Los matlatzincas lo llamaban Nro’maani Nechhútatá que significa “Casa del Dios de las Aguas”, quizá por las dos heladas lagunas –El Sol y La Luna-, que se encuentran en el cráter a 4 mil 680 metros sobre el nivel del mar (msnm) las más altas del territorio nacional y que ocupan el lugar 32 entre los lagos más encumbrados del mundo.
El Nevado de Toluca, al igual que el Popocatépetl e Iztaccíhuatl y las demás montañas del altiplano central, fueron depositarias del fervor religioso de los antiguos mexicanos con ofrendas consistentes en conos y esferas de copal, artefactos ceremoniales de madera, púas de maguey, puntas de proyectil de obsidiana, vasijas y objetos de cestería entre otros, de los cuales se han encontrado vestigios, explicó el arqueólogo Ismael Arturo Montero García.
Destacó el caso del Nevado de Toluca (Xinantecatl) donde a la orilla de la Laguna de la Luna, fueron hallados copales, cetros de madera, púas de maguey y los petrograbados inscritos que dan muestra de los rituales que alcanzaron un alto grado de especialización teológica, mencionó el experto.
El especialista resaltó que la cumbre del volcán fue un observatorio para astronomía solar, “de este sitio en 1962, el arqueólogo e investigador mexicano, Otto Schöndube rescató de la erosión y el deterioro una estela a la que he interpretado con una función calendárica y astronómica, es un marcador astronómico de máxima erudición, la pieza se encuentra expuesta en el Museo Arqueológico de Teotenango”.
“Ellos tuvieron la capacidad de registrar el paso cenital y darle un sentido calendárico, ya teniendo un calendario preciso podían hacer una lectura de la nubosidad del viento, de la temperatura, de la conducta de los animales y también de las manifestaciones vegetales”.
Conocían el comportamiento de la naturaleza y sabían hacer una predicción meteorológica de cómo venía el tiempo, el clima, el temporal para la actividad agrícola, “entonces eran centros de erudición, de observación de la naturaleza y claro que también sacralizaban el agua de las alturas”.
“La montaña tiene esencias de piedra verde, le llamamos serpentina jade, que viene de Guatemala y turquesa que viene de Arizona, Nuevo México y Utah, entonces imagínese cómo llegaban ofrendas de Guatemala y del sur de Estados Unidos a este volcán”.
Arqueología subacuática
Ismael Arturo Montero García, quien también labora para TV Educativa, órgano centralizado de la Secretaría de Educación Pública, comentó que, en mayo de 2007, la Subdirección de Arqueología Subacuática del INAH, coordinó un proyecto interdisciplinario en esta montaña en el que se hizo una excavación arqueológica realizada a las orillas de las lagunas y trabajos de arqueología subacuática en las lagunas del Sol y la Luna.
En tierra se excavaron siete pozos: cinco a las orillas de la Laguna de la Luna, otro en la Laguna del Sol y el último en el Cerro del Ombligo, que se encuentra entre ambos embalses. La estratigrafía mostró estratos muy delgados y con poco material.
Cuando se intentó excavar a más profundidad, los pozos se inundaron por su proximidad a los cuerpos de agua. En el caso del Cerro el Ombligo, no se encontraron materiales arqueológicos durante la excavación, pues afloramientos de rocas dejan pocas posibilidades de contener materiales.
“Si bien es cierto que hay carencias en la cerámica y en la lítica, eso no lo podemos decir del copal, las púas de maguey, y los cetros de madera, que se recuperaron del fondo de las lagunas”.
Mencionó que el Proyecto de Arqueología Subacuática en el Nevado de Toluca, definió un hito en esa especialidad a nivel mundial, porque se trabajó por un período prolongado en la alta montaña sumergiéndose en aguas heladas con inmersiones repetidas, superando los problemas fisiológicos de la alta montaña, lo que es sin duda un récord en el trabajo científico
MMCF