Rodrigo Ramírez presentará “Dinero para cruzar el pueblo” en librería del FCE

Acompañarán al autor Pedro de Isla y Gabriel Contreras; con esta novela, Ramírez del Ángel obtuvo el NL de Literatura 2020.

Rodrigo Ramírez presentará “Dinero para cruzar el pueblo”. Foto: Especial
Israel Morales
Monterrey /

Rodrigo Ramírez del Ángel ganó el premio NL de Literatura 2020 con “Dinero para cruzar el pueblo” (Conarte), novela que presentará este jueves a las 21:00 en la Librería Fray Servando del FCE, como parte del evento de la Venta Nocturna. De esta obra nos platica el autor veracruzano que radica en Monterrey.

¿Cómo nace “Dinero para cruzar el pueblo”?

Nace de un par de experimentos narrativos independientes uno del otro y dispersos, sin enfoque. Por una parte quería describir ambientes, inventar o recrear una ciudad y su ecosistema, sus edificios, calles y monumentos. Por otra parte tenía la terca idea en mi cabeza de explorar los pasados de los personajes y cómo estos afectan el presente de ellos. Escribí capítulos sin saber que serían parte de una novela, pensándolos como recuerdos de algún personaje.

Con Eusebio se puede aplicar eso de ¿quiénes somos y hacia dónde vamos?

Eusebio explora su pasado, busca a su madre para saber quién es él. La búsqueda de identidad es algo que me ha obsesionado por casi toda mi adultez. Esto desde que un maestro, si mal no recuerdo en una materia relacionada con la sociología, mencionó que la persona postmoderna podía escoger su identidad libremente. En aquel entonces yo estaba seguro que mis etiquetas: hombre relativamente heterosexual, mexicano, jarocho, prieto, escritor, alcohólico, periodista o alumno eran lo que me definían, y que había nacido o crecido con ellas, como si fueran impuestas, como un tótem del que era imposible escapar. Sus palabras me sirvieron para dos cosas: 1: Para lograr desprenderme de partes de mí, y 2: Para sufrir más: ¿quién soy y qué soy? Son preguntas que después de 17 años aún no sé contestar. La exploración de ello me llevó a crear un personaje como Eusebio. Imaginé la posibilidad de no tener pasado, de solo vivir en un presente nebuloso. Pensé que eso lograría un personaje límpido, de una carencia de búsqueda, la idea del inútil perenne, quería buscar un personaje inamovible, como una piedra. Lo curioso es que de manera automática el personaje me llevó a otra parte, a la búsqueda de su madre que solo fue el motor, de su pasado y así descubrir quién era. La parte más compleja para él y para mí es entender que el camino es larguísimo, ni siquiera después de la muerte uno deja de interpretarse y ser interpretado, de buscar y ser buscado. Tal vez el punto del descanso sea cuando uno es olvidado por siempre.

Eusebio es gordo, sudoroso, que sufre, que es tierno, ¿cómo trabajaste a Eusebio sin que cayera el arquetipo?

La historia de Eusebio bien podría considerarse un bildungsroman: el crecimiento emocional y personal de su inmadurez e inutilidad, hasta llegar a una aceptación de su adultez y sentirse cómodo en su piel. Quise evitar el gordo chusco dándole melancolía por un pasado que no conoce. Quise evitar al gordo triste dándole puntadas graciosas. La incomodidad con las mujeres a través de su desinterés. La forma en que me acerco a la creación de los personajes es darles cualidades o defectos opuestos, porque considero que la incongruencia es uno de los rasgos más humanos (y encantadores) que hay. Considero que la complejidad a través de claroscuros es la fórmula de alejarse de los arquetipos. Nadie quiere un personaje monotemático, ni 100% genial, ni una bruja malvada.

¿Cómo trabajaste a Jade? ¿En quién o quiénes te basaste?

