Un conteo que divisa el panorama: los mejores libros del 2021, vol. 2

Esta es la segunda parte de los 25 mejores libros del 2021 de las plumas locales. Ahora nos vamos del 21 al 18.

Un conteo que divisa el panorama: los mejores libros del 2021, vol. 2 Foto: Especial
Israel Morales
Monterrey /

Así comenzamos esta segunda parte con el conteo del 21 al 18 con libros que nacieron en Nuevo León, con temas como el amor, la poesía dispersa, la muerte y las memorias de un cura mexicano en la amazonia de Perú en los años ochenta.

21. Alejandro del Bosque - No alcancé a llegar y me hice de tu amor - edición de autor, distribuido por Oficio

El poema de amor se lee en toda su expresión: en el ser, en el tramo infinito, en la noche, frente a los demás, en el paisaje, en el espacio sitiado, en el manifiesto. Está en el despertar, en el dormir, en el lugar menos imaginado, en los libros, pues. Esta es la obra de Alejandro del Bosque y el amor como epicentro: “Es delito no habernos conocido./ Es ilegal imaginarte lejano./ Es aberrante no amarte lo debido./ Es anormal no desearte cercano./ Es impúdico no besarte en público./ Es inmoral saberte confinado./ Es arbitrario no sentirte conmigo./ Es degenerado no tomar tu mano./ Es antinatural privarnos de ambos./ Es execrable deshierbarme de ti” (pág. 20). Hay también formas breves de encaminarlo: “Amarte fue saber de silencios/ saber a silencios/ oír con ellos/ transitar/ devastarse en la alegría” (pág. 14). Y otras que se aleja, se va: “Antes yo era su amor preferente./ Hoy soy solo una referencia,/ notificación eludida/ contraseña olvidada/ caricia predecible/ inoportuno encuentro” (pág. 39). Pero queda la palabra: “La poesía, amor, es un cántaro lleno de ruidos y silencios./ Sin la poesía, nuestras existencias/ dejan de hacer ruido,/ dejan de hacer silencio,/ y solo queda un cántaro indispuesto/ fisurado/ rebosante de vacíos” (pág. 73).

20. Eduardo Zambrano - Disperso - UANL

A Eduardo Zambrano se le da lo del despiste poético y se le agradece una obra llena de todo aquello que de pronto nos arrolla sin saberlo. Agradable fruición de no saber por dónde viene la palabra: “De un libro usado o en un blog/ De las biblioteca más íntima o ante un performance en la calle/ Del correo de un amigo/ o lo que dejó escrito la nube en el cielo/ Las palabras que te hacen el día/ nadie sabe de dónde/ ni cuándo/ ni como llegarán/ Escuchando así parece increíble/ pero hay que confiar en sus promesas” (pág. 52). Palabras que se esparcen, que se difuminan en el yo, que desmienten con propiedad hacia dónde apunta la pluma, porque cambiamos de humor como de poemas: dolores, inventarios, observaciones para encontrar las siete diferencias, álbumes, de gratitud. Para Eduardo Zambrano y su poemario Disperso se antoja decirle: échese otros: “Doy gracias a los dioses por los días inútiles./ Por no tener nada qué hacer y no angustiarme./ Gracias por la lectura./ Gracias por la poesía o por un simple aforismo./ Gracias por que puedo escribir la palabra belleza y entrar en ella” (pág. 25). Aquí va una “Selfie con la letra Z”: “Zafio. Mal actor. Despistado./ Zaherido en la espalda baja./ Zurdo para torear el misterio./ Zurdo para dispararle a los traumas./ Zurrado de miedo en el zafarrancho entre vicios y virtudes./ Zona de peligro: ‘yo’ frente al espejo de una cantina./ Zonceras de esas y otras que no voy a declarar./ Zapatero, finalmente, de mi destino./ Zambrano, Eduardo Antonio” (pág. 38).

