Fernando Fernández solo había ganado un primer lugar en ortografía en el Colegio Madrid cuando era niño, pero ahora le fue otorgado el XXV Premio Iberoamericano Ramón López Velarde por sus investigaciones y ensayos sobre el poeta zacatecano, quien a su juicio sigue siendo un misterio, con huecos en su vida y obra, porque sus estudiosos se enfocan en analizar siempre lo mismo.
“La Suave Patria nos ha impedido ver a López Velarde”, reconoce el autor de La majestad de lo Mínimo (Bonilla Artigas Editores, 2021) y de Ni sombra de disturbio (Auieo Taller Ditoria, 2015).
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Fernández sostiene que no es supersticioso, pero comparte algo más que poesía con López Velarde; comparte, por ejemplo, a junio. Él nació el 12 de junio de 1964 y junio fue el mes de nacimiento (15 de junio de 1888) y de muerte (19/6/1921) del poeta de La sangre devota, Zozobra y El son del corazón.
Más todavía, después de enfrentarse a mediados de 2020 a la posibilidad de la muerte tras contagiarse en junio de covid-19 y terminar en el hospital, ahora en junio lo sorprende la noticia del premio que otorga el Instituto Zacatecano de Cultura y que recibirá el viernes 17; y tres días antes, el martes 14, ingresa como miembro titular al Seminario de Cultura Mexicana (SCM), institución ya octogenaria.
“Me siento muy contento y estimulado”, dice Fernández, quien se tituló en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM en 1991, con una tesis sobre otro outsider de la poesía mexicana, Gerardo Deniz, con Manuel Ulacia como su sinodal.
Foto: Jesús Quintanar
“Llevo muchos años haciendo investigación literaria y siempre he trabajado de manera independiente. Y cuando uno es independiente es difícil medir ya no digamos si lo que haces tiene trascendencia, sino que llegue a los demás, si merece la pena, si tanta pasión tiene un efecto positivo. Un reconocimiento como el premio López Velarde es una gran satisfacción porque me permite ver que lo que he venido haciendo ha tenido sentido a lo largo de estos años, ha valido la pena”, comenta en entrevista en su departamento en la colonia Cuauhtémoc, rodeado de obras de arte cuya historia comparte gustoso, de cactáceas y caracoles y de una foto de Juan Rulfo que lo observa triste, obra de su amigo Juan Miranda.
Sobre ingreso al Seminario de Cultura Mexicana, el próximo 17 de junio, en una ceremonia donde presentará un discurso no sobre López Velarde, sino sobre Lope de Vega y su poema La gatomaquia, dice que es una gran oportunidad para proponer ideas de renovación e inyectar nuevo vigor y sangre a una institución de miembros eminentes donde él es el segundo más joven, sólo detrás de Sergio Vela, que nació 15 días después de él, el 27 de junio.
“Como investigador independiente, de pronto ser acogido por una institución venerable y noble, que tiene el objetivo de difundir la educación y la cultura en el país es como regreso a casa, significa mucho para mí. Siempre he andado de yerba suelta por ahí, pero tengo un alma gremial”, explica Fernández.
De por qué escogió a Lope de Vega y no a López Velarde para su discurso, admite que después de todas las actividades del año pasado en torno al centenario luctuoso, había “como una resaca”. No obstante, subraya que estudió desde la facultad tanto a los poetas del siglo de oro español y al jerezano como sus contemporáneos.
Ha contado en muchas ocasiones que su primer acercamiento al zacatecano se dio gracias al Cuadrivio, donde Octavio Paz escribe sobre López Velarde, Fernando Pessoa, Rubén Darío y Luis Cernuda.
“Caí en una rara fascinación por López Velarde, es un poeta especialmente complejo. Compré en el viejo Palacio Negro de Lecumberri, recién convertido en Archivo General de la Nación, la primera edición de 1971 de sus obras completas que recopiló José Luis Martínez cuando tenía 21 años, y algo me atrapó. Y en junio de 1985, cuando ya había definido mi vocación literaria, viajé a Zacatecas, a Jerez, con la idea ingenua de encontrar en las personas, en las calles, en las atmósferas lo que leía en La sangre devota. Y me topé con un poeta que satisfacía mi curiosidad por las letras, mi sed de jugar con las palabras, López Velarde es mucho de eso, complejo, fascinante y rico en todos sentidos”, relata.
—Me sorprende su fascinación exclusiva por López Velarde, y no por Pessoa, Cernuda o Darío.
