Al mismo tiempo que la poesía brotaba en él, Eduardo Milán (Uruguay, 1952) fue rockero. Después abandonó su país, llegó a México y Octavio Paz reconoció su talento e impulsó su carrera como poeta y ensayista.
El escritor lleva una chamarra de piel negra, barba blanca y una sonrisa que se hace grande al recordar aquella época de juventud y sonríe de manera misteriosa. Celebra 50 años de trayectoria y presenta un nuevo libro de poesía, Reversura, bajo el sello Elefanta.
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¿Usted fue rockero?
"Sí, tenía un grupo de rock que se llamaba Preachers Sweat (Sudor de predicador) y cantaba en portugués, inglés y francés en los bares de Uruguay; grabamos un disco y después lo disolvimos, porque éramos muy jóvenes y había que estudiar, pero lo recuerdo como uno de los momentos más libres para mí".
¿Y tenían groupies?
"Había algunas muchachas simpáticas, generosas… ¡Cómo no!"
Eduardo Milán salió de su país en 1979 para establecerse en México tras sufrir el encarcelamiento de su papá, quien fue preso político en Uruguay en 1973 y pasó 12 años en la cárcel tras un golpe de Estado.
¿La poesía lo salvó?
"Cuando ocurrió eso, mi única defensa, desde un punto de vista subjetivo, fue publicar mis poemas, pero claro que ya escribía desde antes".
Con los problemas en su país, ¿su poesía contenía rabia, furia?
"Hay, pero no es directa. Yo nunca hice poesía comprometida o contra el gobierno; entre otras razones, porque se corre peligro real y pueden censurar el libro, te sale todo al revés y hay poetas hasta en la cárcel".
¿Fue complicado empezar en un país nuevo?
"Cuando llegué a México no fue nada sencillo, en esos momentos, el país sufrió una crisis económica en el sexenio de López Portillo y quebré económicamente y profesionalmente. Quebraron las cosas donde trabajaba y todo fue malo. Llegué a vender libros en ferias de todo tipo, hasta de superación o de mecánica, de todo. Había que sobrevivir".
Sin embargo, el destino le tenía deparada una sorpresa: fue invitado a colaborar en un suplemento dirigido por Eduardo Lizalde (1929-2022) y poco después atrae la atención de Octavio Paz (1914-1998), que en 1987 lo lleva a la revista Vuelta para que escriba la columna “Crónica de poesía”.
¿Cómo sucedió?
"Octavio me leyó ahí y todo mejoró radicalmente. Yo tenía una mirada que era muy latinoamericana e integraba España y la parte de Brasil, porque el portugués es mi lengua madre y eso le gustaba mucho. Paz era un hombre muy respetuoso de la profesión; te pagaba muy bien. Eran otros tiempos, otra economía y yo podía vivir de eso. Después ya no".
¿Y qué le decía Paz?
"Le interesaba lo que escribía. Él decía que la cultura poética mexicana estaba muy autocentrada; como es muy rica, puedes caer en la trampa de no salir de eso en particular, porque hay unos monstruos, José Gorostiza, Xavier Villaurrutia, pero necesitas saber qué otras cosas. Era lo que Paz quería, quien fue fundamental conmigo y un caballero".
¿Se da cuenta de que cumplió 50 años de publicar poesía?
"Claro que me doy cuenta. El tiempo, ahí está y no podemos hacer nada contra eso, pero bueno, no pueden quitarme lo bailado. Ya lo hiciste; el problema hubiera sido no haberlo hecho. Uno se arrepiente de lo que hizo, no de lo que no hizo; sería terrible. Claro, después empiezas a torturarte un poco porque lo hiciste todo mal, pero lo hiciste".
¿Cómo es que ha sobrevivido su poesía?
"Por empecinamiento (risas) hay una insistencia; te diría que es dominante o que fue dominante, capaz que ya dejó de serlo. Pero lo que te quiero decir es que funcionaba, por eso, por insistencia. Todos, como David Huerta, Eduardo Lizalde, de generaciones diferentes, se lo creían realmente, es decir, tenían un respeto por lo que hacían, no toleraban cualquier cosa. Hoy sí se tolera".
¿Cuál es su búsqueda, maestro?
"El lenguaje poético en sí mismo, que fue algo que siempre me atrajo por la distancia que tú pones en relación a lo que haces. Por ejemplo, a un poeta lírico, de tradición, lo que le preocupa es expresarse, decir algo sobre el mundo y las relaciones humanas; pero cuando te interesa la poesía, tienes que hacer una especie de desdoblamiento y meter el tiempo entre tú y eso de una manera muy manifiesta".
Eduardo Milán responde con lentitud, no tiene prisa, es sabio e inteligente y cada palabra es directa.
¿La poesía es otro tipo de animal?
"Cuando estás en manos del deseo del lector, eres un cautivo de eso; el lector te manda a escribir de una manera y terminas dándole lo que quiere y no se trata de eso, por lo menos no en poesía. En narrativa sí, porque si no, no vendes nada o no te publican más; aquí no, la poesía es otra cosa".
¿El dolor ha sido motor de su poesía?
"Cuando te deja un amor y piensas en darte un tiro, entre comillas, sí, te entra como una especie de parálisis. Pero yo me acostumbré a no perder contacto pese a los avatares adversos que podían venir del contexto social; porque si no, no hubiera dado un teclazo, como decían en Uruguay".
¿El dolor primero paraliza y luego provoca que escribas?
"Yo creo que sí, porque sublimas el dolor; la experiencia y el dolor lo dejas atrapado en la experiencia".
A la par de su poesía, el entrevistado, quien lleva en nuestro país 45 años, dedicó su vida a la docencia para poder vivir, explicó que ha estado en casi todas las universidades de México.
¿Vive de sus poemas?
"Nunca sobreviví por la poesía; siempre he dado cursos, fui profesor universitario durante muchos años, pero nunca abandoné la poesía y llevo más tiempo viviendo en México que en mi país".
¿Por qué se aventuró con una nueva editorial?
"Yo venía de publicar con El Fondo de Cultura Económica sobre todo, que es una gran editorial, pero hay un deseo de no dependencia y uno quiere independencia del prestigio y son poemas los que escribí antes de la pandemia".
¿De qué se nutre su poesía?
"Hubo un deseo de decir que el mundo había cambiado, que los seres humanos habíamos cambiado y que ya no era una continuidad sin alteración. Yo quería decir una ruptura con lo que uno mismo era. No estábamos en el mismo lugar que en 1968, por ejemplo, y no era testimoniar, consignar, dejar ver y eso te exige un compromiso con el presente, aunque la poesía tiene esa antigüedad intrínseca y eso se acepta como sobreentendido; pero hay un momento que falla el sobreentendido y hay que activar la memoria de la cosa. Eso para mí fue fundamental, el asunto de mantener la memoria viva".
¿Es feliz, maestro?
"Estoy contento, tengo una cierta estabilidad interna, emocional y económica. Vivo bien. No me gusta lo de privilegio, porque resulta que te señalan como privilegiado y te aumenta la culpa. Estamos viviendo decentemente y haciendo lo que queremos hacer, que es escribir poesía".
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BSMM