En una sociedad donde aparece la violencia de forma indiscriminada, el sostén estable que da lugar a un orden legal desaparece completamente, aunque ese orden legal base su existencia en la posibilidad de la imposición de la violencia que otorga el derecho a los poderosos de manera privilegiada, que es de forma consumada el origen y sustento de los Estados nación.
Walter Benjamin lo expuso con claridad cuando escribió que “las relaciones legales no reflejan otra cosa sino las relaciones de poder”. Pero el derecho tiene una función mediadora en una relación contractual que posibilita toda buena relación y donde se renuncia, por tanto, a la violencia, estableciendo como obligación tácita el diálogo, el compromiso de hablar.
La disyuntiva, expone Byung-Chul Han en su más reciente ensayo, Topología de la violencia (Herder), es que “tanto la violencia como el poder son estrategias para neutralizar la inquietante otredad, la sediciosa libertad del otro”.
[OBJECT]
Han habla de una sociedad de rendimiento posindustrial, donde la violencia se manifiesta como exceso de “positividad”, como agotamiento e inclusión. “La violencia de hoy en día remite al conformismo del consenso, más que al antagonismo del disenso”, escribe.
Su objeto de análisis es el lugar que ocupa la violencia en la cultura de una sociedad que se caracteriza por la autoexplotación, por la coacción interna que se ofrece como libertad y donde el sujeto de rendimiento “se explota hasta quedar abrasado”, dando entidad a la violencia en forma de autoagresividad que, al agudizarse, acaba en la violencia de la autoeliminación.
Han diagnostica que, incapaces de desplazarnos fuera de nosotros mismos, de dirigirnos al otro, de confiarnos al mundo, nos recogemos en nosotros mismos y socavamos y vaciamos el yo, sin encontrar resistencia en un mundo cada vez más anclado en lo virtual, que es pobre en alteridad y resistencia, pues la virtualización y la digitalización comportan cada vez más la desaparición de lo real, que es apoyo, resistencia, sostén y contención.
“El sujeto de rendimiento de la modernidad tardía, que dispone de un exceso de opciones, no es capaz de un vínculo intenso”, dice Han. Perdemos nuestra energía libidinal en gran parte en nosotros mismos, y el resto se reparte y dispersa en relaciones cada vez más pasajeras, donde los “amigos” de las redes sociales cumplen la función, ante todo, de aumentar el sentimiento narcisista, al dirigir la atención a un yo que se presenta como mercancía al consumidor.
El sujeto de la sociedad de rendimiento está marcado por una relación narcisista consigo mismo, y en último término, compite fatalmente consigo mismo en un círculo infinito que en algún momento acaba en un colapso, y en la depresión como trastorno narcisista. Y una de las consecuencias de este trastorno, advierte Han, es la construcción imaginaria de un enemigo exterior que libere al sujeto de esa relación paralizante para salir del vacío subjetivo en que está encerrado. La xenofobia de hoy en día remite, indica Han, a esta dimensión imaginaria.
¿Cómo liberarse? Han sugiere la reconstrucción del otro que afirme su otredad, su manea de ser. Un sí al otro que se llama amistad y que consiste en un dejar-ser al otro de un modo no pasivo e indiferente, sino una relación activa con su manera de ser. “Cuanto mayor sea su diferencia respecto a lo propio, más intensa será la amistad que se le muestra. Frente a lo igual, no es posible la amistad ni la enemistad, ni el acogimiento ni el rechazo. “La política de la amistad es más abierta que la política de la tolerancia”, apunta Han. Entonces, la política de la amistad es la fórmula para eliminar esta violencia soterrada que ha creado nuestra deslumbrante sociedad del rendimiento.
ASS