El actor, director y productor Fernando Bonilla sacó al personaje que interpreta en la más reciente película de Amat Escalante, Perdidos en la noche (2023), el artista conceptual Rigoberto Duplás, y lo llevó a escena en Mercan, obra sobre arte, violencia, teatro, ficción, verdad y mentira, que se estrenó incluso en el Cervantino 2023 antes que el filme, con gente que de plano salía molesta de las funciones.
“Tuvimos la reacción que yo esperaba, y a eso yo le llamo éxito”, comenta en entrevista Bonilla, que también montó esta divertida caja china de metateatro atribuida a Rigoberto Duplás en los créditos en el Foro La Gruta, del Centro Cultural Helénico, donde inició temporada del 26 de enero al 25 de febrero.
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E igual en el estreno en el Foro La Gruta se encendieron pasiones a instancias del artista protagónico.
Para Fernando Bonilla, el teatro mexicano se ha vuelto en la última década muy complaciente, sin polémica, y en paralelo los espectadores cada vez se sorprenden menos con las producciones teatrales.
Bonilla interpreta al artista conceptual; Cristian Magaloni, al actor contratado por Duplás para encarnar a Duplás en una obra que el mismo creador cuestiona que sea teatro, porque desprecia el género, y Sophie Alexander-Katz asume los roles de su esposa, la actriz Carmen Aldama, y de la actriz que lleva a escena la historia de cómo conoció en Madrid al protagonista y su relación violenta y tóxica con él.
Alexander-Katz incluso se representa a sí misma increpando a Bonilla por la violencia que ha sufrido en Mercan.
El resto de los protagonistas son los espectadores, que durante las casi tres horas de duración de la pieza son interpelados, cuestionados, horrorizados o fascinados por el Rigoberto Duplás del escenario, que de plano cuando alguien se confundía con quién hablaba (si con el personaje, el actor o el director) y cuestionaba a la persona la calidad de la obra, no tenía empacho en decir “me vale verga” la opinión.
“Los dos grandes temas de Mercan son la cancelación y la violencia al interior de los procesos creativos”, expone Bonilla, que se inspiró en un artista real en Guanajuato mientras rodaba Perdidos en la noche, que recién entró a las plataformas digitales después de su paso por las carteleras comerciales.
Y las reflexiones que plantea Mercan ahora, además, coinciden por azar con la Semana del Arte.
—¿Cómo es que toma al personaje de la película de Amat Escalante para esta obra?
El personaje de Rigoberto Duplás está construido a varias manos. Amat Escalante y su hermano Martín escribieron el guion y tenían la preocupación de que todo lo que tuviera que ver con el arte conceptual estuviera sustentado y se asesoraron con varios profesionales del arte, su propia padre es un artista visual. Hubo uno, que prefiere el anonimato, que ayudó a dar forma a Rigoberto Duplás. Cuando yo me integré a la película, pedí a Amat trabajar con ese artista, entrevistarme con él, estudiarlo, entenderlo y crear mi propia versión del personaje. Fuimos así vecinos en el rodaje en Guanajuato. Y así surgió la idea de crear una pieza teatral, porque es lo que más hago yo, en donde pudiera explorar algunas cosas que creamos para la película, pero que no se exploran tanto en ella. Los dos grandes temas de la obra de teatro Mercan son la cancelación y la violencia al interior de los procesos creativos.
—¿Cómo se exponen estos temas en Mercan?
El antecedente que la obra plantea es que Rigoberto Duplás estrenó hace algunos años una exposición homónima, Mercan, en la que explora temas relacionados con la violencia de género, con el abuso sexual en el mundo del cine y la televisión. Y la respuesta que recibió después de esta exposición fue sumamente negativa, sobre todo proviniendo de varias voces que desde el feminismo criticaron a Duplás por apropiarse del dolor ajeno y por visibilizar a las mujeres, específicamente por su relación conyugal con Carmen Aldama, que es actriz de televisión también. La obra de teatro (que quiere hacer Duplás) es de alguna manera una respuesta a esta cancelación. El caso que estamos presentado en esta obra es particularmente peliagudo, sobre todo porque es difícil posicionarse; no es una cancelación derivada de alguna conducta en la intimidad sino la condena a una obra artística. En ese sentido la obra es especialmente ambigua y, al final de todo, lo que pretende es provocar la discusión, alentar y lanzar un montón de preguntas que yo mismo o que el propio autor no ha sabido responder del todo.
—¿Cuáles son estas preguntas?
Cuáles son los límites para el arte; si el arte sin violencia puede existir; si es legítimo el uso de la violencia si es consensuada en los procesos creativos, y si es capaz el artista de renunciar a su ética para para que la audiencia reafirme, deseche o cuestione la suya propia. En estos momentos en que la corrección parece un mandato se corre el riesgo de que ideologicemos nuestro consumo del arte en el peor de los sentidos, de que consumamos nada más el arte con el que comulguemos ideológicamente y cancelemos al arte o arrebatemos al arte la posibilidad de tocar cualquier tema. Y me refiero a esta ideologización en el peor de los sentidos cuando ya sabemos qué temas se tienen que abordar y cómo deben ser tratados. Y evidentemente esto pervierte el sentido más esencial del quehacer artístico.
