Hace poco más de cuatro décadas, Martín Caparrós comenzó a hurgar en el mundo del periodismo, aunque ya como un joven que había comenzado a experimentar en la literatura; por ello, su mirada se centra en ambos escenarios de la palabra, lo que de muchas maneras se funde en su más reciente publicación, Lacrónica (Editorial Planeta, 2016), una especie de autobiografía profesional del argentino.
“El buen periodismo es también literatura. Si aceptamos que la literatura es contar la realidad, contar el mundo, por medio de palabras, eso le cabe tan bien a una novela como a una buena crónica, pero hay una diferencia decisiva, un límite decisivo, que es cuando estás escribiendo”.
Una reflexión nacida de 42 años de trabajo periodístico, durante el cual se consolidó una sensación de privilegio, “de un privilegio ganado a pulso, nadie me lo dio”, cuenta el narrador, convencido de que más allá de los lugares comunes, el ejercicio se concreta porque es algo que le gusta, lo que no deja de ser un triunfo extraordinario en nuestras sociedades: “Poder levantarme todos los días con muchas ganas de trabajar.
“Por otro lado, está el privilegio de haberme podido acercar a muchas de las cuestiones que más me interesaban y que no habría podido ni rozar de no haber sido periodista”, comparte Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) en entrevista con MILENIO, a propósito de la reunión de crónicas, en las que lo mismo se aparece la selva boliviana, donde se cuece la coca, que las playas de Sri Lanka, donde los niños se venden por monedas, los transexuales de Juchitán o el condenado a muerte en una prisión texana.
“En realidad, la primera decisión era reunir una serie de crónicas que fui escribiendo a lo largo de mi vida en un volumen, pero una vez que las iba reuniendo me dieron ganas de comentarlas, de situarlas, de contar cómo había llegado a hacer eso, de contar cómo trabajo, pero se convirtió en una especie de muestra de cómo trabajo para ver si le puede servir a otros para sacar ideas al respecto”.
Los retos de la crónica
Bajo esa perspectiva, Martín Caparrós espera que Lacrónica pueda usarse como una guía de discusión acerca de la crónica, “si sirve para producir un debate sobre cómo se debe seguir ejerciendo el oficio, me dejaría muy contento”, en especial porque en los últimos años se ha transformado en un “galardón que cierta gente se otorga a sí misma.
“Me parece que la crónica es una buena forma del periodismo, como tantas otras. El libro es un poco ir en contra de ese orgullo innecesario del cronista, por eso le puse un título que lo toma también en broma… me parece que lo peor que le puede pasar a alguien en toda situación es tomarse en serio, porque eso implica no revisar tu práctica, no dudar sobre lo que haces, no cuestionarlo y esa es la mejor manera de convertirse en un fatuo innecesario”.
Al autor de títulos como Los Living, Comí, El hambre o Valfierno, la palabra crónica llega a incomodarle, sobre todo su uso de forma tan generalizada, porque pareciera que en la actualidad se insiste demasiado en escribir sobre cosas que no importan, hay un cierto regodeo en una habilidad artesanal para la escritura.
“Lo que me sigue interesando de la crónica es que sea marginal, que sea crítica, que ponga en cuestión aquello que mira, no que lo adorne con un moñito rojo; me interesa que quienes escriben crónica sigan buscando formas nuevas, distintas, de hacer las cosas, que no retomen o copien aquello que ya ha sido hecho, sino que lo que ya se ha hecho les sirva como base para su búsqueda”.
Lo más importante, en palabras de Caparrós, es no pensar que hay un formato anquilosado que se debe respetar y usar a los maestros para lo que sirven: copiarlos y traicionarlos, “la traición consiste en buscar qué nuevas herramientas nos van a permitir mejorar en el relato de la realidad, porque finalmente una crónica es un buen relato de algo que es real”.