La batalla por el dulce del futuro: la estevia guaraní

Esta planta de origen paraguayo puede sustituir a la dañina azúcar, por ello cuatro transnacionales y Japón han despojado a los paraguayos de su patente y producción

Sandra Weiss
Ita Guasú, Paraguay /

El ombligo del mundo guaraní empieza detrás de un portón de madera al lado de la carretera número 5, entre Paraguay y Brasil. Desde hace poco, el acceso está cerrado con candado, ya que la hospitalidad tiene sus bemoles, como tuvo que aprender el cacique de Ita Guasú, Luis Arce. “Hace unos 40 años, llegaron los japoneses”, recuerda El Jefe, quien entonces era un joven de 20 años. En esa época solo había senderos de tierra que conducían a este rincón fronterizo, cuna de la civilización guaraní, escondida entre mogotes gigantes cuyas paredes están decoradas con pinturas rupestres.

Hasta la fecha, es un lugar remoto, sin electricidad ni agua corriente. Los guaraníes viven en cabañas de madera, se bañan en el río y cocinan su comida en una fogata. La mortalidad infantil, la desnutrición y el analfabetismo son significativamente más altos que en el resto de Paraguay. Pero los japoneses sabían lo que estaban buscando en esta zona aislada: la hierba dulce, ka’a he’e, como la llaman los guaraníes, la estevia como es conocida mundialmente (stevia rebaudiana de la cual se obtienen varios beneficios como endulzante). “Mi padre amablemente les enseñó la planta”, dice Arce. No imaginaba las consecuencias. Colaborar es normal para la aborigen cultura guaraní, y la propiedad no existe en su cosmovisión. La naturaleza da a la gente lo que necesita, y solo se puede sustraer de la madre tierra lo que uno requiere para sobrevivir.

Pero no era esa la lógica de la misión científica japonesa. Con el permiso del gobierno paraguayo peinaron todo el país en busca de plantas interesantes. “Poco después, regresaron, excavaron todos los arbustos de estevia que encontraron y se fueron”, dice Arce, que en ese entonces no sabía que se acababan de llevar el tesoro genético de una planta que en el futuro puede sustituir al azúcar.

“Este tipo de comportamiento se llama biopiratería”, sentencia Francois Meienberg, de la organización no gubernamental suiza Ojo Público. Está definido en el Convenio de las Naciones Unidas de 1993 sobre la Diversidad Biológica, que tiene por objetivo impedir estos abusos del conocimiento de los pueblos indígenas sin su consentimiento y sin repartir los beneficios. “Sin embargo, la convención a los ojos de los países industrializados no se aplica a plantas catalogadas antes de su entrada en vigor y tampoco aplica a nuevos usos de éstas”, se queja Meienberg.

La organización, no obstante, ha pedido hace poco una compensación para los guaraníes. “El comportamiento de los países industrializados es inmoral”, critica el ex presidente del Servicio Nacional de Calidad y Sanidad Vegetal y de Semillas, Miguel Lovera. “Es contrario al espíritu de la convención. Nos han traicionado”.

El trasfondo de este juego de póker es que la estevia se encuentra en el centro de una de las grandes batallas de la industria alimenticia hoy: remplazar el azúcar, cuyo alta ingesta causa graves enfermedades a la humanidad y costos tales a los sistemas de salud que cada vez más gobiernos castigan su consumo con altos impuestos o publicidad negativa. La carrera por los endulzantes “más naturales” ha comenzado y la estevia, que se comercializa en bebidas como Coca-Cola Life, está en el foco de las investigaciones y pruebas. El mercado de la estevia está en constante aumento. El año pasado se vendieron productos que contienen glucósidos de estevia por un valor de 10 mil millones de dólares en el mundo.

Fue un biólogo suizo quien descubrió la estevia en Paraguay en 1887 y la llevó a Europa. “Una hoja pequeña, de unos pocos milímetros, deja en la boca un sabor dulce durante más de una hora; unas cuantas hojas endulzan un café o té”, escribió Moisés Bertoni. En 1931, investigadores franceses estudiaron químicamente la hierba y encontraron que esta planta contiene varias moléculas de glucosa —en contraste con el azúcar convencional, basado en la sacarosa. Esto hace que no provoque caries, no tenga calorías y sea apta para diabéticos. Además, en contraste con otros edulcorantes como el aspartamo, se mantiene estable incluso expuesta a altas temperaturas. Sin embargo, tiene una gran desventaja: en su forma natural, el dulce viene acompañado con un toque amargo.

