En un libro de urgente lectura o relectura, ¿Qué es el hombre? (80 pesos, en la edición del FCE, nada impagable para un joven), Martin Buber hace un recorrido por la filosofía con cuatro preguntas Kantianas: ¿Qué puedo saber? ¿Que debo saber? ¿Qué debo esperar? ¿Qué es el hombre?
El paseo de Buber será placentero recorrido para todos los estudiantes, sean, o no, de filosofía. Aristóteles, Hegel, Marx, Shopenhauer y Nietzsche (entre otros) son revisados con aquellas inquietudes del autor de la Crítica de la razón pura. Las soluciones se encuentran en la moral, la metafísica, la religión y la antropología. Es un libro de vida. Y, como tal, una esperanza. Stefan Zweig, en un bellísimo ensayo, recupera la grandeza de Freud justo porque fue un pesador del porvenir.
¿Qué tienen que ver Kant, Buber, Zweig y Freud con el suicidio de jóvenes en el ITAM? En eso que se llama, cómodamente, la vida. No es un asunto escolar (asuntos internos, como dicen), juvenil o generacional. No nada más. Es un tema filosófico. Albert Camus, en el Mito de Sísifo, sostiene que el suicidio es el verdadero problema de la filosofía. Juzgar si vale la pena o no vivirla es responder a la pregunta fundamental de esa materia, sentencia categóricamente.
Las redes sociales, que todo lo ensucian sin tocarlo, han caído en una polémica estéril y destructora.
Pregunta Camus: “¿Cuál es, pues, ese sentimiento incalculable que priva al espíritu del sueño necesario de la vida?” Sigue: “Un mundo que se puede explicar incluso con malas razones es un mundo familiar. Pero, por el contrario, en un mundo privado repentinamente de ilusiones y de luces, el hombre se siente extraño?” Vivir es un asunto cotidiano; un oficio, diría Pavese. Pero cuando el ser humano pierde esas luces se convierte en un exiliado privado de recuerdos. Esta es un observación enteramente existencial: ha perdido la esperanza de una tierra prometida. “Como todos los hombres sanos han pensado en su propio suicidio (Zweig, Pavese, Benjamin lo ejecutaron), se podrá reconocer, sin más explicaciones, que hay un vínculo directo entre este sentimiento y la aspiración a la nada”.
Para Camus, muerto en un accidente automovilístico (1960) poco después de ganar el premio Nobel de Literatura (1957), el suicido es una solución de lo absurdo. Aquí absurdo se puede entender como un decorado recién derrumbado. “También la inteligencia me dice, a su manera, que este mundo es absurdo. Es inútil que su rival, la razón ciega, pretenda que todo está claro; yo esperaba pruebas y deseaba que tuviese razón”. Nietzsche apunta sobre el tema: el hombre es un ser inacabado. Entonces, dice Camus, lo absurdo nace de una confrontación entre el llamamiento humano y el silencio irrazonable del mundo.
Las "facilonas" opiniones vertidas sobre los sucesos en el ITAM ignoran, eluden, la pregunta clave (no se olvide la familiaridad que los mexicanos actuales jóvenes tienen cotidianamente con la muerte; decenas de miles de homicidios dolosos al año; además de otras formas de la “desvida, secuestros, asaltos y robos a casa habitación): ¿Qué significa la vida en semejante universo?
Camus: “Vivir lo más posible, en su sentido amplio, es una regla de vida que nada significa. Hay que precisarla”. Los lamentables hechos obligan a una comprensión de no de la vida, como muchos suponen, sino a una comprensión del hombre, cuyo corazón -dice Kafka- tiene la fastidiosa tendencia a llamar destino sólo a lo que le aplasta. Martin Buber, si es leído, salvará muchas vidas en este país en el que, en efecto, hasta matarse es un absurdo. Termina Camus: El hombre se preocupa por la esperanza, pero ese no es asunto suyo.
@ludensmauricio
cjr