El cineasta mexicano Jaime Humberto Hermosillo murió este lunes 13 de enero, según informó la titular de la Secretaría de Cultura de México, Alejandra Frausto, quien compartió la noticia en redes sociales. Ante esta noticia, compartimos una entrevista de 2002, cuando el realizador celebraba su 60 aniversario y reflexionaba sobre la industria cinematográfica en México y su papel en ella.
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Jaime Humberto Hermosillo no recuerda cuántas veces ha escuchado el término nuevo cine mexicano a lo largo de su carrera. Con una sonrisa afable, que no abandonará a lo largo de una charla sostenida en la cafetería de la sala 4 de la Cineteca Nacional, quien es considerado uno de los autores más polémicos de nuestro cine ríe de buena gana. “Es muy curioso: cuando ya había recibido premios por La pasión según Berenice (1975) y Matiné (1976), y había realizado Las apariencias engañan (1978), me encontraba con que en los periódicos todavía me ponían la etiqueta de joven promesa del cine mexicano. Muchos años fui esta joven promesa. De pronto, de un día a otro, ya soy uno de la vieja guardia”.
La vieja guardia no luce tan vital como Hermosillo, especialmente si viste una camiseta en la que se lee Exxxorcismos y la actitud de quien todavía habrá de decir mucho en materia cinematográfica. Su mirada no deja de ser la del travieso voyeurista que ha escandalizado a unos y complacido a otros, cualidad (o defecto según la óptica) que lo llevó a ser homenajeado hace un par de años en el Festival International du Film d’ Amiens, en Francia, donde fue calificado de “profanador de tabúes”.
El profanador asiente complacido. “Como buen aficionado al cine me considero voyeurista. Algunas de mis películas acentúan ese detalle, como es el caso de La tarea (1990) o Intimidades en un cuarto de baño (1989). Pero pienso que finalmente todas son voyeuristas, porque la cámara se convierte como en un ojo escrutador que está tratando de ver más allá de lo que son las apariencias y, precisamente, descubrir si es que engañan”.
Dios se lo pague
El 22 de enero de 1942, en Aguascalientes y su provinciano ambiente conservador, nació Jaime Humberto, quien desde niño gozaba de las delicias de las matinés cinematográficas. Pero, ¿en qué momento se dio cuenta de que el cine se había convertido en algo vital? El director entrecierra los ojos, como si su mente se trasladara a esos días, y responde: “Creo que se remonta a mi infancia, a alguna película norteamericana de piratas. Es la primera memoria que tengo. Creo que debe haber sido El cisne negro (Henry Ling, 1942) o algo así. Maureen O’Hara y Tyrone Power están muy en mi mente. Y de películas mexicanas, me parece que fue Dios se lo pague, con Arturo de Córdova. De ella tengo imágenes muy vagas. Pero están también todas las películas de las matinés. En aquel entonces había cuatro salas y a todas nos llevaban a mí y a mis hermanos, que también eran muy cinéfilos. Era la diversión más accesible, ahora hasta eso es caro”.
Y aunque el cine ya era su pasión, sus sueños adolescentes no incluían el llegar a ser director. “De joven quería ser pintor e hice algunos intentos. También escribí algunos cuentos. Por separado no me satisfacían del todo los resultados en estas disciplinas, pero cuando llegué a la ciudad de México y se creó la primera escuela de cine en la UNAM, el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), las cosas cambiaron”.
En el CUEC advirtió que las posibilidades para expresarse cinematográficamente eran muy amplias. “Descubrí que era ‘accesible’ comprar una cámara de 16 mm y luego ir adquiriendo rollitos de película que duraban tres minutos. Poco a poco, los fines de semana filmaba cintas con mis familiares y amigos. Me di cuenta de que podía expresarme con ese medio, que no era indispensable tener cámaras de 35 mm ni estudios hollywoodenses”.
Además de lo técnico, vino el descubrimiento de nuevas formas de concebir el cine. “Era el tiempo de la nueva ola francesa. Resultaba maravilloso ver una película como Sin aliento (1960). Jean-Luc Godard usaba la iluminación con tal libertad que había escenas callejeras en las que prácticamente todo estaba oscuro, pero nadie dijo que fuera un defecto. Era una nueva manera de fotografiar. Eso me hizo sentirme muy libre: que la cámara pudiera estar en la mano y no necesitar de una grúa o tripié. De Roberto Rosellini, con sus películas Stromboli (1951) y Roma, ciudad abierta (1945), aprendí que los actores no tienen que ser necesariamente estrellas. Todo esto fue una revelación para mí”.
A finales de los años 60 ya hacía cine argumental en 16 mm, con cintas como Homesick (1965) y S. S. Glencairn (1969). El cine, era claro, era la verdadera vocación de Hermosillo. El paso de los ejercicios estudiantiles a la gran industria fue vertiginoso.
Vocación, naufragio y pasión
Después de realizar La verdadera vocación de Magdalena (1971), con Angélica María y Carmen Montejo, dos estrellas que entonces parecieran impensables para un director debutante en la industria, Hermosillo recibió un gran apoyo para filmar El señor de Osanto (1972). Eran los años en que el presidente Luis Echeverría impulsó un proyecto estatal que permitió la realización de cintas como Reed, México insurgente (Paul Leduc, 1970), Mecánica nacional (Luis Alcoriza, 1971), El castillo de la pureza (Arturo Ripstein, 1972), El apando y Canoa (ambas filmadas por Felipe Cazals en 1975, que al año siguiente hizo Las Poquianchis).
