El 68 visto desde Tepito y otras lecturas del movimiento

Cincuenta años después, lo que sucedió en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968 aún es objeto de análisis y estudios académicos.

La matanza de Tlatelolco y sus diversas lecturas bibliográficas. (Especial)
Ciudad de México /

Slavoj Žižek cuenta una anécdota en su libro sobre Robespierre, de cuando en 1953 Zhou Enlai, el primer ministro chino, participaba en Ginebra en las negociaciones de paz de Corea. Un periodista francés le preguntó qué pensaba de la Revolución Francesa, y aquel respondió: “Todavía es muy pronto para decirlo”. 

El filósofo esloveno estima que en cierta manera el dirigente chino tenía razón. Lo mismo puede aplicarse al 68 mexicano, mientras sigan revisándose testimonios y análisis de aquel año.


La literatura en torno al Movimiento Estudiantil del 68 y la matanza del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco ha sido prolífica y rebasa todos los géneros y polémicas: desde Los días y los años, de Luis González de Alba (1971), y La noche de Tlatelolco (1971), de Elena Poniatowska, hasta Amuleto, de Roberto Bolaño, y Parte de Guerra (1999), de Julio Scherer y Carlos Monsiváis.

Al conmemorarse el 50 aniversario de aquellos sucesos, tres volúmenes más sobre el 68 mexicano enriquecen esa vasta bibliografía, como testimonios, análisis y ensayos desde puntos de vista que incluyen a un biólogo molecular que vivió el movimiento con su familia en Tepito, una investigadora de literatura latinoamericana y feminista, y un sociólogo protagonista sobreviviente de ese año aciago.

Greco Hernández Ramírez escribió La noche interminable. Tlatelolco 2/10/68; Susana Draper, México 1968. Experimentos de la Libertad. Constelaciones de la Democracia; y Sergio Zermeño retoma la polémica con Ensayos amargos sobre mi país. Del 68 al nuevo régimen, cincuenta años de ilusiones.

El testimonio de Hernández Ramírez, un biólogo molecular formado en México y Alemania y autor de libros de divulgación científica, es un recordatorio de que la historia, y en este caso la barbarie y el autoritarismo, siempre afecta a todos literalmente en carne propia, aunque no la protagonicemos. Su libro, al igual que los otros dos, publicado por Siglo XXI Editores, es el recuento de la participación de sus padres y hermanos, familia humilde del barrio de Tepito, en el movimiento estudiantil y Tlatelolco.

Homenaje familiar y testimonio íntimo desde centro y periferia del hecho histórico (Tepito es un barrio vecino a la Plaza de las Tres Culturas), el científico da cuenta de cómo se vivió el movimiento desde la cotidianidad de una familia humilde activista, ajena a partidos políticos e ideologías. Su hermano mayor, Cutberto, asistió al mitín convocado por el Consejo Nacional de Huelga en Tlatelolco y sobrevivió a la matanza perpetrada por el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez.

El relato de Hernández Ramírez, a partir de entrevistas con sus familiares, es tan profundo que va hasta la infancia de la madre del investigador en la colonia Guerrero, cuando en Tlatelolco había un enorme lago donde las familias pobres iban con bolsas de moscos a cazar ranas para venderlas en los mercados.

De la Guerrero, su madre ya casada se mudó en 1947 a Tepito, a vecindades en las calles Libertad, Jesús Carranza y Tenochtitlán, donde la familia vivió en primera persona el 68. “Mi padre, mi madre y Cutberto participaron con pasión y vigor en la agitación de aquel movimiento estudiantil y popular que deseaba un México mejor, pero que trágicamente culminó en aquella noche en la que el Estado mexicano babeó irracionalmente su estupidez histórica. La poca preparación escolar de mis padres (ella sólo acabó la primaria y él era completamente analfabeto) no les impidió entender lúcidamente la importancia de aquel movimiento y, con ello, involucrarse de lleno en apoyar su causa”, escribe Greco.


Con tres años en el 68, Hernández Ramírez da voz así no sólo a su familia sino a Tepito, de hecho el pequeño volumen también es un puntual y hermoso retrato de uno de los barrios más famosos y populares de Ciudad de México, hoy atrapado por el narcotráfico. De aquella edad, junto con su hermano cuate Aníbal, recuerda cómo la tarde y noche del 2 de octubre caían balas en el patio de su casa, el paso de camiones de militares enfrente del portón de vecindad, o la desesperación de su madre por encontrar a Cutberto, detenido por soldados, en las morgues, anfiteatros y hospitales de la ciudad.

La historia que cuenta Hernández Ramírez viene a ilustrar así una de las críticas que plantea la profesora de Literatura Comparada de la Universidad de Princeton, Susana Draper: que el análisis del movimiento estudiantil del 68 se ha enfocado hasta ahora en líderes y figuras predominantes, exclusivamente hombres, y en la matanza del 2 de octubre. Propone así tomar cierta distancia y analizar el acontecimiento que viene marcando al país desde hace 50 años con voces que quedaron al margen, como son la participación olvidada de mujeres en el movimiento o la importancia del cine en Super 8.

La pretensión del libro de Draper, impulsora con Vicente Rubio-Pueyo del proyecto México 1968: modelo para armar, es “suspender o desplazar dos de los encuadres que considero que han dado forma a la construcción de la mirada más dominante del 68 en México: una remite a la predominancia de voces, recuerdos, testimonios y disputas de algunos (muy pocos) líderes masculinos, que eran estudiantes universitarios y figuras cruciales en el Consejo Nacional de Huelga; otra remite a la primacía que tiene la masacre de Tlatelolco a la hora de hablar y pensar el 68, casi convirtiéndose en una figura metonímica en la que muchas veces 'el movimiento del 68' parecería adquirir el nombre de 'la masacre de Tlatelolco'”, escribe Draper al arranque de México 1968. Experimentos de la Libertad…

Sin duda el objetivo se cumple. Cada capítulo del libro, que lo mismo aborda la figura de José Revueltas en el movimiento como la imagen en la documentación del mismo, le permite a Draper armar materiales con enfoques disciplinarios diferentes “con el propósito de indagar el modo en el que el 68 se expresa, continua o piensa en varios planos: filosófico, ensayístico, testimonial, visual...”.

