A Elísabet Benavent (España, 1984) siempre le gustó escribir, pero durante mucho tiempo no se sentía segura de querer dedicarse a ello. A los siete años recibió una buena nota en un cuento que entregó como tarea para la escuela; esa tarde le anunció a su madre que quería dedicarse a contar historias. De inmediato llegó la advertencia de que ser escritora era algo muy complicado y que moriría de hambre.
Cuando Elísabet se iniciaba en la escritura —cuenta en entrevista desde la Feria Internacional del Libro de Guadalajara— lo hacía para ella, para sus amigas y, siendo adolescente, fue “una manera magnífica de masticar la realidad, de entender las emociones y de soñar”.
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Este año se cumple una década de la publicación del primer libro de la saga de Valeria, ciclo que cierra con la aparición de su nueva novela, Cómo (no) escribí nuestra historia, con la que —dice— “se cierra ese ciclo hablando de otra escritora: empecé con alguien que quería escribir y lo cierro con alguien que ya lo ha conseguido”.
A propósito de su presentación en la FIL, la autora española habló de la importancia de crear personajes inspirados en mujeres con luchas y conflictos contemporáneos, de cómo ha sido para ella escribir comedia romántica estando en una industria permeada por un canon masculinizado, de las autoras que le han inspirado y del mensaje que le daría hoy al personaje que la convirtió en best-seller.
—¿En qué momento te planteaste empezar a escribir?
(La escritura) siempre me ha acompañado, pero nunca hubo un momento en el que dijera “eso es lo que quiero hacer”. Siempre pensé que era demasiado complicado, que era muy difícil dedicarse a eso, así que lo dejé. Era un sueño un poco aletargado. Cuando autopubliqué, pensé que no iba a suceder nada; nunca ha sido mi intención buscarlo de manera activa, pero no quería quedarme con la sensación de que no lo intenté.
—¿Cómo fue darte cuenta de que al autopublicarte estabas logrando un impacto que no imaginabas?
Cuando me escribió la editorial para decirme que estaban interesados en el manuscrito, yo ni siquiera llevaba 500 descargas; tengo compañeros que han autopublicado y que se los descargaron decenas de miles. Yo no llegué ni a 500, así que era una sensación extraña.
Era pensar: “ya me ha leído gente que no es mi familia ni mis amigos”, con lo que me sentía rara. (Llegó) el síndrome del impostor (pensando) “¿pero cómo van a publicar esto si lo he hecho en mi casa, para mí?”. Nunca he tenido la sensación, ni siquiera ahora, de que soy escritora porque cuando me preguntan “¿a qué te dedicas?”, digo “escribo”. Me parece que el término tiene que ver con una tercera persona, que no te puedes autonombrar escritora. Es un sueño hecho realidad, así que me está costando digerirlo.
—¿Cuando empezaste en la escritura, había autoras en las que podías proyectar el deseo de escribir?
Siempre quise hacer sentir a alguien como me hacía sentir Marian Keyes cuando leía Sushi para principiantes o Rachel se va de viaje; me reía, suspiraba, creaba una imagen de una mujer contemporánea que se mueve en la gran ciudad con los problemas de la independencia, de la tradición que cargamos a nuestra espalda. Me parecía que hablaba de muchas cosas hablando del amor. Siempre fue un referente para mí.
Hay muchísimas autoras que a una le hacen sentir. El libro que me enganchó a la lectura fue La casa de los espíritus, de Isabel Allende. Hay tantos referentes femeninos…
—Tus historias hablan a menudo de cómo se sienten las mujeres de hoy. ¿Qué importancia le das a hablar sobre este cambio de perspectiva acerca de sí mismas?
Para mí es muy importante que la persona que lea el libro sienta que las cosas no le suceden solo a ella: que se sienta acompañada, respaldada, que si está pasando un mal momento sepa que puede buscar ayuda, porque no le está pasando algo extraño que tenga que esconder.
Creo que lo peor que tenemos ahora mismo las mujeres es esa autoexigencia derivada de una presión social que pretende que aspiremos a la perfección. No hay camino más directo a la infelicidad que buscar la perfección, pero nos lo han vendido por capitalismo.
