CRÓNICA: Soñar un húligan

La FIL dió inicio en Guadalajara en donde miles de personas podrán disfrutar durante nueve días de conferencias impartidas por diferentes autores.

Fito Páez
Verónica Maza Bustamante
Guadalajara /

En rumano, un húligan es alguien subversivo, sedicioso, rebelde, quien no está de acuerdo con su realidad y trata de modificarla. Ese hombre o esa mujer que contempla el pasado sabiendo que es, hasta cierto punto, la base del futuro. Pero ¿es posible regresar al ayer? ¿Somos capaces de retornar a esos sitios en donde hemos sido felices e infelices para exponer nuestras heridas? Norman Manea hablaba de eso —y muchas cosas mas— en El regreso del húligan (Tusquets, 2005), su autobiografía novelada, tan mencionada el día de ayer, cuando recibió el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances.

Volver. Y, a la vez, anticipar lo que podría pasar. Lo venidero.

Manea, quien aunque sabe más de letras que de protocolos llenó el auditorio donde lo homenajearon, encontraba un refugio de la realidad en la literatura, un espacio en donde ser otro y, a la vez, el mismo de siempre (ese hombre que resistió holocaustos y turbulencias, bellezas y sueños, dolor y felicidad durante el siglo XX), porque el escritor nunca logra quitarse de encima el traje de sí mismo. Sin embargo, puede desdoblarse para contar una, dos, diez historias de vida que, en conjunto, son más atractivas que las de un solo ser humano.

Fito Páez sabe de eso. En su Diario de viaje (Planeta, 2016) se pierde en los recuerdos, en el pasado. Se conduele de sí mismo, se pone el traje de todo lo que ha sido y de lo que jamás será, arrojándose, con la misma intensidad con que lo hace a través sus canciones, a las llamas de este purgatorio llamado vida. Es un húligan de la música pero también de las letras. Un viejo juglar que nos ha enseñado que la literatura también se canta, y cuando se canta y se escucha y se adoptan las canciones, se puede hacer poesía con todo ello. Ya ahí va, en libertad, por los pasillos de la FIL, con sus rizos ahora encanecidos y sus lentes, sus huesos y su sonrisa, frente a la multitud que lo espera y lo idolatra.

La sombra de Fidel Castro los persigue. A ellos dos y a Mario Vargas Llosa, particularmente. ¿Por qué tenemos, los reporteros, esta manía de buscar “la declaración” sobre las muertes ajenas? Con su fallecimiento, el comandante enfrenta, confronta, une a los asistentes de esta Feria Internacional del Libro dedicada a América Latina. Leo a Manea y me pregunto: ¿qué es lo subversivo hoy en día? ¿Cómo se hace una revolución en tiempos de millennials? Tendría que entrar a alguna de las presentaciones de blogueros para darme una idea.

En el avión que me trasladó de la Ciudad de México a Guadalajara me encontré a Jesús Ramírez-Bermúdez, escritor y neuropsiquiatra que presentará su libro Un diccionario sin palabras y tres historias clínicas (Almadía, 2016). En su primera página habla sobre el azar y la suerte. ¿Cómo se obtiene el azar? ¿Cuántas veces puedes adivinar el resultado de la suerte?, se cuestiona. Y cuando aterricé, me pregunté qué nos va a deparar la FIL este año.

Hasta hace dos ediciones, bromeaba con mis amigos periodistas y escritores sobre la idea de que la feria era nuestra Disneylandia particular, ese lugar en donde una vez al año podíamos ir a hacer lo que más nos gusta: leer y hablar de libros, escuchar de libros y cantarles a los países invitados, abrazar a los amigos, cerrar contratos, enojarnos con todos, irnos de farra y pasar noches locas en alguna de las numerosas fiestas (“el amor es una experiencia fantástica, quizá la más rica que tenemos, pero es privada”, contestó Vargas Llosa hace meses cuando le preguntaron por su relación con Isabel Preysler, y a mí me suena al conocido dicho de “lo que pasa en la FIL se queda en la FIL”).

Hoy sigo pensando lo mismo pero ya no lo veo como una exposición de diversiones o trabajo exhaustivo, sino como algo más serio. Será que me estoy haciendo vieja, pero me gusta creer que, más allá de la posibilidad de andar hasta que los callos afloren, leer miles de títulos, entrar a presentaciones y acudir a fiestas salvajes, es un espacio en donde encontrarnos, durante diez días, con nuestro espíritu húligan.

Volver. Y, a la vez, anticipar lo que podría pasar. Lo venidero.

Este año tengo una encomienda particular: escribir en este espacio lo que pasó ayer, pero al pensarlo me doy cuenta de que, en realidad, “El día de ayer” que ustedes están leyendo es mi hoy cuando escribo, debido a mi horario de cierre. Puedo hablarles de lo que vi hace unas horas o una noche atrás. Incluso de lo que podría ver mañana. El tiempo, nos enseña Manea, puede ser lineal pero también un ir y venir del carajo en donde podamos abandonarnos un instante. Me emociona la idea de jugar con ello.

En sus diarios, Fito Páez habla del día en que fue a visitar a Charly García al hospital. El genio de la música argentina acababa de grabar, con iPads y estudios prestados, un disco, que en ese momento le puso a su paisano. Y ahí escucharon esa “música y las palabras que salían de aquel parlantito atado a la agarradera de la cama ortopédica en aquella habitación en las orillas de una ciudad que se olvidó de todo”.

Así aquí. Ayer, que es mi hoy, iré a escuchar lo que sale de los pasillos de la FIL, a saludar a la tía Julia, a Pantaleón y a don Rigoberto. Hablar de payasos, dictadores y artistas con mis compinches. Siempre al lado del camino, como a Fito y a mí nos gusta deambular. Ante eso, solo nos queda gritar, cual fan de Menudo: “¡Wuuuuuu, la FIL ya comenzó!”.

JOS

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