya contribuido a enriquecer el legado.