El capítulo 4, por ejemplo, titulado "Continuar el 68 por otros medios: la imagen como lugar de intervención política", y subtitulado "Efectos del 68 en el cine: la emancipación de la imagen", es un largo y documentado recorrido por cómo la visualización del 68 para siguientes generaciones va más allá del cine de ficción o de películas célebres como Rojo Amanecer, la tan aclamada tragedia de Jorge Fons.


Draper subraya así cómo el cine fue “la primera sobrevida más próxima del movimiento luego de la fuerte represión estatal del 2 de octubre ya que a través de las producciones colectivas en Super 8 que se dan intensamente a principios de los años setenta se materializaba una forma singular de continuar el carácter abierto y experimental que había caracterizado el momento”. El capítulo es también una fuente de análisis sobre la cultura de la imagen cinematográfica en el país, que cambió de entrada la noción de cine de autor y comercial en el cine independiente y lo que significa como experiencia social y política.

De Historia de un documento: los presos políticos del 68 en la cárcel de Lecumberri (1971), de Óscar Menéndez, escribe Susana Draper que se trata de un trabajo donde los presos visualizan el cotidiano carcelario y escriben el guion para acompañarlo, “un guion que sale de la cárcel para espacializarla como historia (...). Parecería llevar a la imagen la idea revueltiana de la mirada hacia cárcel como situación y como símbolo de un diagrama social en el que aquélla se ha de leer como una cárcel social.

Más adelante resume: “es una respuesta urgente de hacer visible el carácter político de lo que se negaba a nivel oficial”. Es decir, no sólo la evidencia de la existencia de presos políticos, no presos comunes.

En Descentralizamientos de género: intervenciones filosóficas, Draper se pregunta ¿dónde están las mujeres del 68? y pone a debate “la igualdad que operó como fuerza básica y motor de participación popular en el movimiento y la desigualdad que han atravesado los proceso de rememoración y puesta en narrativa” del movimiento estudiantil, donde prevalece un monopolio masculino de la memoria. Algo que ocurrió no sólo en el 68 mexicano, subraya Draper.

Poco después de la matanza del 2 de octubre, Sergio Zermeño, estudiante entonces de Sociología, se fue de viaje al sur del país que recorrió en Volkswagen con su amigo Jacques Gabayet, en una “huida emocional” después de participar activamente en la impresión y difusión de propaganda del movimiento estudiantil. Regresó hasta diciembre “a la Gran Tenochtitlan con su olor a sangre fresca”.

Medio siglo después, subraya en Ensayos amargos sobre mi país. Del 68 al nuevo régimen, cincuenta años de ilusiones que cada vez quedan menos testigos de entonces y no hay claridad sobre la matanza. Sin duda hacen honor a lo “amargo” del título, los seis ensayos de Zermeño, cuya tesis de doctorado en la Sorbona, México, una democracia utópica (Siglo XXI), abordaba ya el movimiento del 68.


“Quienes lo vivimos estamos obligados a traer a escena la fiesta alegre y libertaria, y el sello ahogado en sangre de aquella explosión democrática”, advierte de inicio y toma como punto de partida, casi de manera taxonómica, la identificación de quiénes eran los protagonistas o los “demócratas primitivos".

Zermeño justifica la necesidad de identificación de esos actores porque “cada uno tenía una noción sobre la democracia y unas ideas sobre las fuerzas y los métodos para procurarla que poco se parecían entre sí. De esta manera identifica a “demócratas libertarios, reformistas, cultivados y revolucionarios”.

Así subraya el hecho que el 68 no fue un movimiento con una ideología compartida, sino que cobijó concepciones plurales y hasta disímbolas, y en su proceso “las manifestaciones libertarias y lúdicas fueron dando paso a las más verticales, politizadas y dramáticas, con lo que culminó su periodo activo”. Polémico, Zermeño sostiene que “la fiesta alegre y libertaria” del 68 no duró, y al final se desdibujó “en nuestra fascinación por el vértice, con nuestro afán por ocupar el lugar del Tlatoani”.

El espíritu hippie se vio derrotado por la hegemonía yuppie, por el conservadurismo y por el imperio del consumo y del dinero, escribe con amargura el sociólogo, no sólo de lo que ocurrió en México.

“Cincuenta años han pasado y podemos preguntarnos si era esto lo que anhelábamos con nuestras movilizaciones juveniles, si éstos son los medios de comunicación que nos imaginábamos en el lugar de aquella 'prensa vendida', si nos hemos acercado siquiera a lo que tanto nos importaba: la buena calidad de la educación, el triunfo de la democracia, un lugar destacado en el panorama técnico y científico, o si tenemos que aceptar de plano que somos un país de reprobados; aunque habría que aceptar, también, que quienes hoy tenemos mucha responsabilidad en este desastre somos los integrantes, algunos con puestos de gobierno muy destacados, de aquel movimiento y de aquella generación; nos ganó la ambición de poder y, con el ocaso de nuestros ideales, dejamos de preocuparnos por mejorar la vida de los mexicanos”, apunta Zermeño.


FM

  • José Juan de Ávila
  • jdeavila2006@yahoo.fr
  • Periodista egresado de UNAM. Trabajó en La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, CNNMéxico, entre otros medios, en Política y Cultura.

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