19. Sergio Pérez Torres - Los arcoíris negros - Editorial De Otro Tipo¬/Conarte

Sergio Pérez le da una visión distinta a lo que se tiene por común en el tema de la muerte. Ésta se acerca de distintas formas: en el presagio: “A veces espero que la muerte venga (…) El claxon suena cerca, miro un automóvil negro a través de la ventana. Es la muerte. Al fin viene por mí. Estoy listo” (pág. 11). En la reflexión que alienta la propia literatura: “Todos los autores serán, cuando llegue su momento, contemporáneos de la muerte. Escuchar a los muertos es una labor de paciencia, de amor incondicional” (pág. 69). Pero esta se manifiesta desde sus cercadas geografías, puesto que en el imaginario de los personajes de esta obra acude a los lugares propicios, a modo de resurrección, para “volver a morir”, como en el segundo apartado, de la pareja que casi despide su relación. En las catacumbas, en París, la armonía está dispuesta con el dulce olor a muerte, lo mismo en la naturaleza (muerta) de la familia que se desploma en el cerrar de ojos para siempre: “Pudo haber muerto atropellada o por golpes de los desconocidos, pero dicen que murió de tristeza” (pág. 29). Los suicidios tienden un puente con manifestaciones del arte o de quienes encuentran en el mismo las respuestas. “Doctorados en suicidio” o quienes se ahorcan en el clóset como única salida, tras una desgarrada relación, de los simples vaticinios: “Wey, tú muérete”. Algo hay en esta obra que permite abrir una percepción distinta a como se acostumbra sobre la muerte. Este libro de Sergio Pérez se evoca distinta, rara y con sus variantes, de lo personal a lo colectivo; como el Museo Nacional de la Muerte, que visita uno de sus personajes, lo que suena a “pleonasmo” cuando fuera de ese lugar, a lo largo de este país, hay narcofosas, caídos por gravedad de la Bestia o las tristes historias de un casino en Monterrey o en una guardería en Hermosillo: “¿No era todo México un museo vivo de la muerte? También yo soy mi casa” (pág. 76).

18. Elías López Bautista - Un cura mexicano en la amazonia peruana - Oficio

El padre Elías López Bautista se adentró como misionero en la región amazónica de Perú, en el Vicariato Apostólico de Yurimaguas en 1989. Estas memorias pueblan de significados este viaje que lo llevó a conocer esa parte de Sudamérica entre ríos y paisajes verdes. Desde luego la misión siempre se da bajo el concepto religioso, pero cuando explora en el contexto social, el padre Elías narra lo que le tocó presenciar en tiempos difíciles para los habitantes de esas geografías, ante la penetración de los emerretistas (Movimiento Revolucionario Túpac Amaru) y Sendero Luminoso. La brutal realidad la cuenta desde su posición, en donde el terrorismo trastocó y estremeció la vida social de esos pueblos y en lo religioso siempre estuvo encaminado a sopesar los embates. Y cita varios ejemplos, como cuando en la Pampa Hermosa llevó el mensaje de un coronel del ejército para evitar una masacre con los miembros de la MRTA o cuando lo visitaron unos encapuchados también de este grupo y cómo su respuesta fue elocuente basada en su fe y doctrina luego de algunos cuestionamientos. Y es que es difícil que por estas páginas no se toquen estos temas de víctimas de atentados y desapariciones, a los que dedica capítulos al detalle y con una vasta documentación, apoyado desde luego en sus experiencias y en cifras de la Comisión de la Verdad y Reconciliación y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, de las cuales entresaca algunos aparatados para dar un panorama de la situación del conflicto que le tocó presenciar y en la que hubo muchas víctimas. También está el mensaje de su misión que al estar en un sitio que es parte vital para la naturaleza sufría debido al maltrato que se le daba a su ecosistema, y que con el tiempo ha sufrido ante el cambio climático. Ya desde la década de los 80 se tenía constancia de si no se actuaba a tiempo esto repercutiría en el mundo. Este es el testimonio de la fe del padre Elías y de su paso por una época convulsa en Perú.


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