—Era el más raro. Y probablemente lo sentí más cercano, su relación con la poesía amatoria, la presencia de la muerte; había algo que tenía que ver con México, con mi propia lengua, el español que se habla en México, y con ciertas atmósferas. Además, era una tradición común: el bisabuelo, el abuelo y el nieto, o sea yo, había una continuidad que tiene que ver con el lenguaje. Eso me atrapó.
—Escribe La majestad de lo mínimo poco antes de la pandemia, que usted sufrió en carne propia. ¿Cómo fue enfrentar esa posibilidad de la muerte con la figura de López Velarde, su centenario luctuoso, la atmósfera de muerte global como contexto?
—Me pasó una cosa muy curiosa ligada a López Velarde. Justo me enfermé en mayo de 2020 cuando preparaba un largo ensayo que se iba a publicar a los 99 años de su muerte. El 17 de junio de ese año, finalmente el médico me aconsejó hospitalizarme, con un pronóstico nada optimista. En Almas flexibles (Turner, 2021) cuento esa experiencia. Y mi primera mañana en el hospital me di cuenta que iba a vivir la efeméride por la muerte de López Velarde, el 19 de junio de 2020, fecha para la que me estaba yo preparando, postrado yo en una cama de hospital, iba a vivir su muerte yo mismo sin saber bien a bien qué iba a ser de mí. Y me ocurrió una cosa rarísima: cuando se cumplieron los 99 años, la madrugada del 19 de junio, el médico me dijo que empezaba yo a tomar el camino hacia afuera, que estaba regresando de la enfermedad para comenzar el largo camino de la recuperación, que se dio hasta octubre. Viví la conmemoración por los 99 años de la muerte de López Velarde, en una situación bastante en vilo, preocupante. Lo cuento con desparpajo irónico, pero así fue como ocurrió.
—Muchas coincidencias con junio. Se me hace que manipula todo para que le ocurra en junio.
—Ja, ja, ja. Sí, hay muchas coincidencias. Pienso ahora en Hora de junio, de Carlos Pellicer. Es curiosa esa coincidencia cronológica. Otra más: me han avisado que el premio se me va a entregar el 17 de junio, precisamente la fecha en la que hace dos años entré al hospital contagiado por covid-19.
—¿Es supersticioso?
—No, para nada. Maximiliano sí era supersticioso. Acabo de leer Maximiliano y Carlota, de (Egon Caesar Conte Corti, FCE), un gran libro. Y Maximiliano sí era supersticioso, a él sí le pasaron cosas espantosas los días 13. Yo, para nada soy supersticioso, pero no puedo dejar de consignar esas cosas.
—Curioso que cite a Maximiliano, fusilado un 19 de junio, mismo día que murió López Velarde. Y López Velarde sí era supersticioso.
—López Velarde sí era supersticioso, por supuesto. Octavio Paz dejó dicho que nos hace falta un buen estudio sobre cuáles eran realmente las creencias de López Velarde, lo que realmente creía. Hemos estudiado mucho a López Velarde, pero hay huecos muy grandes todavía que no han sido satisfechos por los investigadores. Y ahí hay uno. Hace falta un libro que responda a la pregunta que usted me hace. ¿López Velarde era supersticioso? Ampliado eso a que creía en ese catolicismo rayado de paganismo, en una época en que el mundo estaba adscrito a esta “ciencia” llamada espiritismo, a la que estaba adscrito el propio (Francisco I.) Madero. Todo eso estaba en el aire, todo eso contagió también a Pessoa. Y todo eso lo tenía López Velarde. Nos está haciendo falta investigar su sistema de creencias.
Foto: Jesús Quintanar
—En 2021, por el centenario luctuoso, hubo mucha alharaca por López Velarde. Hay muchos y geniales estudiosos de su obra, pero ¿realmente se lee a López Velarde a nivel de gente común?
—La poesía siempre ha sido lectura de pocos, más si se trata de una poesía difícil como la de López Velarde, hay que decirlo. No es un poeta fácil. La poesía es de lectores escasos, eso no tiene por qué asustarnos o asombrarnos. Creo que se lee poco y se debe leer poco, así es la naturaleza humana y así es la naturaleza de la obra de este poeta.
—¿Por qué, en su opinión como investigador, La suave patria, atrapó tanto?
—Es un grandísimo poema, es un acercamiento desde el detalle, la sutileza, la sensibilidad más aguda a lo que produce lo que nosotros llamamos México, sea lo que sea eso sea. Es un grandísimo poema, pero La suave patria nos ha impedido ver a López Velarde, eso quedó claro el año pasado. Fue tal el alborozo, el ruido por La suave patria, que no pudimos llegar a López Velarde, un poeta extraordinariamente complejo. Una de las maravillas de La suave patria es la culminación del estilo de López Velarde, en tanto que es su expresión más pura, más clara, más limpia, y además escrita –como lo decía alguno de sus estudiosos– “con el sudor de la agonía”. Naturalmente estaba sano cuando la escribió, después se enfermó y murió. Pero el hecho de que él muere una semana después de escribir el poema, que el poema se publica cuando él está agonizando, le da a la historia del poema, no al poema, sino a la historia del poema, una suerte de prestigio muy poderoso que lo hace ser como una suerte de testamento de alguien que ve más allá y, en el momento de ver, se muere.