Ahora, corporaciones como la suiza Evolva pretenden quitarle este toque amargo gracias a la producción sintética. Para eso, manipulan levaduras genéticamente. Los ensayos de Evolva están cofinanciados por la multinacional Cargill, de Estados Unidos. Varias veces pospusieron el lanzamiento de su nuevo producto, un glucósido de estevia completamente sintético, una molécula que nunca ha visto una planta de estevia pero imita sus características más deseadas, suprimiendo las no deseadas. Aún para este producto completamente artificial, Meienberg considera necesaria una compensación para los guaraníes, ya que es “gracias a ellos que las empresas conocen la estevia y sus propiedades”.

El producto sintético de Evolva no sería nada “natural”, como por ahora se publicita todo que contiene estevia. Lo cual también es mentira, ya que el proceso de sacarle a la planta los glucósidos es todo menos “limpio y saludable”. Se hace esencialmente en China y es un procedimiento parecido a la extracción de la cocaína: Las hojas se secan primero, luego se bañan en solventes, se sacan las moléculas con sales de aluminio, luego se purifica y se decolora con resinas antes de cristalizarla con metanol o etanol para lograr un fino polvo blanco.

Hay cientos de patentes sobre diferentes procesamientos de estevia en el mundo, pero hasta la fecha, ninguna es paraguaya. El estado y los empresarios asumieron erróneamente durante mucho tiempo que la naturaleza no se puede patentar. Y tampoco parecen muy interesados en que eso cambie o que se compense a los guaraníes. Cuando esta publicación buscó al canciller Eladio Loizaga para preguntarle si el gobierno apoyaría tal demanda a nivel internacional, no quiso contestar la pregunta y colgó el teléfono. Ni siquiera la Comisión de Derechos Humanos ha tratado el tema. “Pero me parece interesante. El Estado tiene una deuda con los pueblos indígenas”, admite el defensor Manuel Monge.

La vía legal sería tediosa y poco prometedora, contrariamente a una compensación voluntaria. Pero eso supone un acuerdo entre los guaraníes y las corporaciones. Evolva ya señalizó su disposición a negociar un acuerdo sobre un “reparto de beneficios”. Nestlé fue más reservado y dijo “apoyar el principio de compartir beneficios y examinar la posibilidad” con la estevia. Unilever, sin embargo, no respondió el correo; Coca-Cola evadió la pregunta enfatizando que la empresa “seguiría luchando por la sostenibilidad y un entorno favorable para los campesinos en la comercialización de la estevia”.

En Ita Guasú, ya no se usa la estevia, lamenta Amalia Valiente, la matriarca de 97 años. Los ancianos creen que la planta se enojó con ellos luego del asalto de los japoneses. Ya van dos generaciones que no la utilizan, como antes, en los ritos de transición en la adolescencia —también porque es difícil encontrarla, ya que fue remplazada por la invasión de pastos importados que plantan los ganaderos de la región. “Creo que hay un riachuelo donde todavía puedan existir algunas plantas silvestres”, hace memoria la anciana. Pero este riachuelo está en una estancia, inaccesible detrás de vallas y alambrados, custodiados por guardias armados. El acaparamiento de tierras es un gran dolor de cabeza para este pueblo de antiguos nómadas. En Paraguay, pero sobre todo en el lado brasileño de la frontera, los terratenientes se adueñaron muchas veces a punta de pistola y de papeles falsos de miles de hectáreas para plantar soja, azúcar, tener ganado o simplemente para tener una fachada para el negocio más rentable de la región, el contrabando y el narcotráfico. De su antiguo edén, a los guaraníes de Ita Guasú apenas les quedan cinco mil hectáreas, cuando un rancho promedio de la región tiene 10 mil. Los barones de la droga reclutan a los jóvenes indígenas, las iglesias evangélicas destruyen con sus agresivas promesas de felicidad una cultura milenaria. Debido a tanto acecho, Luis Arce aceptó la idea del Fondo de compensación, como una especie de justicia tardía. “Si tuviéramos dinero, podríamos recomprar nuestra tierra, y tal vez los blancos nos dejarían por fin en paz”, suspira el hombre. Es todo lo que quieren los guardianes de la estevia para su pueblo.

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