A India se llega de muchas maneras: en tren a Darjeeling, hospedándote en el exótico hotel Marigold, ganando un concurso de televisión en Mumbai, recitando versos satánicos, leyendo un libro de la selva o arribando a la calle Prithviraj Road número 13, en Nueva Delhi, donde Octavio Paz pasó días y noches tratando de develar los misterios de esta cultura tan lejana, tan compleja, a la que se accede con el asombro propio de todo aquello que, en una primera instancia, merece ser absorbido más que comprendido.
“Cuando nada esperas, todo te llega”, debería ser premisa para adentrarse con igual fascinación a la experiencia de la FIL y explorar todas las posibilidades que encierra este año, como sumergirse sorpresivamente en un incomparable viaje psicodélico con la Desert Symphony del grupo Sattar Khan Langa en el escenario del Foro.
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Poco se sabía de esta propuesta, proveniente de Rajastán, la cual se describía como una muestra de cantos y bailes de la comunidad de los kalbelias, quienes fueran conocidos como encantadores de serpientes. Pero ¿cómo es el folclore de India? ¿Justo como el que nos ha llegado a través de las pocas películas y novelas que se consiguen en México? ¿Pensando en la vida de sus héroes sociales y espirituales? ¿Imaginando una versión estilo Calcuta de la Guelaguetza? Más que elucubrar, la mejor decisión siempre será dirigir los pasos hasta esa fuente de sonidos levantada en plena avenida Mariano Otero, y probar.
Un ídolo, muchas almas
Son gitanos indios, habitantes del desierto que comprendieron la fuerza que cargan en su ser, toda una capacidad para explorar los ritmos que brotan de sus manos, de sus gargantas; son bailarinas que se sostienen en pies que dan balance a cuerpos que giran y giran y giran como si su existencia estuviera tratando de desbordarse por el torso aunque encuentra salida en unos brazos que se abren cual serpientes hipnotizadas o, en un caso más luminoso, como esperando flores y bendiciones mientras sus abalorios tintinean.
Sattar Khan, ídolo de las multitudes en India que un día salió de su aldea en medio de las dunas para ofrecer su canto de la manera tradicional y aprender que podía transgredir ciertas normas para llegar hasta lo eléctrico, no está al frente del equipo, sino a su lado, a la par, embelleciendo cada momento con las inauditas posibilidades de su voz, mientras los músicos tocan instrumentos rarísimos como el khanjari (de percusión) y el poongi (de viento), sentados en hilera al fondo del escenario, luciendo turbantes de colores mientras las dos bailarinas le dan, literalmente, vuelo a la hilacha y otro cantante acompaña, con un poderío semejante, al hombre de rostro hermoso, afilado, de un tono semejante al del café con leche, que se adueña del escenario.
El Foro FIL está casi lleno. Pocas veces se puede contemplar en vivo un acto artístico que ha sido considerado por la Unesco como bien inmaterial de la humanidad. Todo en ellos es diferente: su forma de vestir, de moverse, de actuar, de tocar, de cantar, de bailar, de hablar, de sentarse, de caminar, de componer…
Sin ser conscientes, varios asistentes entran en un estado meditativo inducido por Sattar Khan, quien tiene gran capacidad para la composición lírica y la improvisación con la voz. Es como si en Rajastán se encontrara el origen de la música electrónica de los años ochenta y noventa, tan cargada de loops que te induce a un trance en donde lo principal es lo que sientes, hacia dónde vas en tu interior y cómo tu anatomía traduce eso con movimientos.
Jachen Schleich, espectador del concierto, cree que necesitas tener disposición hacia el abandono para realmente sentir el inolvidable impacto de esta propuesta cultural en lugar de contemplarla como una expresión de un folclor demasiado lejano. Quizá en ello esté la clave para disfrutar de estos días en el Foro y, en general, de la Feria.
La música india es muy compleja, rica en melodía y en ritmo pero sin armonía. Es importante la utilización de la escala de notas y la estructura que crean un sonido fijo (la tónica) con el que se construye la melodía. A ratos es también parecida al jazz pero, sobre todo, al flamenco. Es una obra de arte viva.
El experto en religiones de la India y escritor mexicano Adrián Muñoz explica en su Historia mínima del yoga que la manera de proceder del hathayoga supone un proceso alquímico en donde el cuerpo, que es burdo y corruptible por naturaleza, puede convertirse en un producto adamantino, es decir, imperecedero y perfecto. Los del grupo lo tienen.
El mundo se abre frente al cúmulo de nuevos aprendizajes. Más vale ponerse flojitos para aprovechar al máximo la experiencia FIL de este año tan lleno de mantras y colores.
ÁSS