Autor de ficción que echa mano de personajes, escenarios y fábulas del pasado, acaso a la manera de Tahar Ben Jelloun y Salman Rushdie, el escritor franco-libanés Amin Maalouf (Beirut, 1949) es también un prolífico ensayista que aunque niega haber creado una obra distópica, sí ve una crisis global que afecta a las civilizaciones humanas y amenaza su existencia, así como el propio futuro de la especie.
En entrevista a propósito de su nueva novela, Nuestros inesperados hermanos (Alianza Editorial, 2020), el ganador de premios tan prestigiosos como el Goncourt y el Príncipe de Asturias argumenta que la próxima guerra fría no confrontará a Estados Unidos con Rusia, sino con China, y asegura que el mundo no requiere un nuevo líder, sino una gobernanza colectiva en la que todos los países puedan reconocerse y hacer oír sus voces, después del fracaso de los estadunidenses y los europeos como piloto y copiloto del orden planetario.
Lector ocasional de autores contemporáneos, responde sobre su candidato al Premio Nobel 2021: “En un mundo que toma la ruta del Titanic, ¿de qué sirve ocupar el mejor gabinete?”.
—Hábleme de sus personajes de fábula en novelas como León el Africano y Nuestros inesperados hermanos.
La gran pasión de mi vida es la Historia, que no es otra cosa que el relato de “la aventura humana”. Constituye una reserva inagotable de personajes, de hechos, de dramas, de ideas, y está omnipresente en todo lo que escribo, tanto en las novelas como en los ensayos. Algunas veces las figuras históricas están en el corazón de la intriga, como en el caso de León el Africano (1986), y en otras aparecen simplemente como testigos lejanos de la forma que lo hace Empédocles en Nuestros inesperados hermanos.
—Usted es también autor de ensayos, como El naufragio de las civilizaciones (2019). ¿Es un libro distópico?
En este ensayo solo quise ser lúcido, no busqué transformar la realidad del mundo en una distopía y me conformé con describirla, “decodificarla” para, de algún modo, mostrar hasta qué punto ha devenido peligrosa.
A decir verdad, es todavía más inquietante de lo que yo pueda haber dicho, como la pandemia ha demostrado ampliamente. La situación empeora, es innegable. El libro de Fukuyama, El fin de la Historia, era más bien optimista, ya que planteaba en resumen que la Historia acababa de tener un “final feliz” con el fin del régimen soviético y el triunfo definitivo de las democracias.
El choque de civilizaciones de Huntington contrariaba este optimismo con el argumento de que aun si la guerra fría había terminado, venían más problemas y serían más identitarios que ideológicos. Hoy sabemos que la crisis que afecta a las civilizaciones humanas amenaza su existencia y el propio futuro de nuestra especie.
—Viendo los resultados después de cada guerra, sean regionales o mundiales, ¿se puede hablar de ganadores y perdedores? Usted se refiere al tema a propósito el conflicto árabe-israelí.
Soy de los que esperan siempre que los conflictos se resuelvan con una reconciliación, que es lo mejor para todos los protagonistas y para el resto del mundo. En cuanto al caso de Medio Oriente, queda claro que muchos problemas a lo largo del planeta se habrían evitado de haberse sabido encontrar una solución adecuada y equilibrada. Pero eso no sucedió.
Muchos árabes sienten que fueron abandonados por el mundo entero, lo que los lleva a la desesperación y a veces al suicidio. Y muchos israelíes se consideran invencibles y sin necesidad de tener en cuenta la angustia de los árabes.
—Usted dice que nació en un universo levantino y aclara que no hay un país que lleve ese nombre. Sin embargo, en el terreno literario, ¿hay una literatura de Levante o hay muchas literaturas de esa región? ¿Hay quizá una literatura árabe?
Hay autores levantinos en muchas lenguas. En árabe, en francés, en inglés, en turco, en hebreo, en griego, en italiano, etcétera. No sé si hay que hablar de una “literatura levantina”, pero sí sé que hay un estado del espíritu, una forma de cosmopolitismo, una cierta nostalgia por las sociedades plurales, sea cual sea su lengua...
—Usted es un escritor libanés que pertenece a la Academia Francesa. ¿Quién es su autor árabe favorito? ¿Quién es su autor francés favorito?
Entre los escritores en lengua francesa tengo una predilección particular por Albert Camus, tanto por su estilo como por su exigencia ética. Entre los del mundo árabe admiro la fuerza poética de Mahmoud Darwich.
—¿Persiste un nuevo orden mundial después de la caída del Muro de Berlín o eventos como la pandemia han generado uno más actual?
Uno de los dramas de nuestra época es que Estados Unidos, el gran ganador de la guerra fría, no ha juzgado útil la reconstrucción de un orden mundial equilibrado, imaginándose que tendría así las manos libres para proceder a su antojo.
En mi opinión fue una falla grave, porque en vez de consolidar su liderazgo con un nuevo orden global, ha sufrido una erosión continua que se agrava con cada intervención militar y cada cambio de gobierno en la Casa Blanca. En cuanto a la crisis sanitaria, no descarto que sea en el futuro el indicador del declive de varios países hoy poderosos y ricos.
—Usted dice que la guerra fría no puede volver porque la Historia no funciona así, pero justo ahora Joe Biden llama “asesino” a Vladímir Putin...
La actitud de Joe Biden denota sobre todo una forma de demostrar su determinación, de desmarcarse de su antecesor, del que se ha dicho que era el candidato de Putin. Pero solo se trata de peripecias comunes de inicio de mandato. En los años y decenios por venir sí que habrá una nueva guerra fría, pero en la que más bien China, no Rusia, será el principal adversario de Estados Unidos.
—Si Estados Unidos fracasó como piloto y Europa como copiloto, como ha escrito usted, ¿qué esperanza queda al mundo? ¿Quién puede ser ese comandante del trasatlántico en problemas?
Ambos han fracasado, innegablemente. Estados Unidos, porque no ha querido construir un orden mundial que limite su margen de maniobra. Europa, porque no se ha atrevido a transformarse en una gran potencia global. Esto no quiere decir que los demás actores lo hayan hecho mejor. El mundo no requiere un nuevo líder, sino una gobernanza colectiva en la que todos los países puedan reconocerse y hacer oír sus voces.
—Entonces, señor Maalouf, ¿la disyuntiva es la tiranía de George Orwell o la pesadilla de Aldous Huxley?
Sigo creyendo que “no siempre lo peor es cierto”, siguiendo la bella fórmula de Pedro Calderón de la Barca. El porvenir no está escrito en ninguna parte, porque nos corresponde escribirlo. Para hacerlo, debemos acometer con lucidez las realidades del mundo, tomar conciencia plena de los riesgos de “naufragio” e imaginar soluciones. Es nuestra tarea absoluta si queremos preservar el futuro de nuestros hijos y nuestros nietos.