Xavier Velasco: 'Diablo Guardián' y sus 15 primaveras

FIL Guadalajara 2018

Sin los chambelanes que no necesita, sin pastel encendido frente al cual soplar, Xavier Velasco toma de la mano a sus personajes y los invita a abrir pista.

Xavier Velasco, autor de 'Diablo Guardián'. (Foto: Paula Vázquez)
Eduardo Limón
Guadalajara /

"No lo puedo creer. La última vez que hice esto tenía un sacerdote enfrente. Y tenía una maleta llenísima de dólares, lista para salvarme del Infierno. ¿Sabes, Diablo Guardián? Te sobra cola para sacerdote, y aun así tendría que mentirte para que me absolvieras”. 

Así arrancaba, hace justamente quince años, el inicio desafiante de la novela que implicó para su autor —escritor desde mucho tiempo antes de ser reconocido con el Premio Alfaguara de Novela— una suerte de lanzamiento en carrito desde la parte más alta de la montaña rusa y para las letras hispanoamericanas una puesta al día que refrescó sus formas narrativas. 

Sin los chambelanes que no necesita, sin pastel encendido frente al cual soplar, Xavier Velasco toma de la mano a sus personajes memorables (particularmente a una jovencita de nombre Violetta, que podría ser acusada de mil cosas menos de estupidez) y los invita a abrir pista en una celebración en la que la historia contada en Diablo Guardián sigue hoy, como en 2003, tan viva y campante como siempre.

Conversemos acerca de esa novela que hace quince años te transformó la existencia.

Digamos que a quince años de distancia, tiempo en el que todo ha pasado muy rápido, he terminado por acostumbrarme a la velocidad. Es raro, todo el proceso ha sido muy raro. Yo trataba de verlo todo de la manera más normal posible pero, como algún día me explicó el psiquiatra, “nada de lo que te ha pasado es normal”.

¿Cuál es tu perspectiva de todo lo que sucedió a partir del Premio y la publicación de Diablo Guardián?

Es extraño. Hay veces en que me pregunto si todo esto no ha sido siempre así. Se te va olvidando el pasado en el que todo sonaba tan difícil y tan complicado. Es un poco como esa chica, con la que de repente soñaste que podría devolverte un beso o un guiño y cuando te das cuenta ya es tu esposa, de manera que no te queda otra más que ver como normal y cotidiano lo que en un principio había sido un sueño. Es en verdad una cosa muy rara. 

¿Recuerdas cuándo se te ocurrió esta historia?

Recuerdo todo perfectamente. Desde el bar en Atlanta donde se me ocurrió pensar en una mujer que estaba huyendo —y que en ese momento yo no sabía de qué— hasta cómo fui dándome cuenta de que necesitaba que la historia hablara en primera persona. Recuerdo también que al mismo tiempo sospechaba que no iba a ocurrir nunca.

¿Por qué lo suponías?

Porque ya había leído novelas donde el personaje femenino se mueve en primera persona. Yo quería pensar, naturalmente, que mis personajes femeninos hablarían, pero en las novelas que ya había leído y que empleaban esa idea no podía evitar ver las piernas peludas del autor por debajo del personaje. Solo soñaba con la posibilidad de lograr el gran engaño.

¿En qué consistía ese gran engaño? 

En lograr que el lector se creyera que quien estaba hablando era otra persona que no era yo. Es el sueño del actor. También es el sueño del autor. Recuerdo también que una de las jueces del Premio Alfaguara, la puertorriqueña Esmeralda Santiago —según me contaron— apostó con otro miembro del jurado a que quien había escrito esa novela era una mujer que vivía en Estados Unidos.

Xavier Velasco.

¿Hubo momentos en los que renunciaste a algún tipo de estructura y decidieras que era mejor contar la historia de alguna otra forma?

De Violetta nunca dudé. Dudé de Pig. Estaba tratando de contar una historia profundamente romántica, es decir, una historia romántica que solo Pig podía ir contando.

¿En qué momento esa historia romántica comenzó a espesarse?

A Violetta le da miedo el amor. La sola palabra le causa urticaria. No quiere mirarse ni reconocerse vulnerable. El hecho de que Pig pueda ver otra cosa detrás lo convierte en todo un oportunista. 

¿Del viaje que en su momento implicó recibir el Premio Alfaguara al día de hoy, ¿qué tanto has cambiado en tanto escritor?

Los dos primeros años luego del premio fueron muy difíciles, porque cuando tienes un libro al que le va muy bien viene lo que puede llamarse “la catástrofe del éxito”: ese no saber digerir lo que pasó, no saber qué quieres escribir después y perderte completamente.

¿Qué significa en ese sentido pelear?

Verte pequeño —como tiene que ser un autor— y enfrentarte a un texto que siempre va a ser más grande que tú y del que no tienes la menor idea cómo vas a resolver. Premio o no premio, bestseller o no bestseller, siempre lo que viene es nuevo, es amenazante y es un extravío del que tienes que salir.

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