Las protestas y problemas en Chile se metieron en la novela de Pablo Azócar (Chile, 1959). El escritor quería contar una historia de amor pero no encontraba la manera de hacerlo, hasta que todo estalló en su país y, al mismo tiempo, dentro de él.
El silencio del mundo (Tusquets) es la novela con la que regresa el escritor después de 25 años; decidió volver y prestarle su voz a la protagonista en una historia de amor imposible.
- Te recomendamos Elena Poniatowska, proveedora de placer literario Cultura
—¿Te volvieron las palabras 25 años después?
Para mí también es bastante impresionante. Cuando publiqué mi última novela, yo tenía la cabeza llena de pelo, no existían los teléfonos celulares, etcétera. Era un mundo completamente distinto, cuando pienso en eso me asombro yo mismo. Había dejado de escribir sencillamente porque me disgustaba el resultado, porque me frustraba, pero nunca dejé de leer y he tenido el privilegio de dedicarme a temas de la literatura.
—¿El estallido social en Chile, la pandemia, influyeron para que volvieras?
Venía trabajando una historia de un amor complejo, ya sé que es un lugar común, pero decidí enfrentarme al desafío y evitarlo. Es la relación entre una mujer mayor y un joven. Pero sí, el estallido en Chile, a lo mejor, también despertó al escritor porque fue muy fuerte con manifestaciones y un ambiente casi revolucionario. No quise hacer una novela política pero se metió muy fuerte todo lo que sucedió.
En El silencio del mundo Elisa vive aislada y metida en sus libros, hasta que un día llega Santiago, un universitario que participa en las protestas en Chile, es rebelde y violento. Ambos terminarán compartiendo instantes de su vida mientras todo arde y estalla en su país.
—¿Qué tan complicado fue meterte en la mente de la protagonista?
Fue muy difícil y le di muchas vueltas al tema. Yo sabía que iba a ser muy juzgado desde ese lugar, pero lo que hice fue prestarle mi voz a ella y en el fondo la puse a hablar como hablaría yo, pero con una serie de matices distintos. Sometí la novela a cuatro mujeres muy lectoras y escritoras, y me hicieron ver muchas cosas. Sabía que estaba corriendo riesgos, pero cuando tomé la decisión de prestarle mi voz, cuando yo fui Elisa, todo comenzó a fluir en la novela.
—Hablas del caos social y el emocional.
El amor te hace vulnerable, conoces zonas de ti mismo que no conocías. Ella tiene una vida tranquila, sin miedo a la muerte, a la vejez y al dolor. Ella no imagina nada y todo le ocurre: el estallido social y, por otro lado, Diego, que es como un huracán. Pero ellos no se lo plantean como una historia de amor, las cosas van sucediendo, discuten mucho de política porque a ella le molesta la violencia militar, tiene un trauma, pues ella vio cómo los militares se llevaron a su papá. Lo tomé de una experiencia de una amiga mía que se lo pasó muy mal en el golpe militar, y el estallido en Chile fue muy fuerte para mucha gente.
—¿Es un encuentro de dos mundos?
Sí, él viene de un mundo universitario y ella vive en un mundo muy encerrado, no ve a nadie y ella empieza a salir a la calle impulsada por él, quien comienza a leer los libros que le recomienda ella: es como un intercambio de vidas, con un final muy interesante.
—Después de 25 años en “silencio”, ¿qué viene?
Después de tanto tiempo quiero seguir escribiendo y no voy a parar. Así que me convertiré en un escritor pelmazo que publica un libro cada año (risas).
Un escritor que recobra las manos
Pablo Azócar reconoce que la pandemia contribuyó a que pudiera encerrarse y retomara la escritura. “Yo creí que me sentía tranquilo, pero mi terapeuta siempre insistía que no, que algo estaba fallando. Ella decía que mientras yo no volviera a escribir en la vida siempre tendría una pata coja; yo me irritaba, pero viéndolo desde hoy, creo que tenía razón. Como dice Guillermo Cabrera Infante: ‘un escritor que deja de escribir, es un escritor que se corta las manos un poco’.
PCL