La abundante producción literaria de Luisa Valenzuela acredita su permanencia en el mundo literario hispanoamericano. Elaborar un censo libresco exprés arroja una treintena de títulos cuyos géneros engloban al cuento, la novela, la microficción y el ensayo, las formas de la literatura que se han prodigado en el último siglo. En su tránsito hacia México, la escritora argentina (Buenos Aires, 1938) responde este cuestionario a quince mil metros de altura.
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—Viajas a la FIL de Guadalajara para recibir el Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en el Idioma Español, que reconoce tu presencia, trabajo y diálogo en el concierto de las letras. ¿Qué significa para ti esta distinción?
Permíteme rectificar algo: viajo a Guadalajara para abrir el prestigiosísimo Salón Literario Carlos Fuentes. El premio surgió en una instancia inesperada y posterior a esa invitación. Imagínate lo inflada de orgullo que me hace sentir este doble reconocimiento. Orgullo y responsabilidad al sentirme amparada por el nombre de tamaña figura.
—Y ya que hablamos de Fuentes, ¿puedes rememorar para los lectores tu amistad con él?
Se trató de una relación literaria que se fue consolidando a lo largo de los años, gracias a la enorme generosidad de Carlos Fuentes y al cariño de Silvia Fuentes Lemus. En México, él me nombró miembro del consejo consultivo cuando creó la Cátedra Alfonso Reyes en el Tec de Monterrey; en Buenos Aires me hacía el honor de invitarme a presentar sus libros. En compensación yo los llevaba a ambos a las milongas, adoraban bailar el tango. Mucho de eso se refleja en mi libro Cortázar/ Fuentes, entrecruzamientos.
—Para seguir en el ámbito mexicano, al menos una docena de libros tuyos se han publicado con sellos nacionales, en editoriales prestigiosas, universitarias e independientes. ¿Puedes compartirnos tu relación con México? Has vivido y viajado por su territorio.
Adoro México, tan rico en etnias y culturas diversas y gentes maravillosas. Es mi país favorito desde que lo descubrí en 1970 gracias a mis entrañables amigos Nenuca y Javier Wimer. Y gracias al recordado Gustavo Sainz, quien me recomendó a Joaquín Díaz-Canedo y así me abrió las puertas del mundo de las ediciones locales, así como a la gran Margo Glantz. Al punto que casi me siento una escritora mexicana. La hospitalidad mexicana no tiene parangón, bien lo sabemos los argentinos.
—El Fondo de Cultura Económica publicó el año pasado tu libro más reciente, ABC de las microfábulas, donde interactúan el dibujo y la narrativa breve, una apuesta por los tautogramas que te implicó “usar solo palabras que empezaran con la letra correspondiente, salvo artículos y preposiciones”, y considerando que habitas a tus “anchas en el lenguaje”, ¿no te planteó algún dilema insertar una moraleja a cada composición?
Todo lo contrario. La moraleja rompe con la regla, que es lo mejor que se puede hacer con las reglas. Y en medio de esas fábulas cómicas y estrafalarias entra un toque de sentido común, sin por eso perder el humor.
—Ahora exploro otra de tus aficiones. ¿Tu colección de máscaras conserva alguna mexicana? Sé de tus búsquedas, inquisiciones e intercambios con otros coleccionistas, pero quizá esta afición no sea conocida entre la grey lectora de tus narrativas.
Oh, las máscaras mexicanas son mayoría, con su sorprendente variedad. Con decirte que tenían sector propio en una muestra de mi colección que se presentó en el Museo de Arte Decorativo de Buenos Aires. Mi grey lectora de México (un halago que me hacés) conocerá pronto mi pasión porque la pequeña y bella editorial La Ratona Cartonera de Cuernavaca va a lanzar un compendio de mis libros Diario de máscaras y Conversación con las máscaras, publicados en Buenos Aires y Lima, respectivamente.
—En este parlamento sobre las máscaras, ¿cómo las buscas, las seleccionas y qué te lleva a integrarlas a tu colección?
No son máscaras de gran valor, en absoluto, pero todas son de uso, en ceremonias, rituales, carnavales. No tengo el fetiche de que sean usadas, o bailadas, como se dice. Muchas veces busco a los mascareros y les compro una pieza. Ellos, bien lo sabía Ruth Lechuga, conocen a fondo las historias. Asisto en lo posible a las ceremonias, a los carnavales. Me invitan a algún sitio por temas literarios y lo primero que hago es averiguar dónde hay máscaras.
—Ahora bien, para compartir otro acontecimiento cultural con tus lectores, ¿en qué consiste el acervo bibliográfico que la Biblioteca del Congreso de la nación argentina acaba de inaugurar con tu nombre, especializado en el microrrelato? Por cierto, se trata de una colección sin par en Latinoamérica.
Entiendo que el microrrelato merece su propio sitial. Y ésta es, como corresponde, una minibiblioteca encastrada en ese monumental gigante centenario. Lleva mi nombre porque doné mi biblioteca de microrrelatos al Pen Club, y Pen —hoy Centro Pen Argentina— se la pasó a la Biblioteca del Congreso. La llamo, un poco por modestia y más para ser fiel al género, la BibVal. Es muy reciente y está en ciernes. Se alimenta sobre todo de donaciones, así que tenemos grandes esperanzas con los y las muy especiales microrrelatistas de México. Figurarán en un soberbio catálogo de consulta internacional.
—Finalmente, considero que las innovaciones técnicas y el depurado estilo que se ajustan al tema son los atributos de tus narrativas, pero el lenguaje es el verdadero protagonista de tu obra literaria. Por supuesto, subyacen en ella otras inquisiciones como el poder, el deseo, la tiranía, la mujer; sin embargo, la preocupación por el lenguaje es el epicentro de tu obra.
Todos esos temas son parte constitutiva del lenguaje. El erotismo, la política, el poder. De no ser así, ¿por qué las mujeres estaríamos bregando tanto por el lenguaje inclusivo?
Apertura del Salón Literario Carlos Fuentes
Domingo 1 de diciembre, 11:30 horas.
Auditorio Juan Rulfo
OMZI