La congruencia de Kurt Cobain

Nirvana.
Editorial Milenio
Ciudad de México /

Esta semana leí por azar, de manera casi simultánea, dos textos que en principio parecerían estar completamente alejados, que sin embargo terminaron entablando una peculiar sintonía. El primero es un imponente ensayo de Hermann Broch, titulado “El mal en el sistema de valores del arte”, donde básicamente argumenta que toda estética procede de la ética, en el sentido de que los valores a partir de los cuales una sociedad estructura sus normas son los que hacen posible un cierto tipo de configuración artística, tanto desde el punto de vista de la creación, como del de la apreciación. Por eso una sociedad estructurada a partir de la religión producirá un tipo de arte y en cambio otra que valore principalmente el dinero y la fama (como la nuestra), otro muy distinto. Si bien esta idea tiene por supuesto un dejo marxista, la argumentación de Broch no parte de lo económico, sino de que toda manifestación social (y cultural) es en el fondo un intento del ser humano por enfrentar a ese absoluto eterno al que conocemos como muerte.

El inesperado vínculo se produjo con un libro sobre Kurt Cobain, que se enfoca sobre todo en la muy improbable síntesis que produjo con la música de Nirvana, alcanzando tanto reconocimiento artístico como una audiencia masiva, con un género antes no comercial como el grunge. Sin embargo, contrario a la creencia de su aversión absoluta por la fama, está documentado extensamente que contaba con un minucioso plan que siguió paso a paso, procurando con enorme éxito colocarse justo en la división de los dos polos en donde confluía su ambición, dicho esto sin ningún tipo de crítica, pues también una banda punk como lo era Nirvana en sus comienzos tiene derecho de querer conectar con millones de personas, como finalmente sucedió. Sin embargo, fue finalmente alcanzar lo que Cobain obedeció casi como un mandato de la época precisamente lo que le resultó intolerable y lo condujo a suicidarse a los 27 años. Fue plenamente, tanto en su ascenso como en su final, todo un emblema de sus tiempos.

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