La editorial Océano reeditó Marinero Raso (2017) de Francisco Goldman. Nacido en un barrio de Boston, cuando era niño acompañaba a su padre de origen a los juegos de los Patriots. En su último año de preparatoria, jugando como esquinero, se fracturó la rodilla. Hoy, con bastón en mano, señala: “Todo fue culpa del futbol”.
A los 22 años partió hacia Guatemala, con la familia de su madre: volvió a sus raíces. En esta novela narra la historia de Esteban, un joven que ya a los 19 años es veterano de la guerra en Nicaragua, pero termina varado en Brooklyn. Un retrato del desencuentro entre América Latina y el gigante vecino del norte.
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Escribiste Marinero Raso hace 20 años. Abordabas un tema que hoy se ha convertido en uno de los asuntos sociopolíticos más importantes: la inmigración
Es muy interesante la situación de los personajes en esta historia. Llegan en barco pero no van con la intención de migrar, buscan arribar a Nueva York, subir el carguero y salir. Pero caen en una trampa de explotación terrible de la que ya no pueden escapar. La gente que migra por desesperación, y no sólo a Estados Unidos, llegan a lugares que se vuelven horribles porque no tienen protección. No es una novela política, es casi un texto fantástico de cómo jóvenes quedan atrapados geográfica y culturalmente. En todas las novelas de náufragos está presente la incertidumbre de saber si van encontrar civilización; aquí el protagonista descubre en un barrio mexicano, Sunset Park, en Broklyn su transición a migrante.
Esteban, el personaje principal, vive en la nostalgia entre Nueva York y Nicaragua. ¿Hay una similitud de lo que te sucede como escritor con el inglés y el español?
[OBJECT]Generalmente narro entre esos dos mundos y esas dos lenguas. No sé si es la nostalgia del mundo que he creado como artista o de la vida real. El sueño de los migrantes es que sus hijos se sientan pertenecientes a la tierra donde llegaron. Mi mamá que es una clásica migrante, vive la experiencia de nunca pertenecer, no se siente gringa y como van pasando los años se siente menos guatemalteca. De manera muy perversa imite este problema. Bien pude quedarme en los Estados Unidos, cien por ciento gringo como mi hermana, pero por mis propias razones quise conocer mis raíces, tener aventuras y poco a poco me convertí en una persona con la psicología del migrante, que ya no pertenece a ningún lugar. He vivido tanto tiempo fuera de los Estados Unidos que ya no me siento gringo, pero tampoco soy mexicano, ni guatemalteco.
Es una historia de mar, pero muchos pasajes bien podrían ser una metáfora a la migración
Es el único libro que he escrito donde todo está unido: estructura narrativa, trama, metáforas. Es una historia sobre un barco pero es una perfecta metáfora como son todas las buenas historias del mar. Joseph Conrad se indignaba si tú llamabas sus novelas como relatos de mar porque él veía sus obras como un paisaje, una experiencia acuática para contar temas universales.
¿A qué retos te enfrentaste en este proceso creativo?
La narrativa va muy unida a la forma de una ola; va creciendo y creciendo hasta que acaba con la vida de alguien. La novela está construida como una ola de mar. Ésta es la única novela donde he encontrado la fusión entre estructura y tema. Me gustaba mucha la forma que tenía, recuerdo que cuando lo escribí pensaba que era tan sencillo: un barco queda atorado y cambia la vida de todos, pero no fue así. El desafío fue fascinante, tener a 17 jóvenes atrapados en un espacio limitado y volverlo interesante, casi como un problema matemático donde todo concuerde.
¿Cómo has cambiado como escritor desde la publicación de esta novela?
Creo que los libros hablan por sí mismos. Algo que marcó mi vida fue la muerte de Aura, mi esposa. Ese suceso me cambió como escritor. Las metáforas ya no me servían con una tragedia así, necesitaba interiorizarlo de manera directa. Tuve un periodo autobiográfico, sin embargo en mi próxima novela trato de hacer una síntesis, vuelvo más a la ficción pero con unos rasgos biográficos. Es un juego entre el ser y no ser, combinado con mi etapa de adolescente.
La reedición a cargo de Océano fue traducida por Fernanda Melchor…
La primera traducción que hizo Anagrama fue horrible. Esta es una novela americana, hay personajes mexicanos, cubanos, gringos. Ninguno de los personajes de este libro viene de Madrid, entonces por qué en la traducción todos dicen gilipollas, es completamente ridículo. Tener a alguien como Fernanda Melchor, que es una gran escritora y es de Veracruz, que conoce muy bien cómo habla la gente de la costa, del caribe, es un lujo. Su traducción es el mejor regalo que puede incluir esta novela.
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