En la colonia La Otra Banda, en un predio colindante al panteón San Rafael, especialistas del INAH han descubierto un área que fue ocupada hace 2 mil 700 años, donde las mujeres desarrollaron actividades posiblemente relacionadas con los cuidados perinatales.
Las oquedades que presenta el predio del Callejón La Otra Banda, de 360 metros cuadrados, corresponden a 26 fosas de los periodos Formativo Medio (700 a 400 antes de nuestra era) y Formativo Tardío (400 a 200 antes de nuestra), que los arqueólogos han registrado a una profundidad de entre 1.23 m a 3.30 m bajo el nivel de la calle.
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Antonio Balcorta Yépez y Montserrat Alavez Ortúzar, expertos de la Dirección de Salvamento Arqueológico (DSA) del INAH, han invertido cuatro meses de trabajo hasta llegar a este nivel de excavación. Gracias a la colaboración del arquitecto José Juan Medina Garcés, responsable del proyecto inmobiliario que se llevará a cabo en el sitio, los arqueólogos han realizado la extracción de materiales por niveles.
“Hasta el momento hemos detectado cuatro etapas ocupacionales, cuatro épocas históricas vinculadas con el inicio del siglo XX, el porfiriato, el México Independiente y la época prehispánica”, indica Balcorta.
Explica que en el estrato más superficial se registraron los restos de una casa de tipo rural de fines del siglo XIX e inicios del XX, hecha con bloques de adobe y tepezil, techos de ladrillo y viguería, y pisos de ladrillo. Por sus características y su fecha de construcción, comenta que esta vivienda pudo servir de prototipo para la construcción de las casas de los obreros que laboraban en la Fábrica de Papel Loreto. En el terreno se encontraron restos de municiones de una batalla que en 1914 libraron carrancistas y zapatistas.
En un nivel inferior permanecían los cimientos de tezontle y basalto de habitaciones del siglo XIX, en asociación con cerámica llamada Oaxaca policromo, que se elaboró entre 1800 y 1900. Bajo ese nivel “no tenemos presencia de asentamientos de periodos prehispánicos más cercanos. Hay un lapso de 2 mil años sin evidencia de presencia humana, lo cual nos remite a las actividades volcánicas registradas en el sur y sureste de la cuenca (años 50 antes de nuestra era a 280) que condujeron a su abandono”.
La buena conservación de los contextos preclásicos de las fases Zacatenco y Ticomán se debe a que el terreno se ubica sobre la cima de una loma a 2 mil 296 metros sobre el nivel del mar, por lo que no fue cubierto por la lava del Xitle.
En el estrato prehispánico se ubicaron vestigios de muros que definían cuartos, empedrados y apisonados. Los arqueólogos decidieron registrar tridimensionalmente cada uno de estos elementos para continuar con la excavación que ha dado lugar a la localización de 26 fosas, 11 en forma de cono truncado.
“Hemos tenido una serie de hallazgos que nos han revolucionado los conocimientos que teníamos sobre las fosas del periodo Preclásico. Los contextos nos sugieren que estamos ante una aldea donde se realizaban actividades especializadas. La altura, la posición geográfica y estratégica, nos señala que la gente de esta loma pudo tener un control mayor sobre ciertos recursos, en comparación con la aldea de Copilco”.
El descubrimiento de fosas tronconónicas suelen asociarse a espacios habitacionales y tenían la función de contener materiales de desecho, ser lugares de almacenamiento de granos y de artefactos al igual que de uso funerario. Pero aquí se encontró un par de fosas que indica labores cotidianas de mujeres. Es el caso de baños de vapor con hierbas, como parte de los cuidados perinatales.
Para confirmar esta hipótesis se hace el registro y toma de muestras de distintos puntos de las fosas: la boca o entrada, las paredes y fondo de las mismas, así como de las distintas capas de tierra y cantos rodados, con el objetivo de efectuar análisis químicos y de polen a cada una de ellas.
En las fosas se han registrado más de 130 figurillas que en su mayoría representan a mujeres embarazadas e infantes en menor medida. Estas piezas lucen pigmentación roja, amarilla y negra en el rostro, cuello, vientre, ombligo, manos y piernas.
Salvo un par de intrusiones en el siglo XIX que afectaron al menos cuatro fosas prehispánicas, una veintena se localizó en perfecto estado de conservación. Ellas fueron tapadas de manera metódica con un tapón de cantos rodados y tezontles, y clausuradas de manera ritual.