—La amistad también es un tema recurrente en tus historias, ¿qué significa ese vínculo para ti y por qué es importante trasladarlo a la escritura?
Para mí es la familia que se escoge. Es importante que mis protagonistas muestren lo que yo he vivido. He tenido la suerte de estar rodeada de mujeres y hombres maravillosos que se han convertido en familia y que están ahí haciéndome crecer, sumando siempre.
La amistad es eso: alguien que saca lo mejor de ti y frente a quien puedes enseñar lo peor de ti sin miedo.
—En Cómo (no) escribí nuestra historia nombraste cada capítulo con el nombre de un libro y sus autores, ¿por qué elegiste esta estructura?
Es un libro muy metanarrativo. Es un libro que habla de libros, es una escritora hablando de otra escritora y creo que no había mejor hilo conductor que los libros que deberían formar parte de la historia de Elsa (la protagonista) para ayudarla un poco. Me parece muy bonito que un libro también sea una guía de recomendación de otros libros; además es un homenaje a todos esos autores que marcan nuestra vida.
—Has dicho que con tu nueva novela te has vuelto a enamorar de lo que haces, ¿cuáles fueron los desencantos en el proceso de escribir y cuáles las cosas que, de alguna forma, con este libro te hicieron querer cerrar el ciclo de Valeria?
No fue un desencanto con la literatura. Fue más bien que te dejas llevar por el ritmo un poco loco de las promociones y demás, y de alguna manera se desdibuja el motivo principal que es ese motor que tenemos dentro y que nos empuja a escribirlo todo para entenderlo, para masticarlo. Entonces, entras en una rueda vertiginosa en la que no es que pierdas el gusto por lo que haces, pero se te olvida un poco por qué lo haces. Este libro fue como pararse, respirar profundo y pensar: “soy una privilegiada”.
—¿Tienes una ilusión sobre lo que viene ahora?
Tengo la ilusión de mostrar perfiles de mujeres que están fuera del rol de género: mujeres que han dejado de creer en el amor, mujeres que esperan enamorarse todos los días, mujeres que están enamoradas de su trabajo, que hay mujeres enamoradas de su maternidad. Creo que la cantidad de tipos de mujeres que hay en el mundo y que son todas maravillosas, porque no hay manera adecuada de ser mujer, todas son adecuadas, creo que es la inspiración. Mi motor es que cualquier persona se pueda sentir representada en las historias y sobre todo que se entretenga y que sonría. No tengo más aspiración que eso.
—Nos han vendido la idea de que el síndrome de la impostora es algo con lo que todas lidiamos en mayor o menor medida, pero ¿crees que tiene que ver con una serie de conductas e imposiciones que nos han construido acerca de lo que podemos o no podemos hacer como mujeres?
Creo que nos afecta muchísimo más a las mujeres que a los hombres. Las mujeres tenemos una reciente incorporación al mercado laboral de manera normalizada. En la generación de mi madre no era normal estar incorporada al mundo laboral; la normalidad era que se dedicaran a la casa y a los hijos. Eso también nos hace pensar que tenemos que esforzarnos más para demostrar nuestra valía y los hombres no tienen que demostrar nada. Nosotras sí tenemos que ganarnos el respeto mientras que los hombres pueden perderlo, pero ya lo tienen ganado desde el principio.
La sororidad hace mucho. Sentir que hay una red de seguridad de mujeres que no te van a atacar, que van a decir: “lo estás haciendo lo mejor que puedes”. Sobre todo, creo que las mujeres tenemos mucho que hacer no criticando a otras mujeres. Eso no significa que te tengan que caer bien todas las mujeres del mundo, pero el hecho de que nos sintamos seguras entre nosotras, que no se critiquen cuerpo ajenos, maternidades, no maternidades, que dejemos de juzgar a la mujer por vivir la vida tal y como la quiere vivir va a hacer que las mujeres de las siguientes generaciones se incorporen al mercado laboral de una manera mucho más tranquila y más segura.
