Al llegar a Bilbao por la carretera que conduce desde el aeropuerto, una impresionante construcción acapara las miradas; es el Guggenheim, el Museo de Arte Contemporáneo de Bilbao, “que se ha convertido en la principal atracción turística” de la capital de Vizcaya, precisa el guía que asignó la Consejería de Turismo de la Embajada de España en México al grupo de prensa, para la experiencia en el país Vasco.
La cita para iniciar el recorrido es en la plazuela que rodea al museo, justo donde está Puppy, un cachorro West Highland White Terrier, diseñado por Jeff Koons, que fue expuesto en un castillo en Alemania, después pasó por Nueva York y finalmente llegó a Bilbao, donde se ha convertido en un símbolo.
“Es una especie de guardián del Guggenheim”, refiere el guía con cierto humor; mientras el colorido de los miles de pensamientos que revisten la inmensa estructura de acero inoxidable con un sistema hídrico que da vida a las flores durante seis meses —en mayo, se cambian por petunias, tajetes y begonias que aguantan más el calor—, y dan forma al sui-generis cachorro que da la bienvenida a los visitantes.
Es el preámbulo a la provocación que espera a los sentidos la variedad de manifestaciones artísticas que alberga el museo, que se inauguró en 1997 y que es el único de los tres existentes que no pertenece a la Fundación Guggenheim, los otros están en Nueva York y Venecia; además del que pronto se inaugurará en Abu Dhabi.
“La sede de Bilbao fue un acuerdo de colaboración entre instituciones de administración públicas vasca, el gobierno vasco y la diputación de Vizcaya con la Fundación Guggenheim; el presidente de la fundación, Salomon R. Guggenheim, quería expandir la marca, crecer en un lugar europeo, pero no tenían dinero para construir un edificio. Bilbao lo supo y se propuso como sede, pero estaban reacios por el prestigio de la marca y porque se cuestionaban, cómo un Museo de Arte Contemporáneo en una ciudad gris, oscura, sucia”, enfatiza el guía.
En abril de 1991 se dio el primer contacto con la visita a Bilbao, y un año más tarde se logró el acuerdo de colaboración; en 1993 empezó la construcción y cuatro años después, en octubre de 1997 se inauguró el museo que costó 150 millones de dólares, inversión similar a la que se requeriría para construir 7 kilómetros de carretera.
La acción fue cuestionada por el pueblo vasco, pero que con el paso del tiempo se ha demostrado que fue un acierto; hoy, el impacto económico es de 700 millones de euros, precisa el guía, quien también destaca que además del capital que se pagó a la Fundación, como parte del acuerdo de colaboración, cada año se sigue haciendo un pago anual, compromiso que culminará hasta 2034, cuando volverán a revisar el acuerdo, que básicamente consiste en el uso del nombre del museo, que pertenece a la Fundación Guggenheim.
La experiencia
Llegó el momento de ingresar y con boleto en mano —18 euros— el barco anclado en el río Nervión, diseñado por Frank Gehry, da paso al encuentro con el arte.
Al entrar, la grandeza del Guggenheim impone, los espacios y las propuestas artísticas se multiplican. Un video de bienvenida ayuda, pero no satura. Así que los solitarios emprenden la marcha y se guían por sus sentidos, mientras que las familias que hacen turismo atienden a la asesoría de los guías.
La experiencia inicia con el arte de Richard Serra, que es insignia del museo y que se materializa en la exposición permanente “La materia del tiempo”, una serie de esculturas de acero resistente que alcanza grandes dimensiones, cuatro metros de altura y cinco centímetros de espesor; invita a ser parte de la escena y perderte entre esas hojas de forma oblicua y circular.
Las sensaciones cambian conforme el autor que se aprecia; la concientización por la vida, el planeta y su cuidado llega con "Mar creciente", de El Anatsui, quien con tapones de botella de licor desechados crea su propuesta en la que “la serena armonía visual contrasta con el título que nos recuerda que la naturaleza y las civilizaciones pueden quedar transformadas en un instante”, como se lee al lado de la obra, en la que las manos de nigerianos que entretejieron los tapones de las tapas, son parte del concepto.
En otra sección, alejada del atrio, donde además se realizan eventos, conferencias y conciertos; llama la atención una larga fila. La incógnita se despeja: es Yayoi Kusama y su Sala de espejos del infinito con la que invita, como lo ha hecho a lo largo de su obra, a provocar un cambio social.
Para disfrutar de su propuesta y entrar hay que esperar por lo menos de 30 a 45 minutos, por 30 segundos que dura la intervención, y que bien vale la pena la experiencia.
En una sala dedicada al pop y lo popular, Andy Warhol tiene su espacio con un facsímil de su obra "Autorretrato", al igual que Jef Koons con sus "Tulipanes" de la serie Celebración.
Tras visitar tan colorida sala, un murmullo que proviene de una de las puertas que da al río Nervión llama la atención.
“Es una escultura de vapor de agua que simula dar continuidad al puerto, que ocupaba el lugar que ahora tiene el museo, el motivo que atrae la atención de los visitantes” que aprovechan la efímera escena que se repite cada hora para tomar la imagen.
La icónica escultura Maman también es motivo para que otros turistas salgan del inmueble e inmortalicen su estancia en Bilbao al lado de la obra (araña) de Bourgeois.
Y además
México en Bilbao
El guía comparte que México ya ha tenido presencia en Guggenheim “con una exposición del arte del Imperio Azteca, muy interesante que ocupó todo un piso. Fue una muestra que tuvo gran éxito, en lo personal puedo decir que me dejó mucha enseñanza, aprendí mucho de su cultura. La obra venía del Museo de Antropología”.
AJR