—Al Rigoberto Duplás del filme usted lo planteó como crítica al artista burgués. ¿Y en teatro?
El personaje de Mercan tiene su origen en la película, es polvo de aquellos lodos, sigue siendo lo mismo, es un tipo profundamente contradictorio, consciente de esas contradicciones y encuentra en ellas un poder creativo. Y, al hablar fundamentalmente de su matrimonio en esta pieza, es como un espejo infinito de verdades contaminadas por ficciones y ficciones contaminadas por verdades. Pero, es una representación de una representación de una representación de cosas reales y de una relación de pareja de dos personas privilegiadas, que pertenecen al México criollo, burgués, que se enuncia y concibe como el único productor y consumidor legítimo de arte. Este hombre se hace consciente de lo que esto implica. La obra no aborda esencialmente el contraste de la lucha de clases, pero sí sigue manteniendo esas pinceladas en ese sentido, sobre todo porque Rigoberto se concibe a sí mismo como la última frontera de su arte, su estar en el mundo, su persona pública es también su gran pieza, el lugar que desempeña en la sociedad y sus faltas morales, ya sea por acción o por omisión, lo determinan.
—Al final Mercan es una precuela del filme, por los tiempos de la relación que maneja, sólo que cambian los actores. ¿Cómo ha sido trabajar con Cristian Magaloni y Sophie Alexander-Katz?
Sophie y Cristian empiezan interpretándose a ellos mismos, son presentados como actores, intérpretes, que tienen montada una serie de escenas que muchas veces se pueden modificar, ellos no saben del todo en qué orden se van a presentar. Y eventualmente ella interpretará a Carmen Aldama y él a Rigoberto, por eso es un desdoblamiento más de la ficción. Y, para hacerlo más claro, Rigoberto ha preparado esta respuesta, ha convocado a estos actores para que lo interpreten a él y a su pareja en un caleidoscopio de momentos de esta relación. Hay una exploración mucho más profunda en cómo es el amor de estas dos personas, un amor bastante tóxico y retorcido, codependiente, quizás, pero verdadero y muy intenso. Y eso es un poco la materia prima de la pieza, hablar de la relación de esta pareja.
—¿Y cómo le fue en el Cervantino? El público ahí es muy distinto al que va al Helénico.
Tuvimos la reacción que yo esperaba, y a eso yo le llamo éxito, que es muy subjetivo en este trabajo. El éxito se trata de eso, justo, lo que deseaba y lo que esperaba era dividir opiniones y, sobre todo, provocar la discusión. Hubo gente que se molestó muchísimo, que no le gustaba la obra; gente a la que le gustó mucho y salió muy ilusionada. Y hubo gente, la menos, que salió indiferente. Fue una reacción muy intensa. Incluso, cuando estrenamos y dimos la primera función, al interior del equipo había muchos sentimientos encontrados y preocupación por lo que habíamos hecho. Y les recordé esta parábola de teatro: cuando el actor señale a la Luna el espectador debe voltear a ver a la Luna y no quedarse viendo el dedo del actor señalando. Y es la primera vez que lo logro en mi carrera de verdad.
La pieza es multidisciplinaria, hay un peso importante depositado en la realidad digital y se abre en escena un grupo de WhatsApp por cada función, ahí pude constatar que la discusión se provocó fue muy eficaz, el chat estuvo muy nutrido, con la gente ahí opinando y discutiendo, se armaron encuentros entre desconocidos que quedaron para reunirse y seguir hablando de la obra. Eso fue para mí un éxito rotundo, aunque hubo a quien le pareció muy mal y que no eran los modos para hablar de esto.
—¿Por qué el cine, el teatro, el arte en general ya no genera las polémicas de antes?
Es mi obra que más polémica ha generado. Y lo celebro y lo abrazo porque es un objetivo buscado. El tema es multifactorial. Como espectadores nos sorprendemos menos cada vez, porque vivimos en una época cada vez más sobreestimulados. Es impresionante. Simplemente pensar cómo nos erotizábamos en nuestras adolescencias. Tengo 38 años, pienso en mis hijos y en lo complicado que era conseguir material para autosatisfacerme a su edad, y como ahora ese acercamiento al erotismo es infinito con todos los peligros que conlleva. Eso habla de que nos estamos enfrentando a espectadores muy distintos. Por otro lado, en el teatro mexicano de los últimos años 8 o 10 años percibo una lamentable homegenización en sus poéticas. No del todo, porque siempre hay gente que se arriesga y con resultados extraordinarios. Pero hay una fuerte tendencia a hacer teatro muy complaciente. A mí nunca me ha gustado suscribirme con sangre a ninguna corriente, me gusta mojarme en todas las aguas posibles. Quién sabe. Quizás es cada vez más difícil sorprenderse en el teatro, y lo lamento.
PCL