El síndrome del impostor

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Alison Malmont, cabeza de la organización Active Minds
Héctor Rivera
Ciudad de México /

Desde hace años un grupo de activistas recorre las universidades estadunidenses con un espectáculo estremecedor. Desparraman por los campus un montón de mochilas, cartas, fotografías, carteles. A veces el performance no tiene sentido para muchos estudiantes que deben moverse por los espacios universitarios saltando entre los objetos. Algunos se enojan, otros ríen, pero cuando entienden el significado de la exposición se les ponen los pelos de punta. Las mil 100 mochilas que tienen frente a sus ojos recuerdan la cifra de estudiantes universitarios que cada año mueren en Estados Unidos por suicidio. Los mensajes e imágenes que acompañan el montaje les ponen rostro, sentimientos, razones a quienes se han procurado la muerte a edades más o menos tempranas.

La campaña con la que Alison Malmon viaja por todo el país se propone llevar a los espacios universitarios un tema que las autoridades académicas rehúyen siempre. Trata de alertar a los jóvenes estudiantes de un peligro agazapado a la vuelta de la esquina y los invita a ventilar en público sus problemas escolares y domésticos para exorcizar a un demonio que amenaza su vida. Malmon es la cabeza de Active Minds, una organización que promueve estas actividades en recuerdo de su hermano Brian, quien se suicidó 14 años atrás, a los 22, en el extremo de una crisis depresiva.

Los estudios universitarios en Estados Unidos son en general caros, pero constituyen una garantía de éxito en el mercado laboral, en particular en el ámbito académico. Mientras más prestigiada es la universidad, mayores son las expectativas de progreso socioeconómico de los egresados, que con frecuencia cargan sobre sus espaldas grandes sacrificios familiares y descomunales esfuerzos intelectuales. Pero a veces los resultados son fatales en el curso de una suerte de cruento proceso de selección natural y en un contexto sumamente competitivo.

Una de las instituciones de educación superior más prestigiadas allá, el Instituto Tecnológico de Massachusetts, comienza a preocuparse ahora por el destino de sus estudiantes. Se han dado cuenta que las estadísticas les están pateando las espinillas. Seis de sus alumnos se han suicidado en poco más de un año.

Mientras otras universidades están emprendiendo ahora también un macabro conteo para enfrentar un asunto que han ignorado largamente, el Tecnológico de Massachusetts está tratando de hallarle soluciones. Por lo pronto, ha pedido a sus profesores reducir las cargas escolares y el número de horas de desempeño exigidas a los estudiantes y, sobre todo, combatir lo que han llamado "el síndrome del impostor", que afecta negativamente a muchos estudiantes que se sienten mediocres en medio de tantos compañeros brillantes.

Para evitar el aumento en el número de mochilas desparramadas en sus instalaciones han decidido también regalar a los estresados alumnos todo el helado, galletas y refrescos que quieran.

*Profesor-investigador de la UAM-Iztapalapa

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