Ese periodo, señalan algunos críticos, marca el inicio de la etapa más interesante del cine de Hermosillo, cuando dirigió El cumpleaños del perro (1974), La pasión según Berenice (1975), Matiné (1976) y Naufragio (1977). Hermosillo era una de las estrellas del nuevo cine mexicano, y nadie hubiera pensado, ni siquiera él mismo, que el título de una de sus cintas le acechaba.
El director sonríe ante lo que ocurrió a continuación. Se acomoda en la silla de madera y relata: “Precisamente hace 25 años, después de haber hecho al hilo seis películas apoyadas por productores privados o por el cine estatal; después de haber ganado premios, que mis películas se hubieran estrenado en la Muestra Internacional de Cine, parecía que lo que yo quisiera hacer lo iba a lograr. Escribí el guión de Las apariencias engañan y lo presenté al Banco Cinematográfico para pedir apoyo. La respuesta fue el silencio”.
Las apariencias lo habían engañado. El nuevo cine mexicano se derrumbaba, pero el director estaba en una disyuntiva. “Entonces dije: ‘¿Qué sucede? Quiere decir que no siempre voy a obtener ese apoyo de productores privados o estatales’. Decidí por vez primera no avergonzarme de dar lo que podía considerarse un paso atrás y volver al cine, entre comillas, amateur, que me parece maravilloso porque significa que está hecho con amor (amateur, viene de amar). Si la película era en 35 mm y producida con recursos o, como en el caso de Las apariencias engañan, en 16 mm, no había diferencia. Esta última fue realizada gracias a que actores y colaboradores trabajaron sin cobrar. Este proceso lo he repetido periódicamente”.
Del amor libre a la novias en la tele
Con este o aquel formato, con actores conocidos o poco experimentados, Jaime Humberto Hermosillo ha hecho el cine que ha deseado o, para decirlo en sus propios términos, con el que lo ha escogido. Después de entender el mecanismo de las apariencias ha dirigido cintas como Amor libre (1978), Doña Herlinda y su hijo (1984), Intimidades de un cuarto de baño (1989), El aprendiz de pornógrafo (1989), La tarea (1990), La tarea prohibida (1992) y Encuentro inesperado (1993), cuyos meros títulos no comulgan con los defensores de la moral y las buenas costumbres.
Seres marginados, sexualidades desbordadas y amores reprimidos, combinados con prejuicios ancestrales que perviven en nuestros días, son algunas de las preocupaciones de Jaime Humberto Hermosillo como guionista y director, lo que ha provocado más de un escándalo. “No se trata de algo sistemático, no es que yo me proponga hacer una película que despierte polémicas. Es algo mucho más simple: las historias me escogen y no queda otro remedio más que contarlas para exorcizarme de esos fantasmas, echarlos afuera y dejarlos sueltos en una pantalla de cine o de televisión para que encuentren a quien impresionar, conmover o asustar...”
El cine de Hermosillo tiene sus defensores y sus detractores en los terrenos de la crítica. Pero al director no le gusta poner nombres, además de que el tema le divierte. “Tengo respeto por algunos críticos, porque leerlos sí orienta y estimula la creatividad del director. Pero hay veces que, incluso si escriben elogios, uno piensa: No entendieron la película”.
En el caso de sus cintas, asegura que ha habido todo tipo de críticas. “Pero uno siempre tiene la esperanza de que la siguiente película le vaya a gustar no sólo a los críticos sino al público. El cine es una apuesta contra el tiempo; no se trata sólo del éxito inmediato. Cuántas películas no tienen una recepción extraordinaria y luego se desinflan. O hay trabajos aislados dignos de aplauso, lo que no implica que haya una continuidad en la creatividad de cierto director. En el mundo entero hay pocos realizadores cuya obra completa es coherente”.
Con 35 años de carrera, el director no requiere pensar mucho para afirmar que Las apariencias engañan es su obra más entrañable. “Digo esto porque con ella me probé a mí mismo que era posible expresarse a través del cine gracias al esfuerzo personal y al apoyo solidario de actores, colaboradores y técnicos. Cosa que he seguido haciendo hasta el momento. Sin olvidar que también he tenido el apoyo de productores maravillosos como Manuel Barbachano, con alternancia de la ayuda de instituciones estatales”.
Asegura que no puede arrepentirse de ninguna de sus obras porque no ha hecho trabajos por encargo. “Han sido asuntos míos, escogidos por mí y, la mayoría de las veces, escritos por mí. Frecuentemente me ofrecen cosas que no he escrito y casi siempre hasta les sugiero el director que considero más adecuado para ese trabajo. No tendría las energías para hacer algo que no me interesara”.
Pero, se preguntará el lector, qué afán voyeurista lo llevó a dirigir la telenovela La calle de las novias, cuya temática no era afín a sus películas. Hermosillo responde sin chistar: “El reparto actoral y los productores, Humberto Zurita y Christian Bach, que fueron muy generosos conmigo. Me interesa mucho el medio de la telenovela y quiero hacer una que haya sido escrita por mí. En el caso de La calle de las novias fue como una beca espléndida para que conociera el medio desde dentro. Fui muy sincero y claro con ellos; incluso consta en contrato que me comprometía a ocho semanas de trabajo, que era lo que tenía calculado que mi organismo aguanta para mantenerme creativo y sano”.
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