Jade es, posiblemente, todas las mujeres que conozco. El desarrollo de Jade fue curioso, puesto que me vino fragmentado, como las viñetas en las que se muestran en la novela, casi cuentos independientes. No hay una mujer en la que me haya basado, sin embargo, las mujeres a mi alrededor, sus historias, sus dolores y gozos era lo que permanecía en mi cabeza. El acercamiento al personaje fue algo que medité por mucho tiempo, porque quería evitar muchas cosas, desde los arquetipos hasta esta idea que he visto en otras historias de la mujer como objeto de tortura. Una especie de fetichismo del dolor y sufrimiento. La otredad, como hombre, me parece incómoda para escribir, es algo de lo que me he querido desprender desde hace años. Me acerqué a Jade así, tratando (aunque creo que es imposible lograrlo del todo) de desprender de muchos aspectos de mi masculinidad. Jade es esas historias que he recopilado, esas lágrimas que he visto, voces que he escuchado.

No se puede pasar por alto que es una novela con referencias sociales, ¿cómo encauzaste todos esos elementos en la novela?

Atravesando la costa del estado de Veracruz, uno puede ver en diferentes construcciones: puentes, plataformas petroleras, barcos y muelles, que el metal, aquel material que para la mano desnuda parece impenetrable, es roído por algo tan simple como la brisa y el sol. Mientras escribía la novela mantuve esa imagen en mi mente, el metal roído. Eso es lo que significa para mí, en parte, el estado que me vio nacer. Y alrededor de ese pedazo de metal hay, aparte de brisa y sol, plantas, mosquitos, sal y estructuras gigantes. En muchas zonas del estado, sobre todo en las que me desenvolví, es inevitable la aparición de Pemex como una parte integral del paisaje. Lo está en la planeación de la selva, en el olor de las ciudades, en el paisaje de la playa, en las casas, ropas y calles, en las historias de los que viven ahí. Un familiar más, el gran hermano que los encauza y destruye a la vez. Me fue inevitable relacionar el ambiente (que fue uno de los propósitos iniciales de la novela) con el petróleo. Y los petroleros, que tienen una cultura muy particular, vienen de la mano junto con las compelidas sociales y políticas que dicha infraestructura e idea capitalista (irónicamente) del progreso traen consigo. El calor, los mosquitos, las plantas, Pemex y sus trabajadores son parte de la vida y muerte de Santa Ana y Tepoloa. Solitos se unieron los hilos.

¿Qué te dejó esta novela?

Infinidad de emociones y lecciones. El interés de las personas que sintieron gozo, dolor, cercanía y conflicto al leerla. Aprendí que la escritura es disciplina. El goce de recibir la llamada para decirme que gané el Premio Nuevo León de Literatura 2020. Frustración de lo agridulce de ese año: ganar el premio y estar encerrado. Lo mezquino que me sentí de perderme ferias del libro y presentaciones. Y el año siguiente también. Me permitió descubrir el gusto por la enseñanza enfocándome en escritores que van comenzando su carrera. Confirmar que no solo soy yo, sino mis maestros y maestras que a lo largo de mi vida literaria me han apoyado: Orfa Alarcón, Óscar David López, José Eugenio Sánchez, Antonio Ramos Revillas, Patricia Laurent Kullick. La confirmación de que escribir es la base de mi vida. Un atisbo de confianza al crear nuevas obras. Un dolor de espalda por la mala postura. Un dejo de satisfacción, no por el premio, ni la publicación, sino de saber que dediqué dos años a algo con la intención de hacer la mejor historia posible, sin siquiera saber si vería la luz, mucho menos recibir dinero a cambio. Las palabras y opiniones de colegas y lectores al respecto de la obra. Las lágrimas contenidas al leer la primera reseña de la novela. El gusto perverso de leer la primera reseña negativa. Cursi, tal vez, será decir que mi vida es otra desde que sucedió. La posibilidad de decir que mientras escribo, estoy trabajando, sobre todo cuando toca lavar los platos. Lo siento, mi amor.

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.