Diego Petersen Farah abandonó la novela policíaca protagonizada por un periodista, Beto Zaragoza, pero no dejó el mundo del periodismo y los medios de comunicación en su cuarto libro: El Chacal, figura cánida y carroñera de la jerga reporteril en México, sobre el auge y caída de un corrupto sistema.
“El periodista no tiene poder, el poder lo tienen los medios; el periodista que cree tener poder, es destrozado por el medio”, dice Petersen Farah (Guadalajara, 1964) en conversación a propósito de su nueva novela, en la que —dice— todo es ficción, aunque las referencias históricas pasaron en México.
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Autor de Los que habitan el abismo (2014), Casquillos negros (2017) y Malasangre (2019), el escritor tapatío, que ejerció el periodismo en diarios como Siglo XXI, Público y Milenio, aborda la historia de los medios de comunicación mexicanos de los últimos 30 años, con un personaje anónimo, aunque sus acciones pueden ser reconocibles en muchos colegas actuales, como el llamado Lord Montajes.
“Cierto que los medios lo necesitaban, en el periodismo de Estados Unidos y el mexicano necesitaban crear estas grandes figuras en la pantalla para vender; si ya no vendías noticias vendías al personaje. Y eso había que retratarlo, porque cambia la relación del poder. Lo que siempre me ha interesado es la relación con el poder. Decidí escribir cómo se corrompe un periodista, en particular cuando cree tener el poder, otra vez narrado desde el lado oscuro, para entender cómo se corrompe el sistema de medios”.
Petersen Farah reconoce que El Chacal tiene puntos de contacto con otras obras contemporáneas que abordan la corrupción periodística, como la novela El vendedor de silencio (2019), de Enrique Serna, sobre el periodista Carlos Denegri, o incluso la película de Luis Estrada La dictadura perfecta (2014).
“A mí me tocó la época de la profesionalización del periodismo, y avanzamos bastante en los noventa. Era una profesión de la que se podía vivir sin corrupción. Cuando empecé, el salario no lo pagaban los medios, sino las comisiones por publicidad de la fuente que se cubría, por eso se cubría por fuente, no por la especialización, para saber de dónde iba a salir el dinero. Y había un escalafón, subir era que te cambiaran la fuente, porque había más dinero, más inversión publicitaria, por lo tanto, más dinero”.
“En los 90 se logra romper esa inercia y empieza la profesionalización de ese periodismo con ética, sin embargo es un momento muy breve, se rompe muy rápido, la corrupción no regresa a las formas antiguas, sino que inventa nuevas, y se vuelve a corromper donde hubo periodismo profesional”, dice.
—Cuando vi el título El Chacal pensé que sería sobre el terrorista venezolano Carlos Ilich Ramírez. ¿Por qué dejó la novela policíaca? La prensa sale muy mal parada en su nueva novela.
Efectivamente, tomé la decisión estrictamente literaria de no continuar por el momento con Beto Zaragoza porque no quería convertirme en un autor de un solo personaje, de un sólo género. Segundo, quería intentar un reto distinto en términos literarios, en este caso una narración a una sola voz, donde ni siquiera hay diálogos, están intrínsecos en la narración de este personaje, y que generara a la mayor velocidad posible una adicción en términos de lectura. ¿Por qué esta historia? Porque sí nos hacía falta una gran reflexión sobre nuestra generación periodística, la generación de la transición. No es un retrato ni personal ni de nadie en particular, es un retrato de una generación, de un momento revelador del periodismo del star system, cuando los periodistas se vuelven estrellas. Para mí fue revelador la primera vez que vi en la FIL que pararon a una periodista para pedirle un autógrafo, algo no iba bien.
—Más que al periodista, veía al país como personaje en El Chacal. Cuando habla de corrupción es un sistema, no un personaje. Aun las mujeres que aparecen, de trepadoras no las baja.
