Cuando el covid-19 llegó a Europa, Fernando Savater se encontraba en lo que se considera en centro del contagio hacia toda Europa, en Módena, Italia. Y en un primer momento no vio signos de alarma: “la peste llegó sin que la tomáramos demasiado en serio”.
“Recuerdo que volví a España creyendo que era una cosa que iba a estar circunscrita a esa región y, como toda novedad, porque no va en contra de lo que uno hace habitualmente. Suelo pasarme en casa leyendo, escribiendo, viendo películas, de modo que tampoco puedo decir que el encierro fuera una cosa tan extraña; incluso agradecía uno la novedad de la situación, la cierta emoción, pero la cosa ha ido perdiendo esa gracia inicial y se ha ido convirtiendo en una desgracia permanente”.
Durante una conversación con el historiador Enrique Krauze, bajo el tema “El desafío de la ciudadanía”, como parte del programa de actividades de la edición especial de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, el autor de Ética para Amador reconoció que esa desgracia permanente ya tiene visos de pesadilla.
“Primero por las muertes: es muy difícil encontrar a alguien que no haya perdido amigos, familiares… hemos visto situaciones muy dramáticas, tan solo con ver los testimonios que están surgiendo en personas… sobre todo de esa muerte aislada, abandonada: personas que han muerto en un hospital lleno de gente, todo mundo desbordado por las circunstancias, sin poder ver a un familiar, a un amigo… sin un pecho fraterno para abrazar.
“Se ha convertido en una cierta pesadilla: he empezado a soñar con el covid. En los sueños de pronto me toco y me doy cuenta que no llevo puesta la mascarilla; o que tengo a mucha gente a mi alrededor y nadie lleva puesta la mascarilla. Uno se empieza a obsesionar y creo que eso nos va a dejar marcados por mucho tiempo”.
Predicamento
En la charla, el historiador Enrique Krauze aseguró que tenemos la obligación, cada uno en el ámbito que le corresponde, de dejar un registro de memoria. No es imprescindible ser un gran escritor o un gran poeta, novelista o pensador.
“Aquí hay un tema eterno y profundo, de un predicamento existencial, que viene desde tiempos bíblicos, está en todas las eras. He tratado de buscar alguna inspiración, algún consuelo, en la literatura y encontré El festín durante la peste, de Pushkin, un poema narrativo en el que se reúne un grupo de jóvenes confinados a beber, a cantar y a celebrar la vida”.
Frente a la circunstancia que vivimos en la actualidad, ¿qué hacer?, se preguntó Krauze: entregarnos al instante o hundirnos en el pesar de la muerte y ahí tocamos el tema del duelo, que es tan importante. “Entre esos dos extremos hay un abanico de posibilidades: persistir en amar la vida, en tener compasión y una empatía con los demás, pero no olvidarnos de los que mueren. Entre esos dos extremos está oscilando mucho del género humano”.
Para el filósofo español, en este tipo de epidemias, como se ve en muchos reflejos literarios, siempre hay una tentación de romper la vida social, normal… la epidemia se presta a lo orgiástico, hace que la gente combata a la peste con la fiesta: “la ruptura de la contención, de la distancia, del respeto, en el momento en que entra la peste, que se vuelve un poco la danza de la muerte, como se ve en El séptimo sello de Ingmar Bergman, deja de ser un asunto privado y se convierte en un fenómeno público: sustituye a los otros lazos sociales”.
La muerte, una moneda de cambio
“No es lo mismo morirse de peste que de otra cosa”. La muerte es un hecho singular, personal: nadie muere por otro, pero en una epidemia las cosas cambian, dice Savater: “hay una especie de colectivización en el que la muerte es una moneda de cambio generalizada y eso introduce los elementos que los buenos literatos saben captar”.