Me acuerdo que, en la Feria del Libro de Guadalajara de 2017, se me invitó a un pequeño homenaje con Eduardo Lizalde. Ese día comí con él. No sabe qué emocionante fue ver al poeta recordando los versos de La suave patria con los ojos llenos de lágrimas, tratando de expresarme lo que él sentía por la verdad última y la belleza extrema que hay en esos versos sobre México. Pero sí creo que La suave patria nos ha impedido ver a López Velarde, el año pasado todo giró en torno a ese poema. No, López Velarde es mucho más que eso. Si no hubiese escrito La suave patria seguiría siendo el grandísimo poeta que es, sus temas van más allá del sentimiento de nacionalidad, que estaba tan inflamando en sus años postreros; su gran poesía tiene que ver con el amor y con la muerte, y con la propia introspección de una alma que se asoma a sí misma y describe la ambigüedad y las contradicciones que ve dentro de sí. Eso es la poesía de López Velarde, y el gran público no se ha dado cuenta y los grandes difusores de la cultura no se dan cuenta de que eso está ahí. A pesar de que es el poeta más público que tenemos, sigue siendo el más íntimo, y eso es muy interesante, te habla de la naturaleza del poeta que es.
—Ocurre lo mismo con su prosa.
— Ya lo señalaba Ernesto Lumbreras, muy bien señalado, que los investigadores seguimos reacios a considerar la poesía en prosa de López Velarde como poesía, y lo es. Es poesía de primera magnitud, la prosa poética. Sé que usted me pregunta por la otra obra en prosa, pero sí quiero señalar que también es un gran poeta en prosa, espléndido. Tiene usted razón, hay varios cientos de páginas en su prosa que probablemente no han sido bien atendidas por la crítica, y que deberían hacerlo. Para empezar, la prosa política. A mí me parece muy interesante una serie de documentos escritos por él sobre su cotidianidad política, y la crítica los ha despreciado. Tanto José Luis Martínez como José Emilio Pacheco, especialmente Pacheco, han despreciado esa prosa de López Velarde. ¿A poco no tendría que haber una gran edición diciendo quiénes son todos los personajes que aparecen ahí? O su famosa postura sobre Zapata. Pero todos los críticos siguen analizando “Mi prima Agueda”, que sí es un poema glorioso, es el primer gran poema de López Velarde, una página genial incrustada en su primer libro, pero ahí están todos los investigadores como moscas que siguen analizándola, 80 años después, cuando hay una serie de zonas de su literatura que no son atendidas. Los señores siguen leyendo “Mi prima Agueda” con la idea de seguir investigando el poema, tendrían que ocupar mejor su tiempo con la idea de analizar toda la gran extensión de la obra de López Velarde que sigue ahí, interesantísima, esperando a que sea atendida y que, sin duda, nos va a dar grandes satisfacciones.
—¿Qué diría a los jóvenes para atraerlos a leer a López Velarde?
—Yo diría que “si no lo leen peor para ellos, y a mí no me interesa, y háganle como quieran y puedan”. Pero sería una gacha respuesta. Sí funcionaría si les dices quién es, que murió a los 33, que era un tipo cordial, agradable, al que todo mundo quería; que tuvo todos los infortunios posibles tanto políticos como amorosos, que era muy discreto, pero que contaba muchos secretos al público en sus poemas que mucha gente no entendía. y que escribió unos poemas morbosos, eficaces para tratar de seducir el oído retorcido de una chica vampiresca contemporánea. No sé, este cuate puede ser tu socio para lo que quieras emprender entre seducir a alguien y entenderte a ti mismo. Si les platicas muy bien quién fue y como murió y vivió y cómo fue su agonía, sí puede ser un cuate muy atractivo para los jóvenes, claro. Pero no lo hemos sabido hacer atractivo.
—Si lo invitaran a una sesión espiritista para tratar de contactar a López Velarde, ¿acudiría?
—Sí, ¿por qué no? Pero ya bastante me dice López Velarde desde ultratumba cuando lo leo y cuando me dice cosas que no conocía. Ahí está la lectura de ultratumba de él. No necesito agarrarme las manos de un médium en un cuarto a oscuras para contactarlo. El médium son sus libros.
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