Hace tiempo, bromeaba con algunos amigos sobre la tarea a la que se enfrentaría un hipotético biógrafo de Carlos Monsiváis cuando narrara sus amores: para agilizar la tarea de dar cuenta pormenorizada de los amantes del autonombrado Novio de México, tendría que tomar el voluminoso directorio telefónico y descartar con cuáles hombres no cogió Monsiváis.
Braulio Peralta no escribió una biografía del cronista más influyente del último tercio del siglo XX mexicano, su intención era distinta y la hace explícita: El clóset de cristal (Ediciones B, 2016) “sí quiere ser una crónica memoriosa, un retrato posible de Monsiváis en el movimiento homosexual”. El autor habla desde la vivencia personal, como testigo privilegiado de su tiempo. Ésta también es su memoria emotiva, contada sin concesiones. Es el relato de la formación de una educación sentimental, de la toma de conciencia y de su despertar homoerótico. Por ello, el uso de la segunda persona del singular es un recurso narrativo que construye el efecto de una interpelación propia como una búsqueda incisiva de autoconocimiento. El retrato de Monsiváis es un espejo donde el mismo Braulio se cuestiona y contempla.
Si en su libro Los nombres del arco iris, con el que ganó el Premio Nacional Testimonio Chihuahua 2005, Braulio Peralta hizo una cronología muy útil de la lucha por los derechos civiles LGBT, que también es la batalla por la democracia, en El clóset de cristal detiene en el tiempo, para la memoria colectiva, los esfuerzos de hombres, mujeres y quimeras que hicieron añicos el silencio y se enfrentaron a la homofobia, el machismo y la misoginia, con luces y sombras, con aciertos y errores, con alegrías y tristezas. El arco temporal arranca en la luminosa década de los 60, con el ímpetu de la liberación sexual, y llega hasta el fallecimiento de Monsiváis en 2010.
Peralta insiste, una y otra vez en la relevancia de la participación explícita y soterrada de Monsiváis en torno al respeto a la diversidad sexual en el espacio público y privado, íntimo, y en este recuento convoca los nombres de los activistas y los grupos que exigieron un trato digno, que demandaron justicia ante los crímenes de odio, que respondieron al VIH/sida en la década de los 80, cuando la crisis de salud pareció terminar de golpe la fiesta de la jotería. Activistas que también tuvieron sus contradicciones, que tenían sus egos, sus disputas de poder y sus pleitos muy personales. A través del cristal, se ven, se escucha a Nancy Cárdenas, Juan Jacobo Hernández, Antonio Cué, José María Covarrubias, Jorge Fichtl, Xabier Lizarraga, Arturo Vázquez Barrón, Alejandro Reza y Francisco Galván Díaz, entre otros, son algunos de los protagonistas del movimiento gay: no están todos los que son, pero sí son todos los que están.
También aparece la relación de los grupos que fundaron nuestro presente en la afirmación de sus deseos: el Frente de Liberación Homosexual de México (FLHM), el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (FHAR), SexPol, Lambda, el Círculo Cultural Gay, Oikabeth, Guerrilla Gay y Cálamo. Al interior de estos, hubo dinámicas complejas, debates apasionados, discusiones eternas, acciones urgentes, masturbaciones mutuas, sexo, romances, amistades entrañables, muchas ilusiones y más desencantos.
Peralta resalta los espacios de expresión del arte que se construyeron con el movimiento: la Semana Cultural Lésbica Gay en el Museo del Chopo, el Taller de Documentación Visual, con el impulso del fallecido y querido Antonio Salazar, y el Festival Mix de Diversidad Sexual en Cine y Video. Y destaca dos órganos de difusión de ideas: la revista Política Sexual y el suplemento Sociedad y Sida, que luego se convirtió en Letra S. La riqueza contenida también apunta a los espacios de homosociabilidad: por ejemplo, el café El Chufas, los baños Mina y Rocío, los cines y el cabaret Madreselva.
