Avelina Lésper ha sido una voz crítica dentro del mundo del arte contemporáneo en México, pocas personas se han atrevido a expresar su inconformidad con el rumbo que adquiere la política cultural en torno a lo que ella sintetiza como VIP (Video, Instalación y Performance).
Recientemente, sus críticas se han dirigido al graffiti. El evento que ella misma convocó para debatir sobre el tema en el Museo de la Ciudad de México, terminó con el repudio de la comunidad grafitera a la también curadora de arte. Tal vez sin proponérselo, este evento suscita una valiosa oportunidad para reflexionar sobre la situación de esta expresión en México.
En nuestro país, el graffiti ha enfrentado muchos obstáculos para su evolución mientras que en otros países se vive un auge comercial y social inusitado, se han desarrollado decenas de técnicas para realizarse, y es también objeto de estudios, congresos, festivales y exposiciones periódicas en prestigiados museos. Paradójicamente nuestro país, el reconocido país del muralismo, quedó rezagado del fenómeno mundial del street art.
Para comenzar, prácticamente ya casi nadie habla de graffiti. Peter Bengtsen, uno de los principales teóricos de esta expresión, ha propuesto una diferenciación muy clara entre graffiti, street art y el arte urbano. El primero, se dirige a una pequeña comunidad que reconoce símbolos e iniciales incomprensibles para las personas ajenas a determinado círculo. El street art, por su parte, tiene un mensaje comprensible a un público más vasto y se realiza sin el consentimiento de otra persona. El arte urbano, por último, es el que se realiza por comisión, generalmente para un festival o con el objeto de venderlo como obra de arte.
También el graffiti —o mejor dicho, el street art— ha dado pie en Europa a un interesante debate sobre el derecho visual en el espacio público. Con respecto a la publicidad y la información cívica, ¿porqué el comercio y el gobierno tienen el monopolio visual en las ciudades? ¿de qué manera se puede democratizar la propuesta visual en los espacios públicos?
Por supuesto, en estos países el caracter disidente del street art es relativo. Muchas veces se trata de expresiones puramente estéticas, paisajísticas, pintorescas. Las imágenes provocativas de Banksy y BLU, ya son casi un asunto olvidado entre los streetartists que en efecto, han sido absorbidos por la mediatización y el mercado del arte. En algunos países, realizar festivales de street art es una forma de valorizar los centros históricos y fomentar el turismo cultural.
El street art se ha utilizado como parte de las estrategias de gentrificación para elevar el valor comercial del uso del suelo, en zonas claves de reordenamiento territorial, para ello se invita a streetartists reconocidos para que plasmen sus obras en dichos sitios.
En México hemos visto muy poco de este auge. La iniciativa más importante que tenemos es la de Nueve Arte Urbano, organización creada por un exitoso empresario distribuidor de pinturas, que desde la ciudad de Querétaro impulsa constantemente y desde hace varios años, concursos y festivales de graffiti. Hoy, Edgar Sánchez es un importante benefactor del género en el país y comienza a serlo en el extranjero. Otras iniciativas de mucho valor, pero más restringidas en recursos, suceden también en Oaxaca y Puebla.
Desafortunadamente la mayor parte de la política de “apoyo” al grafitti en México, ha quedado en iniciativas que sólo subrayan la marginalidad al género. ¿Qué se puede esperar de jornadas de graffitis que convocan a pintar muros de poca importancia o bajopuentes oscuros y abandonados, otorgando apenas unas latas de pintura para realizarlos?
El graffiti que existe, bueno y malo, se ha realizado gracias a la obstinación de los chicos de barrio que lo han hecho con sus propios recursos. Hace años, un amigo grafitero me dijo al tiempo que pasábamos frente a un muro de unos 5 metros cuadrados: “Mira, para este murito se necesitan unos 400 pesos en latas de pintura”. Hoy los principales streetartists del país tienen más trabajo en festivales internacionales que en México, y muchos de ellos se han autofinanciado el aprendizaje. El caso más conocido es el del artista de origen oaxaqueño, “Saner”.
Algunas iniciativas en el Centro Histórico intentaron elevar el nivel del graffiti otorgando espacios más interesantes, pero esto no ha sido suficiente. En 2012, en medio del auge internacional de esta expresión, algunos jóvenes emprendedores del sector privado, se lanzaron a la aventura de realizar el festival “All City Canvas”. Un evento para el que se invitó a reconocidos street artists de otras partes del mundo, consiguiéndoles espacios privilegiados en el primer cuadro de la Ciudad de México.
El festival pintaba para ser un éxito. Grafiteros de todas partes de la ciudad se dieron cita en las calles para ver pintar a estos artistas, e intentar cruzar algunas palabras con ellos. Sin embargo, los promotores ignoraban aspectos sociológicos de la comunidad del graffiti, y al cometer algunos errores de organización, provocaron el malestar de la comunidad grafitera del país, aunque mediáticamente el festival fue un éxito.
A Aryz, un streetartist español, conocido en ese entonces por sus tiernas figuras de monstruos gigantes, le fue asignado el muro exterior de un edificio muy alto, el del Hotel Plaza Madrid. La grúa instalada en el lugar no alcanzaba sino la mitad de la superficie, por lo que el artista queriendo ocupar todo el espacio y dotar al festival de una gran pieza, pidió una grúa más grande.
Los organizadores tardaron varios días en conseguirla y naturalmente, al término del festival, Aryz no había terminado su obra. Aryz pidió extender el plazo y los organizadores se lo negaron, al final, el artista decidió borrar con pintura lo que había avanzado de su obra.
En la página de Facebook del festival, como justificación de este desenlace, apareció la foto de un documento firmado, donde ambas partes acordaban dar por terminada la colaboración. Dos manos anónimas con el pulgar levantado posaban arriba del documento. La lluvia de comentarios de la comunidad grafitera no se dejó esperar, uno de ellos recuerdo que decía: “Ustedes no han entendido nada del arte urbano. ¡Regresen a sus galerías!”. Y así, terminó uno de los eventos más importantes de graffiti de los últimos años, mediáticamente muy reconocido, pero desacreditado en la comunidad grafitera de la ciudad.
En México, 'muralismo' significó nacionalismo y reivindicación de valores antiguos. Significados que hoy son rechazados como expresión contemporánea del arte. Este temor ha sido también un obstáculo para reconocer expresiones de street art en el país. Hay un temor a la politización o al estancamiento de propuestas estéticas.
Por otra parte, una parte de la élite cultural del país guarda, y afortunadamente, una exigencia artística apegada a los cánones del arte clásico. Recuerdo que en un curso, la maestra Teresa del Conde, nos preguntaba en el contexto de un pequeño festival realizado en la Ciudad de México en 2015, el Manifesto ¿porqué el dibujo de un mono con platillos tenía que ser exhibido en un espacio público? Para ella, el muralismo requería técnica y una elaborada propuesta estética. Por supuesto, la maestra era una gran defensora de la pintura y del muralismo mexicano, y exigía expresiones comparables.
Es cierto que es urgente elevar la calidad del street art y el arte urbano en México. Conocer su potencial económico, social y cultural en otras partes del mundo, sería un buen comienzo. Pero también, es condición previa que se erradiquen algunos de los prejuicios sobre los modos en los que se originan y evolucionan los géneros artísticos. El apoyo de las políticas culturales por supuesto es de vital importancia.
FM