JFK, Mailer y "She Loves You"

En diciembre de 1963, menos de un mes después del homicidio de Kennedy, la Capitol lanzó un cohete de alto impacto para el sentimiento americano: "I Want to Hold Your Hand".

La ola británica, con The Beatles a la cabeza, comenzaba el trabajo de rehabilitación de la lastimada autoestima estadunidense.
Mauricio Mejía
Ciudad de México /

Alemania se había rendido, incondicionalmente, el 10 de mayo de 1945, pero la Segunda Guerra Mundial no terminó, porque los hechos históricos no terminan de tajo, en ese día, ni en ese mes, ni en ese año. Los efectos aún no se han ido. En agosto, las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki crearon otro fantasma en un ambiente plagado de calaveras. Hegel, no casualmente, llamó a la Historia el lugar de las calaveras. A los 50 millones de muertos, a Auschwitz, a las hambrunas de Stalin, a los gulags, a la devastación, había que sumar otro fantasma, aún más aterrador: la era nuclear: el Apocalipsis después del Apocalipsis. El hongo se había convertido en una ballena de terror, como la que se tragó a Jonás. Y luego en Godzilla, que venía en camino dentro del mar. Las siguientes generaciones tendrían, paradójicamente, algo en común en medio de la bipolaridad: el miedo a lo que Peter Sloterdijk llama el “Apocalipsis de lo real”. Pánico de que en alguno de los edificios, el Kremlin o El Pentágono, apretará, en un arranque de sobrepolítica, el botón.

Corea, la reconstrucción, el Estado de Bienestar, Mao, el triunfo de la Revolución Cubana, Bahía de Cochinos (Playa Girón) y el Muro de Berlín fomentaron la esquizofrenia de los colectivos humanos. Todo pendía de los caprichos de los sistemas. El fantasma está allí. Allá. Acá. El planeta escapó apenas de los Misiles y Estados Unidos —cercando a Cuba— se convulsionaba con las protestas de la raza negra, encabezadas por Luther King. En medio de la desolación aparecía una nueva palabra que cambiaría para siempre las relaciones políticas, sociales y comerciales: la juventud. Los hijos —sin padre— de la guerra jugaron a sus propias expresiones ante la orfandad: el rock and roll, los pantalones de mezclilla y el consumo se propagaron con gran velocidad. ElvisJames Dean y Marilyn Monroe estrenaron la cultura pop. Nada volvió a ser igual. La palabra amor estaba en todos lados; hasta en el aire.

El camino a la luna se inició y se convirtió en un partida de ajedrez entre Este y Oeste. El 22 de noviembre de 1963, en Dallas, John F. Kennedy, el carismático presidente de la Unión Americana, murió asesinado por Lee Harvey Oswald. Aquellas balas mataron también el espíritu de una época, el tiempo de una época. Aquel doble homicidio —Oswald no tuvo tiempo para testificar— ha sido contado magistralmente por Norman Mailer en Oswald, un misterio americano. Obra maestra del periodismo, el libro documenta cada paso del magnicida, sus viajes a la URSS, su estancia en México, sus manías, las de su mujer, el abuso de las ideologías, los documentos de la Comisión Warren (creada por Lyndon B. John para administrar el secreto de los secretos de un crimen que mató un sueño), los espionajes, la CIA, el FBI, el politburó. Muestrario de estampas, de intrigas, de resentimientos, de intoxicaciones, de extremos. El gran misterio americano sigue en la oscuridad de un otoño interminable.

Bob Stanley, en Yeah! Yeah! Yeah! sugiere la idea de que el boom británico en Estados Unidos se debió justo a ese miedo, a esa pérdida de esperanza en un país que había atentado contra sí mismo y el padre había salido por cigarros sin volver al dulce hogar. En 1962, los Beatles ya eran una sensación en Liverpool. En junio de ese año se metieron a la cabina de grabación y dislocaron la cintura de la Historia de la Música, así con mayúsculas. En diciembre de 1963, menos de un mes después del homicidio de Kennedy, la Capitol lanzó un cohete de alto impacto para el sentimiento americano: "I Want to Hold Your Hand". La ola británica —otra ballena blanca— comenzaba el trabajo de rehabilitación de la lastimada autoestima estadunidense. En febrero de 1964, los Beatles aterrizaron en el aeropuerto John F. Kennedy, de Nueva York, para comenzar su primera gira en Estados Unidos.

Una palabra heideggeriana podría terminar este apunte: fue una conmoción.


@LudensMauricio

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