—¿Las historias escritas por mujeres que hablan de lo que sienten otras mujeres ayuda a no juzgarlas?
No sé si podría decir que deja un pozo tan importante. Mi intención es entretener, pero si queda algo, que lo que quede sea positivo y que nos haga crecer. La ficción tiene mucho qué decir para la evolución de la sociedad; me gustaría que todas las mujeres que lean este libro se sientan respetadas y que haya buenos sentimientos, que promulgue cosas positivas.
—¿Te has sentido en desventaja en una industria en la que se suelen priorizar las obras de hombres que escriben de ciertos géneros?
Me genera bastante curiosidad cómo cuando un hombre escribe romántica, en la librería se le coloca en novela, y cuando una mujer escribe romántica se le coloca en el gueto de romántica donde solo hay mujeres. No me he sentido en desventaja porque creo que el mundo está cambiando y hay muchísimas creadoras. La voz femenina tiene mucha fuerza a nivel mundial, pero sí he sentido la mirada condescendiente y paternalista sobre mí, ese “deja a la niña que escribe sus historias de amor mientras los hombres escribimos de cosas importantes”.
Para mí el amor es un tema universal que forma parte de las grandes obras literarias; no estoy diciendo que mis libros sean grandes obras literarias, digo que no hay que ningunear un género porque el tema principal sea de amor, pero es que no hay que ningunear absolutamente ningún género literario. El público es soberano, decide lo que lee. Nadie es quién para decir “esto que lees es equivocado”, “esto que leo es superior”. Creo que deberíamos ir superando esta superioridad intelectual que hace que nos miren por encima del hombro a las creadoras, sobre todo a las creadoras de géneros como la novela romántica. Y bueno, ahí estamos intentando por lo menos dar guerra.
—¿Qué resolviste con el personaje de este libro, con Elsa, como escritora?
Elsa tenía muchas cosas que decirme, pero sobre todo ha sido una reivindicación de que las mujeres que escribimos romántica no hablamos de nuestra propia vida. (Se cree que) cuando la mujer habla de amor, habla de lo particular y lo individual. Y cuando el hombre habla de amor, habla de lo universal. Entonces, yo reivindico esta historia, podría ser verdad, pero no lo es y podría representar a cualquiera porque las emociones son universales independientemente de quien las escriba.
Cuando terminé la novela y la releí para revisarla, me quedó una lección por parte de Elsa: yo evito el conflicto, como ella, y me dio un poco la fortaleza para cerrar algunas puertas que yo mantenía abiertas por miedo al conflicto.
—¿Cómo están cambiando las historias en donde se representa a las mujeres desde una perspectiva masculina y cómo se representan ahora?
Yo me incluyo. Yo antes también escribía unas historias que estaban mucho más adheridas a ese discurso heteropatriarcal de la ficción romántica, pero vas aprendiendo con los años. Creo que se está rompiendo con roles hegemónicos que se han perpetuado con lo romántico, esa princesa frágil que está buscando que el caballero la salve, que la defienda, ese (pensamiento de que) el amor me lo va a solucionar todo, la máxima de que las mujeres lo que más nos importa es encontrar un compañero. Estamos ayudando a derribar ese mito. Estamos mostrando a mujeres que están preocupadas por sus relaciones sociales, su trabajo, su vocación, buscar su sitio en el mundo independientemente de la persona que tengan al lado y cuando buscan una persona no buscan alguien que las complete, porque ya están completas, buscan a alguien que sume y si no suma puerta giratoria.
—Se acaban de cumplir 10 años del lanzamiento de la saga de Valeria, ¿qué le dirías hoy a este personaje?
Si pudiera hablar con la Valeria del primer libro le diría “no te empecines con Víctor, no vayas detrás de nadie, no sientas que tienes que ganarte el amor de nadie, porque el amor no se gana, es algo que se comparte. Valeria, cariño, no pienses que vas a cambiar a un hombre porque no hay ni que cambiar a un hombre ni cambiarte a ti misma”.
ÁSS