Entrevista por: Andre de Oliveira
Carlos Manuel Álvarez (Matanzas, Cuba, 1989) estudió periodismo en la Universidad de La Habana. Fundó la revista El Estornudo y ha colaborado en The New York Times y El Malpensante, entre otras publicaciones. Su primera novela, Los caídos (Sexto Piso), se presenta el 30 de noviembre a las 19:30, en el Salón B, Área Internacional. Su crónica “Prófugo de La Habana” se incluye en Crónica 3 (Dirección de Literatura, UNAM), antología de crónicas compiladas por Felipe Restrepo Pombo.
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Al leer Los caídos imaginé una puesta en escena. Creo que en ella son fundamentales la mirada, el lenguaje y la perspectiva que varía según cada persona.
También imaginaba en Los caídos ese elemento teatral, un espacio cerrado, con personajes que dicen cosas y, sobre todo, actúan. Lograr con palabras que alguien diga algo es fácil; lo difícil es hacer que alguien actúe.
También el lenguaje es de suma relevancia. ¿Te consideras un estilista? ¿Sucede lo mismo con los escritores cubanos de tu misma generación?
No sé si soy un estilista o no, pero creo que hay un manoseo conservador de cierta idea de estilo, algo que no tiene que ver con un asunto retórico, sino con qué decidimos poner y qué quitar. Si el estilo es algo natural en el escritor, o sea, si el estilo es lo que el escritor es, ¿cuántos libros se pueden escribir dejándose llevar por ese influjo? Lo que creo es que hay un momento en el que el escritor tiene que empezar a nadar contra la corriente de su estilo, contrario a sí mismo. En esa honestidad se inscriben los autores que me interesan, porque el estilo es apenas un comienzo, la manera directa en que la palabra te ha sido dada, pero hay más, siempre hay más.
En Los caídos el silencio es protagónico: lo que callan los personajes, y lo que se dicen unos a otros. Ese silencio en una familia. ¿Podría trasladarse a una escala mayor, a nivel social, a la Cuba de Castro, a la extrema vigilancia y la censura a ciertos temas considerados tabú?
Son dos cosas distintas. El silencio que aparece en Los caídos tiene que ver con una de las contradicciones más espectaculares, maravillosas e insalvables de la escritura, y es que la literatura pareciera oponerse al silencio: viene a llenar el vacío del silencio, a poner un ruido donde no hay nada, pero al mismo tiempo tiene que imitar la estructura interna del silencio. No decir todo, sugerir, armar un misterio. Escribir y que parezca que no hay nada escrito.
La pobreza, muy lejos de las imágenes que muestran a una Cuba de postal, es muy visible en la novela.
La pobreza como un flagelo, el elemento definitivo que obstruye cualquier idea de justicia o redención.
¿La enfermedad como metáfora de una sociedad descompuesta? En tu novela el sistema médico cubano queda en entredicho.
Nunca pensé en el sistema médico de Cuba. Pensaba en cierta enfermedad y me interesaba que la enfermedad no tuviera cura. También me interesaba una enfermedad cuya cura no estuviera en las manos del sistema médico de ninguna parte.
¿Por qué la imagen de los pollos en relación con la enfermedad de la madre y su falta de cura?
Es la imagen de un animal de granja, aparentemente inofensivo, pero caníbal. Eso es todo.
¿Cuatro generaciones, un juego de espejos, entre los personajes? Como un escritor nacido en la era post Fidel, ¿cuál es tu intención al introducir estas generaciones distintas de personajes y cuál es tu percepción de la Cuba después de Fidel?
En términos fundamentales, la Cuba sin Fidel sigue siendo igual a la Cuba con Fidel. Una Cuba fracturada, escéptica y villana. Una Cuba que desconoce la bondad. Es decir, una Cuba todavía muy Fidel. La tristeza que deja todo eso es un sentimiento que me interesaba captar en la relación entre los personajes y las generaciones de Los caídos.
También eres cronista. ¿Cómo defines el género de la crónica?
Como el género que envía despachos desde un sitio lejano, mensajes desde una tierra desconocida para el lector. No importa que esa tierra sea el país o la ciudad que el lector recorre cada día. De hecho, mucho mejor si es así. En Garcilaso, Bernal Díaz del Castillo y Martí está todo lo que hace falta para entender desde dónde y hacia dónde tiene que dirigirse la crónica.
Los caídos: ¿crónica o ficción? ¿O una novela sin ficción?
Si me lo dejas a mí, te diría que todo eso y, si no es mucho desear y no molesta a nadie, un poco más también.
ASS