Claudia Hernández Ángeles, mujer indígena y reconocida cocinera tradicional de Santiago de Anaya recuerda que solo tuvo una muñeca en su vida, regalo del Día del Niño que recibió en su escuela, pero entre las actividades propias del campo, la cocina y los deberes que tenía que atender en casa, ya no supo de ella, “la perdí y me dio tristeza porque era mi amiga, confidente y a quien le enseñaba todo lo que aprendía cuando era chiquita”.
Claudia es indígena y se siente orgullosa de sus raíces, del reconocimiento que ahora tienen por la magia que inyectan a cada guiso, únicos y reconocidos a nivel estatal, nacional e internacional, y asegura que, a pesar de que su niñez fue feliz entre la recolecta de productos en el campo, hacer nixtamal y cuidar a los animales de granja, “me hubiera gustado jugar más”.
Ella cuenta que aprendió a cocinar siendo parte del funcionamiento de la cocina de su mamá, la señora Valvina Ángeles, una mujer que madrugaba para extraer aguardiente de los magueyes, y llenar cueros de cabra con pulque para ir a vender a un poblado cercano ayudada por sus nueve hijos y un burro, a quien Claudia debía dar de comer y beber antes de emprender camino.
“Nos íbamos todo el día para vender el pulque a 10 centavos el litro y traer dinero para la comida. Fuimos nueve hijos, ya falleció uno, éramos muchos hermanos y mi mamá tenía que luchar mucho para darnos de comer.
“De regreso, cada uno tenía tareas específicas yo, por ejemplo, me encargaba del molino y apenas si alcanzaba a darle vuelta, pero así aprendimos el arte de la cocina, de hacer nixtamal y todas las enseñanzas de cada guiso por los que ahora nos aplauden, pero fue parte de nosotros”, explica.
La memoria histórica
Para Raúl Macuil, coordinador del Centro de Investigaciones de la Secretaría de Cultura del estado, es necesario que este Día Internacional de la Mujer Indígena se valore y se fomente la riqueza que tienen las mujeres indígenas en la memoria histórica, "porque ellas nos dan pertenencia, son las que no han dejado que muera el legado de la familia, el de la cocina, el del impulso.
“Si no existieran las mujeres indígenas perderíamos nuestra memoria histórica, una gran parte del conocimiento y sensibilidad. Tendríamos una sociedad que no entiende la relación con la naturaleza, han sabido adaptarse y adecuarse a los tiempos, a lo largo de los siglos, y hoy podemos disfrutar y saborear con estos ricos alimentos que provienen de recetas que pasan de generación en generación”, explica el especialista.
Ellas tienen un recetario en la memoria que se teje entre cada una de las experiencias vividas en la infancia, en la que el juego era la cocina, era saber sazonar, hacer tortillas desde el origen, recolectar quelites, garambullos, más flores con las que se hacían los guisos que “si bien comíamos dos veces al día nos iba bien, pero siempre se agradecía un taco con sal”, dice Claudia.
El paso de los años ha logrado que la situación de las mujeres indígenas vaya mejorando día a día, “ahora como padres nosotros ayudamos a nuestras hijas y nietas y ya no padecen tanto como nosotras, ahora comen tres veces al día y van a la escuela, aprenden y pueden salir a jugar, no como nosotros que tuvimos una educación más estricta”, expresa.
Claudia abrió su cocina de humo en donde ofrece gran variedad de platillos tradicionales y junto a sus compañeras Martha Gómez, Porfiria Rodríguez y Ceciliana Aldana, han logrado la distinción de ganarse el primer lugar del Concurso Gastronómico ¿A qué sabe la patria?, convocada por la Secretaría de Cultura federal.
Ahora que regresó a casa de su madre y recorrió los plantíos de nopales que la acompañaron en su infancia, y entre la tierra en la que crecen los quelites, verdolagas, pápalo y elotes, encontró su muñeca, la amiga de infancia que la acompañó por años, “así que me dio muchísimo gusto, fui feliz y supe que parte de mi infancia la había recuperado”, concluyó.