Los historiadores todavía le deben a la sociedad mexicana una historia del movimiento LGBT del siglo XX. Hay esfuerzos loables, aunque aún nos falta una narración sistemática. La historia de los homosexuales en México no solo es el relato de la discriminación, los crímenes de odio, el estigma, el escarnio y el exterminio. También es la historia de la creatividad y la inteligencia, es la narración del punto de inflexión cuando algunos homosexuales y lesbianas se asumieron en la disidencia. Esta historia también es la narrativa de las personas gay en el poder, aquellas cuyas decisiones impactaron en las políticas públicas y contribuyeron a la transformación social, entre ellos figuraba Carlos Monsiváis. Además, es la memoria de personas anónimas que no pidieron permiso para ser felices. El recuerdo de sus gozos. Es una suma de alianzas con otros movimientos, como el feminista, de solidaridad de muchas personas heterosexuales, recuento de voluntades, prácticas políticas, secretos y silencios. Cuando los historiadores emprendan la tarea de escribir sobre esto, sin duda, recurrirán a El clóset de cristal como una fuente primaria de referencia obligada.
En este libro, el retrato de Monsiváis se perfila con claroscuros. Dentro de este clóset de cristal también está una estatua de sal vibrante. Los entrevistados por Braulio no dudan en decir que el autor de Amor perdido fue “manipulador”, que se equivocó, que padeció una “autohomofobia”, que era “incongruente”. Al presentarnos al intelectual con sus máscaras, el personaje se vuelve profundamente humano. Y eso se agradece mucho.
El clóset de cristal ilustra de forma elocuente lo que la escritora Elena Garro en una carta del 21 de marzo de 1979 llamó la “homocracia” en México, los homosexuales en el poder cultural. El término acuñado por la autora ilumina las redes de poder y seducción que constituyen el campo del arte. Se trata de correas de transmisión homoerótica en donde el sexo es la moneda de cambio para tener cargos, puestos y premios. Aunque no siempre fue así y no siempre funcionaron estas prácticas de coerción. Monsiváis también fue seducido por otros jóvenes, Monsiváis también fue rechazado. Cuando Braulio Peralta menciona algunos atisbos de la intimidad del cronista no lo hace para explotar el morbo, sino en el sentido feminista de que lo personal es político. Así, el amor de juventud que tuvo con Juan Jacobo Hernández explica las posiciones que mantuvo con respecto al clóset.
El título elegido es afortunado. Es un homenaje a Salvador Novo y parte de la entrevista que José Antonio Alcaraz le concedió a Gonzalo Pozo sobre el autor de XX poemas, titulada “Novo; un clóset de cristal cortado”, publicada en el número 19 de la revista Macho Tips, en 1988. En la entrevista, Alcaraz afirma: “El Novo hombre era el regocijo y la codicia al mismo tiempo, el clóset y la desfachatez simultánea. Claro que el clóset de Novo era de acrílico, transparentísimo. Bueno, en su caso debió haber sido un clóset de cristal cortado. Novo era un ser suntuoso y miserable al mismo tiempo”.
El reclamo que activistas como Juan Jacobo Hernández y Xabier Lizarraga hicieron a Monsiváis por el silencio sobre su propia homosexualidad es injusto, desde la perspectiva de Peralta, por los ensayos y crónicas que realizó y por su labor vehemente para combatir el prejuicio durante la emergencia del sida. Esta cuestión medular me interpela. Considero que, a la postre, el hecho de que Monsiváis se mantuviera en el clóset resultó afortunado, debido a que conservó una distancia al margen del centro de sus deseos y, de esta forma, permitió que otras personas, personajes y personalidades se hicieran cargo e imaginaran tantas iniciativas surgidas en el transcurso de las décadas. En este escaparate de las maravillas, se reflejan y refractan como en un espejo los colores del arcoíris. Un caleidoscopio fascinante de nuestra memoria.