El gulag de los liberales

Conforme la riqueza sigue concentrándose en un porcentaje minúsculo de la sociedad, estas prácticas de vejaciones sexuales, laborales y demás, forman cada vez más una parte esencial de los intercambios de mercado.

Editorial Milenio
México /

Esta semana leí acerca de una práctica reciente en Reino Unido, mediante la cual, en anuncios clasificados, propietarios de inmuebles ofrecen rentar cuartos gratis, o sumamente baratos, a cambio de favores sexuales por parte de las inquilinas (evidentemente, va dirigido a mujeres, e incluso se solicita en la mayoría de los casos que solo se comuniquen aquellas que se consideren atractivas). Esta abominación es consecuencia del aumento estratosférico del valor de las propiedades, que impide a un mayor sector de la población poder siquiera alquilar un pequeño espacio, por no hablar de comprar una propiedad. Al ser un intercambio producto de un sistema de salvajismo de mercado, hasta el momento no se considera una práctica ilegal, y sobra decir que existen mujeres que se ven en la necesidad de aceptar la oferta, pues lo consideran preferible a tener que vivir en la calle.

Conforme la riqueza sigue concentrándose en un porcentaje minúsculo de la sociedad, estas prácticas de vejaciones sexuales, laborales y demás, forman cada vez más una parte esencial de los intercambios de mercado, pues a mayor precarización de la población en general, mayor es también la capacidad de abuso por parte de quien detenta la riqueza. Así, es increíble concebir que continúen existiendo intelectuales liberales (como Vargas Llosa, Krauze y sus acólitos) que defiendan el sistema de libre mercado a ultranza, invocando a Stalin, el gulag, el caso Padilla, al Che Guevara, Hugo Chávez y demás a la menor provocación, incluso para descalificar propuestas que hace unas cuantas décadas formaban parte del Estado de bienestar, como la idea del acceso universal a la educación. Con dicha estrategia pretenden obviar las monstruosidades del sistema que ellos defienden, para las que usualmente reservan un comentario del estilo de “Y, claro, el sistema de mercado aún tiene la cuenta pendiente de aliviar la pobreza o procurar la justicia social”, o algún pueril lugar común equivalente.

Sería curioso ver si defenderían la misma postura si formaran parte de otro estrato socioeconómico, y el argumento de haber alcanzado los actuales privilegios por mérito propio es altamente insuficiente ante una realidad sistémica donde si no se nace con dinero, es necesario poseer un inmenso talento para algo (y tener las condiciones materiales para desarrollarlo), o de otra forma uno está condenado a una vida de condiciones infrahumanas, pues es el lugar que le corresponde, según el mercado laboral. Enarbolar como evidencia los contados casos de superación de adversidades sería tanto como sugerir que la solución para la pobreza de millones de niños argentinos es que aprendan a jugar al futbol tan bien como Maradona o como Messi. Ciertamente, los horrores de diversos regímenes estatistas son execrables y el repudio es merecido, pero continuar defendiendo la actual crueldad amparada en el libre mercado terminará siendo igual de ignominioso y reprobable éticamente, incluso si la élite intelectual que actualmente se beneficia enormemente del estado de cosas insiste durante algunos años más en que dicho régimen se trata de la solución, y jamás del problema.

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