Sí, es un retrato de un momento histórico en que la relación del poder en la transición necesita del periodismo, y éste fue un gran impulsor de la transición. Quise retratar que la transición no necesariamente acabó con la corrupción, sigue ahí, está en el sistema de poder, siempre en dos lados: el corruptor y el que se corrompe. Lo que pasó con esta época es que esta transición democrática generó también una transición en las formas e interlocutores de la corrupción, cambiaron, pero no cambió la corrupción. Sí hay una clase política, aunque todo está absolutamente ficcionado, nada de lo que se narra ahí sucedió tal cual está narrado, todo parece que pudo haber sucedido, pero a los personajes políticos decidí dejarles el nombre como una manera de que la línea del tiempo continúe, que haya esta claridad de en qué momento estamos. Por eso son los únicos con nombre propio.
“Y está el sistema de corrupción en los propios medios, cómo se narra esta vida en 'la televisora', con un sistema de favores sexuales, recomendaciones... Es el sistema de poder corrupto trasladado a 'la televisora'. Estas cosas se dan, aunque estén ficcionadas, suceden en las empresas periodísticas, sobre todo aquellas que tuvieron un enorme poder. Y la otra gran reflexión es que el periodista no puede pensar que tiene poder, el poder lo tienen los medios, y una y otra vez hemos visto que el periodista que cree que tiene poder es destrozado por el medio. El poder lo tienen los medios, no los periodistas, y esa confusión que hace que el periodista se crea importante nos puede matar y mata a la profesión”.
—Si su novela la leen suecos seguro crearán que es ficción, pero en México se identifican perfectamente las situaciones y personajes: el montaje en el caso Florence Cassez, sabemos de qué televisora habla. Incluso llega un momento en que busca deslindar a Loret de Mola.
Es que justamente estoy planteando arquetipos. Las anécdotas son de muchas televisoras, no sólo de la que entonces era la más importante, que en este caso es Televisa. Decidí poner a un personaje que fuera el conductor de la mañana y que peleara por la silla del noticiero de la noche, ahí es donde muchos dicen: “Ah, es Loret”. No. Ese era como el espacio de confrontación más claro en las televisoras, en Televisa y Azteca, incluso en las regionales, yo lo vi en las de Guadalajara. Ese era el espacio de confrontación, había que pasar del noticiario de la mañana al de la noche, que era el lugar privilegiado de poder. Para que el personaje pudiera generar este espacio de confrontación, había que ponerlo en ese lugar, tenía que pelear, escalar, corromperse para llegar. No era Loret, para nada. Muchas de esas cosas ocurrieron en otras televisoras, es el caso de todas las televisoras.
—Bueno, la relación entre La Gaviota (Angélica Rivera) y Enrique Peña Nieto no ocurrió en todas las televisoras. Tampoco que una mujer estaba con Loret en el noticiero de la mañana y termina relevando a López Doriga en el noticiero de la noche.
Ja, ja, ja. No, por supuesto. Pero todo lo que tiene que ver con el caso de la niña Paulette es de otra televisora; lo de Cassez fue con todas las televisoras, incluso le reclaman al personaje que perdió la exclusiva por andar de vago. Efectivamente, fue un montaje con varias televisoras. Y lo que me importa a mí no es retratar a una televisora o poner en tela de juicio a una televisora, sino retratar el sistema y retratar el sistema de medios que construimos con el star system de periodistas, porque en todos lados, en las redacciones, en las televisoras, en todos los periódicos, se dio esta transición hacia el star system, el pequeño núcleo de estrellas que eran los que tenían la interrelación con el poder.
—En el caso del cinismo o el humor, ¿qué pesó más en usted para definir al personaje?
Es un gran cínico y por eso tiene sentido del humor. Está muy pensado en esta frase de Ryszard Kapuścińsk, que dice que el periodismo no es un oficio para cínicos, y este dice todo lo contrario. No hay manera de ser periodista político en este país sin terminar siendo un gran cínico. No es que yo comparta esto, pero es lo que tiene que pensar una persona como El Chacal. Es un retrato generacional.
—Es muy desesperanzadora su novela. ¿Qué les diría a los jóvenes que hoy estudian periodismo?
Narrar el lado oscuro permite que el lado brillante sobresalga. No estoy decepcionado del periodismo, lo sigo ejerciendo y me sigo divirtiendo igual. Sigo siendo un gran creyente de la importancia que tiene el oficio del periodista. Esto que relato es un retrato, fue un momento, va de salida.
PCL